Por Guillermo Mejía
La ciudadanía pervive en tiempos de la revolución digital, que les vende la ilusión de respirar en un ambiente de libertad y que sus voces son escuchadas, a pesar que todo responde a estrategias de lo que se denomina pseudocracia, en la que se da la manipulación vía los algoritmos y se produce la desmovilización social.
La pseudocracia viraliza la pseudoinformación que emite quien mejor miente, dinamiza una maquinaria que (re)produce –recrea y genera- una falsa realidad, adaptada a los prejuicios cognitivos y los sesgos emocionales de las audiencias, mientras los algoritmos sirven para organizar los contenidos en función de manejar a los usuarios.
De esa forma presenta el fenómeno el periodista y profesor universitario español Víctor Sampedro Blanco, que caracteriza a la comunicación contemporánea dentro de la pseudocracia como un conjunto de medios, sondeos, urnas y algoritmos que expresan una opinión pública estructurada, privatizada y despersonalizada.
“Reproduce la estructura social; es decir, expresa la posición que ocupamos en ella. Privatiza el debate y el conocimiento colectivo. Y fomenta procesos individuales de consumo y autopromoción. Se dirige a ‘perfiles’ que segmentan el público, una vez convertido en audiencia datificada”, agrega el especialista en comunicación política y opinión pública.
Al grado que la representación de la opinión pública resulta ubicua y cambiante para secuestrar nuestra atención, según Sampedro Blanco. De modo que, además de reflejar –siempre parcialmente- el cuerpo social, también en parte lo invisibiliza y lo paraliza ante la pantalla. Este es un proceso circular y tautológico: genera “opiniones públicas” contradictorias pero intercambiables. Y se mantiene aplicando una racionalidad y un populismo impostados.
Tal como lo observamos en nuestras sociedades, más allá de programas políticos e ideologías, las prácticas se sustentan en mucha pseudoinformación –como formato dominante- donde la comunicación se contagia de los rasgos de la publicidad y la propaganda que, como sabemos, son géneros que no atienden el rigor; por ende, no informan, sino que seducen.
“No reconocen y reflejan la realidad, la maquillan e inventan. No interpelan al receptor, lo encandilan dándole la razón. Confirman –y se aprovechan de- sus estereotipos, sesgos y prejuicios. No satisfacen intereses objetivos, sino que crean y modelan la demanda. No persiguen, en suma, el bien común, porque lo identifican con el consumo privado, el beneficio corporativo o la promoción simbólica de una ideología, unas siglas, un líder o un Estado”, advierte Sampedro Blanco.
En su libro Teorías de la comunicación y el poder: opinión pública y pseudocracia (Ediciones Akal, 2023), lamenta el autor que, en vez de ofrecer un lugar de encuentro, “el espacio digital se ha transformado en un entorno de competición, en muchas ocasiones antagonista. Las redes fomentan el narcisismo y el exhibicionismo consumista”.
“El mitin electoral (de meeting, ‘encontrarse’) ya había perdido su sentido original. Y, en lugar de revitalizar la democracia, las TIC digitales han creado redes de vigilancia y seguimiento cada vez más intrusivas. Están presentes en las calles, el trabajo, el hogar, los cuerpos y las mentes”, señala.
“En las pseudocracias, la (auto) promoción se ajusta automatizadamente a una audiencia microsegmentada. El microtargeting es la publicidad en tiempos de macrodatos, guardados en silos o bancos con información ingente sobre la población. En principio, no puede ser más democrática: escucha a todos sin distinciones y de ‘modo activo’. Pero ¿en qué consiste ese modo activo?”, se pregunta Sampedro Blanco.
Luego responde: “Es espiar la vida en todos sus planos para descubrir opciones de negocio. Se trata de asegurar impacto y beneficios en ciertos objetivos publicitarios, identificados según capacidades y vulnerabilidades”.
De acuerdo con el autor, en el espacio digital la conversación social se fractura junto con el tejido cívico, que está segmentado en nichos de mercado. Cada segmento poblacional e individuo, según resulte rentable, recibe mensajes personalizados y diferentes. Desconocemos lo que piensan otros segmentos y si pudiéramos integrarnos con ellos.
“Cada uno consume una realidad diferente, ajustada a una definición muy reducida del interés humano. El interés privado y el lucro a corto plazo se absolutizan. Así que lo novedoso, lo escandaloso y lo extremo se identifican con lo interesante. Esta definición tan limitada –individualista, mercantilizada y cortoplacista- equipara el ‘interés’ y lo ‘interesante’. De forma que desplaza el interés público y se desatiende del bien común”, señala.
Sampedro Blanco denuncia que los teléfonos móviles se han convertido en vectores de la pseudocracia. Una única pantalla interactiva proporciona acceso a toda una serie de acciones dispares: compras, música y vídeo en línea, comunicación interpersonal, “noticias”… Estos dispositivos consuman una confluencia (…) que lleva décadas en marcha: la fusión del comercio y la información, el entretenimiento y la sociabilidad, la autoafirmación personal y la vida cívica. Todo junto y revuelto en una única pantalla sensible al tacto. Ahí el usuario se debate entre estos ámbitos y practica todos sus registros al mismo tiempo para entretenerse y consumir, para controlar su identidad personal y el discurso público.
La privatización del vínculo social
En la misma dirección, es importante hacer referencia a las reflexiones del periodista y autor español Ángel Ferrero, columnista de medios escritos, sobre los efectos negativos que ha producido el “capitalismo de las plataformas”, ya que produce una estructura social basada en la serialización, que privatiza el vínculo social y separa a los individuos para convertirlos en masas, despojarlos de la atención, capturar sus datos y manipular su conducta.
Destaca Ferrero que “si durante la pandemia el acceso a internet permitió mantener las relaciones sociales, en el terreno personal, la educación, el trabajo y el ocio, disminuyendo el riesgo de enfermar. Hoy, por el contrario, la conexión virtual tiende a aislar las personas. En un capitalismo basado en la captura de la atención, siempre habrá una actividad online más urgente, divertida, entretenida e interesante, que el encuentro presencial con el otro, sin su inevitable negatividad y los costos que acarrea.”
“Compartir con extraños, una conquista de la civilización que implicó la invención de la civilidad –normas, valores y prácticas que hacen posible la interacción entre desconocidos sin ocasionar daño- es cada vez más difícil, especialmente entre las generaciones de ‘nativos digitales’. En los espacios que hacen necesaria la cercanía entre extraños, la tensión resultante no conduce a la interacción sino al refugio individual en el Smartphone, y no siempre para el intercambio virtual con otra persona”, agrega.
Según Ferrero, es tan preocupante lo que se vive en las sociedades, ya que el “capitalismo de las plataformas” ha acabado con las potencialidades democratizadoras que inicialmente se atribuyeron a internet, tanto en la comunicación como en el comercio. La comunicación horizontal y los intercambios entre “prosumidores”, tan esperanzadores, hoy se revelan como quimeras legitimadoras de un orden social basado en la apropiación privada de los datos.
“Los datos son creados por las acciones de las personas, que los conservan en sus mentes, con el fin de orientarse en la vida, antes de que les sean despojados –afirma Ferrero. Por consiguiente, el valor es creado previamente por quienes producen la información, aunque solo las plataformas disponen de los medios para captarla y procesarla a gran escala”.
Refiere el periodista y autor español que cada interacción entre “usuarios”, con independencia de si se trata del intercambio entre familiares, amigos, compradores y vendedores, o sujetos políticos, alimenta en forma de datos los negocios privados de un puñado de grandes empresas tecnológicas.
“Como ha demostrado ampliamente Shoshana Zuboff (La era del capitalismo de la vigilancia), la información que recopilan es usada para moldear la conducta y retroalimentar el sistema. Por lo tanto, el negocio real de las grandes plataformas es la privatización del vínculo social mismo”, añade.
En ese marco, los datos despojados, con o sin autorización de las personas se usan para reconstruir historias digitales individuales y colectivas a fin de programar y alimentar los algoritmos que, a su turno, permiten dirigir la publicidad, ejercer el control y manipular la conducta.
Es hora de que salgamos del ensueño digital y veamos el fenómeno desde una perspectiva crítica, lo que implica también echar una mirada hacia la experiencia con el ejercicio del poder y la forma de “hacer política” en nuestro entorno, las características que adquiere el papel nefasto de la pseudocracia tan en boga y las formas de manipulación algorítmica.