Por Engelberto Maldonado Pérez
El 19 de febrero de 2020, los padres de familia de una sección de octavo grado de una escuela de Milán, Italia, discuten, por WhatsApp, si dejar portar teléfono celular a los alumnos para la excursión de tres días en la que visitarán Florencia, Pisa y Lucca, tres sitios de abundante cultura renacentista, a efectuarse a mediados de marzo.
Una madre sale de tono y dice: “yo antes de estar preocupada por portar teléfono o no, me preocupa enviar a mi hija en medio de este coronavirus”. Las respuestas fueron inmediatas, la primera, que fue seguida por la mayoría aseguraba “tranquila, te lo digo como infectóloga que soy, está todo bajo control”.
Ese mismo día, después de su jornada de trabajo, Manuel salió a comprar al centro de Genova los últimos recuerdos que comprará a sus cuatro hermanos y sus sobrinos en las alturas del volcán de San Salvador.
Aquel día era miércoles y muchos hacían planes para la fiesta de carnaval en fin de semana, ir a la disco con disfraz, escapar de la ciudad a la montaña, viajar a Venecia donde la tradición del disfraz y carnaval es más vistosa, entre tantos otros planes.
Por la tarde, después del horario escolar, varios padres acompañaron a sus niños a los parque con sus vestuarios alegóricos y bolsas de confetis para lanzarlas a otros.
El 20 de febrero todo inició normal. Pero después del mediodía una sombra pareció extenderse por toda Italia con los noticieros que difundieron el primer caso de COVID-19 a 60 kilómetros de Milán. Era un hombre italiano de 38 años. 21días antes una copia de turistas chinos fueron descubiertos con la misma infección en Roma, pero nadie se alarmó.
Esta vez fue diferente, en adelante toda Italia concentró su mirada en Lombardía, región donde inició el foco del virus y el mundo puso el ojo en Italia.
En las siguientes 24 horas, los casos subieron a 36, con otro foco descubierto el 21 de febrero en un municipio de Padova, ciudad a pocos kilómetros de Venecia. En esta misma fecha, los escolares no asistieron a los centros de estudio por la festividad de carnaval, pero se quedarían en casa por el resto del año lectivo.
El 22 de febrero las noticias difunden la primera víctima mortal infectada de COVID-19, se trata de un hombre de 78 años. Falleció en el hospital Schiavonia de la ciudad de Padova.
Entre el miedo y los medios de comunicación alarmando a la población, el mismo día del primer deceso, Manuel y su familia parten para El Salvador, donde una semana después serán denunciados por la vecindad ante las autoridades por representar un peligro para la sociedad, visto que llegaron de Italia.
Los que esperaron las últimas horas para hacer sus compras en supermercados se encontraron con los estantes vacíos, la gente se preparaba para una probable escasez.
El domingo 23, el gobierno decreta zona roja para 11 municipios repartidos entre la región Lombardía y Veneto, donde los contagios continúan. Las imágenes de los noticieros son de desolación y de presencia policial.
Siempre el domingo 23, el mismo grupo de padres de familia difunden mensajes similares hablando de la epidemia que llegó a Italia. La representante de los padres de familia de la sección escolar pide estar atentos a los siguientes mensajes porque difundirá la decisión de las alcaldías del área metropolitana de Milán, sobre continuar o paralizar las clases ante la emergencia. Las clases quedan suspendidas y algunos profesores comienzan a enviar materiales online para avanzar en los programas.
Con esos primeros días de coronavirus inicia la crisis de la economía italiana que ve desaparecer los turistas que por millones pasan anualmente por la península. Las reservaciones se vienen abajo, hoteles, restaurantes, compañías aéreas, museos, y taxistas son los directamente afectados, pero la cadena se extiende a todas las actividades.
El 27 de febrero, los infectados son cercanos a mil y los muertos por COVID-19 son 17. Un importante político italiano manifiesta que no se debe difundir pánico, mientras el alcalde de Milán, Giuseppe Sala, afirma «que esta ciudad no se detiene», similar opinión pronunció el edil de Bérgamo a unos 50 kilómetros al este de la primera urbe en mención.
El 7 de marzo, los contagiados son más de 4 mil y el gobierno decide decretar zona roja para toda Lombardía y Veneto, dos días después toda Italia estaba roja, queda paralizada, siendo el primer país occidental en hacerlo.
La sucesión de los hechos se fue agravando, la Organización Mundial de la Salud (OMS) esperó hasta el 11 de marzo para declarar pandemia al identificar 11 países con casos COVID-19, y la enfermedad continuó su expansión día a día.
Dos semanas antes de la declaración de pandemia, había iniciado la cuaresma, tiempo de penitencia según la tradición Católica, esta vez, es obligada para creyentes y no creyente, y no solo por cuarenta días.