Por Diego Recinos
No hay sentido que no perciba una guerra. Los oídos retumban y la vista no da crédito al ver las atrocidades de la matanza. Pero un padre en Ucrania tapa con fuerza los oídos de su hijo de 7 años, lo aferra contra su pecho, le cubre sus ojos y lo protege a toda costa.
Es así, que junto al hombre lo acompaña su esposa con un niño de 2 años, los cuatro se unen en un abrazo ya que la guerra está en la esquina. Las decisiones que tomen en las próximas horas determinaran su supervivencia.
Una corazonada hizo que Mina despertara a su esposa, ambos fueron por sus dos hijos, los llevaron a su cuarto abrazados y unidos con un rezo en voz baja. Minutos después las ráfagas de luz que vieron en el cielo se convirtieron en truenos que parecerían venir del centro de la tierra y escucharon como bomba tras bomba, detonaban al impactar la base militar que está a 17 millas de su hogar. Desde ese día el dormir fue un lujo que él no se podía permitir hasta no poner a salvo a su familia.
Cuando las primeras luces del sol aparecieron por su ventana, la realidad le dio un portazo. El bombardeo no cesaba y su hijo mayor de 7 años, lo miraba impávido, sorprendido y lleno de asombro.
“El miraba fijo, pestañeaba con cada impacto de bomba. Entonces, me preguntó con asombro: papa, ¿por qué están tirando cohetes de fin de año hoy?, no supe cómo responderle. Pero mi mujer le dijo que eran los fuegos artificiales que sobraron del fin de año. Lo arrullé y le pedí que durmiera otro momento. Cuando él cerró sus ojos, yo abrí los míos y supe que teníamos que huir”. Recuerda Mina con una mirada cristalina.
Con el paso de las horas el clima bélico no cesó, iba en escalada y todo comenzó a pintar muy mal. Las autoridades pedían calma y prometían una respuesta inmediata de las fuerzas armadas ante el país invasor ruso. “Pero lo veía por la ventana no era calma, era una guerra que estaba tocando a nuestra puerta. Le pedía a mi esposa empacar para salir cuanto antes. Mientras, comencé a cubrir las ventanas con tape y cartón. Mis hijos comían unas frutas y en una pequeña maleta les pedí que guardaran los juguetes que más les gustaban”, expresó Mina con zozobra.
Mina es un hombre de 37 años, quien tenía una pequeña tienda de ropa en un poblado a las afueras de Kiev, está por cumplir diez años de casado y como fruto del matrimonio tiene dos hijos pequeños. Uno de 7 años y otro de 2, los cuatro vivían a varias millas de Kiev.
Mina tenía una tienda, un apartamento en un edificio y un vehículo. Con el tiempo y con habilidad para el comercio, logró ampliar su pequeño establecimiento y entablar negocios con unos amigos suecos que conoció por medio de su familia.
Pero esto no es todo, Mina a pesar de tener sus bienes en Ucrania decidió emprender viaje, luego de apiñar en su vehículo las maletas, comida y juguetes para los niños; dijo estar listo para salir, pero entre los vecinos se corría la voz que las fuerzas armadas rusas estaban atacando y bombardeando a civiles, por lo que su mujer le rogó esperar. Mina decidió quedarse un día más, tiempo que aprovechó para cubrir su tienda y pensar ¿qué rumbo tomar para huir?.
El joven padre sabía que tenía que llevar a su familia a un lugar seguro pero ¿dónde?. “No sabía para dónde ir, este es mi hogar, aquí tengo todo, además, somos una familia, yo puedo dormir donde sea, Pero mis hijos no. Por ellos me tuve que ir para que estén seguros”. Recuerda Mina.
Esa misma noche unos amigos suecos le contactaron para ofrecer un lugar donde llegar. Esa fue la señal que esperaba tras horas de angustia, por la mañana salió con rumbo al norte.
El viaje fue una odisea de principio a fin, Tres días en carretera, más de 3 mil millas terrestres y 16 horas de espera en la frontera. “Logré salir antes de que dinamitaran el puente de mi cuidad. Salí antes de que el presidente decretara la no salida de los hombres del país. ¡No sé cómo lo logré!. Pero sabía que tenía que sacar a mi familia”, así finalizó.
Si bien, el camino fue extenuante, la peor parte era mantener a sus dos hijos en calma. Su impaciencia fruto de la incertidumbre los hacia cuestionar a sus padres. Nunca habían ido tan lejos como ahora. No sabían a dónde iban y querían después de la emoción de un inicio volver a lo que conocían como hogar.
Los niños sufrían la carga emocional y el impacto del estrés que golpeó fuertemente a la esposa de Mina. Ella prefiere no hablar mucho del tema, se limita a arrullar a su hijo menor y cuando tiene la intención de dar su opinión, los recuerdos despedazan su voluntad y sus ojos se llenan de lágrimas, sus temblorosos labios se cierran inmediatamente y gira la mirada en busca de un consuelo en la lejanía de la gris mañana.
Un éxodo sin tierra prometida
Después de cruzar Polonia y Rumania tomaron un ferry que los trajo a Suecia. El aplacible mar Báltico puso un poco de pausa a sus angustias. Al pisar territorio sueco el olor a libertad les llegaba del aire.
Pero, pronto descubrieron que el éxodo está lejos de terminar. Mina y su familia fueron recibidos por un amigo en Estocolmo, el lugar no es muy grande para los cuatro, pero se han acomodado, después de unos momentos de adaptación, un baño y un merecido descanso; piensan en buscar una forma de cómo reiniciar con su vida.
Mina y su esposa ven junto con su amigo el noticiero de la tarde, escucharon a la ministra sueca anunciar el paquete de ayuda para los refugiados ucranianos. Permisos de residencia, de trabajo, lugar donde dormir, escuela para los niños y ayuda económica son parte de la ayuda que ha prometido. Pero aún no saben cómo lo darán, lo único cierto es que los trámites se tienen que hacer en la Oficina de Migración.
El lunes por la mañana, antes de las 7 a.m., ellos llegaron a Migración ubicada en Estocolmo, pero la aglomeración de personas no permitieron que los atendieran. Luego vuelven confundidos, este proceso se repite por cuatro días, pero la cantidad de personas que solicitan refugio crece cada vez más. “Para que me den un lugar donde dormir tengo que venir lo más temprano posible para luego ser llevado a un refugio que está afuera de la cuidad. Apenas hoy pude entrar, me pidieron mis documentos y los de mi familia, luego me pidieron esperar. Si tengo un lugar donde quedarme, ellos me recomiendan quedarme ahí”, dijo Mina muy desconsolado.
La entrada de la Oficina de Migración esta atiborrada, la policía ha puesto bayas y trata de controlar el flujo de personas. Los ánimos no parecen buenos, el frio, la larga espera y la poca capacidad de respuesta son frustrantes para los refugiados.
Sin embargo, en medio de la desolación y animando las largas colas de cuadras enteras, están los grupos de voluntarios que reparten café, pan, juguetes, frazadas e información. Todos hacen y ayudan como pueden, sin embargo la cantidad de refugiados aumenta día con día.
Después de varias horas de espera, Mina y su familia se sientan en las sillas de una cafetería frente a las Oficinas de Migración, los niños al ver a los desconocidos, buscan refugio en los brazos de sus padres, nunca habían visto a tanta gente junta.
Mina y su esposa tratan de ser positivos, piensan que están seguros de las balas, pero temen por sus familiares que no lograron salir, aunque no saben si volverán a luchar por su país, ya que primero tienen que velar por su familia. Ahora solo es el inicio del éxodo por una tierra que será su hogar.