Por Cristabel Orellana
El Salvador – En el corazón de San Salvador, una pequeña empresa familiar fundada en 1930 se convirtió, con el paso del tiempo, en un símbolo de identidad y dulzura para generaciones enteras de salvadoreños. Se trata de Confitería Americana, una compañía que ha sabido mantener viva la tradición artesanal del dulce.
Sus fundadores, Antonio Cabrera y Carmen Arévalo, iniciaron su sueño en un pequeño taller donde elaboraban caramelos y golosinas a mano. Lo que comenzó como un modesto negocio familiar, pronto se transformó en un emblema nacional.
Hoy, casi un siglo después, Confitería Americana ofrece una amplia gama de productos: caramelos duros y blandos, huevos confitados, paletas, artículos para fiestas y, por supuesto, los icónicos chicles “Chiclín”, con sus recordadas sorpresas que marcaron la infancia de miles de salvadoreños.

Con casi cien años de trayectoria, la empresa ha logrado trascender fronteras. Sus productos se distribuyen en diversos países de Centroamérica, además de República Dominicana y Haití, y actualmente proyecta su expansión hacia México y Estados Unidos.
El representante legal, Javier Cabrera, destacó que el éxito y la permanencia de la empresa radican en la unidad familiar, que ha permitido que el legado llegue ya a la tercera y cuarta generación.
Por su parte, Ricardo Granada, Gerente Comercial, resume el espíritu de la marca en una frase que se ha vuelto lema interno: “Siempre dispuestos a endulzar El Salvador”.

La historia de Confitería Americana también está hecha de rostros que han acompañado su crecimiento. Sonia Artiga, quien lleva cuatro décadas trabajando en la empresa, lo expresó con emoción: “Agradezco a Dios por permitirme ser parte de esta dulce historia”.
A punto de cumplir su primer centenario, Confitería Americana se mantiene fiel a su esencia: Conservar el sabor de la tradición mientras mira hacia el futuro con el mismo propósito que inspiró a sus fundadores: Endulzar la vida de los salvadoreños.