Por Guillermo Mejía
El populismo se ha enraizado en la forma de hacer política, con la acentuación de la polarización de fuerzas antagónicas que aprovechan los recursos dirigidos a explotar la parte irracional de los seres humanos, en detrimento del diálogo social y el debate sobre los problemas que aquejan a las sociedades.
Para enriquecer la temática es valioso traer a cuenta las ideas del maestro argentino Silvio Waisbord, de la George Washington University, autor del ensayo “¿Es válido atribuir la polarización política a la comunicación digital? Sobre burbujas, plataformas y polarización afectiva”, publicado en la Revista de la Sociedad Argentina de Análisis Político.
“El populismo ha sido una tendencia descollante en la política mundial en décadas recientes justamente cuando la polarización se volvió marca importante de la política”, advierte el catedrático, “No hay región del mundo que haya sido inmune a la insurgencia populista. El populismo se convirtió en uno de los desafíos más claros para la democracia en tanto es un fenómeno político masivo (…)”
Según el autor, el populismo es un movimiento político “al borde del liberalismo”, ya que cuestiona principios esenciales de la democracia liberal, por ejemplo, división de poderes, mecanismo de crítica, rendición de cuentas y transparencia, libertad de expresión y participación. Aunque aclara que hay populismos “suaves” e “intensos”.
Además de atacar elites definidas, “se encarna en liderazgos carismáticos y demagógicos empecinados en debilitar cualquier forma de control que puede poner cortapisas a la acción ejecutiva. Entiende al estado de forma caudillista donde el patronazgo y el nepotismo es común frente a los intereses del personal burocrático y técnico y la posición de los expertos”, precisa.
“Basado en estos principios y visión de la política, el populismo es proclive a la polarización. Esto se debe no solamente a su continua visión del ‘otro’ como enemigo, sino a entender la política en términos estrictamente definidos, sin grises ni acuerdos posibles. Esto resulta en el constante fomento retórico de divisiones y en la defenestración de la oposición”, agrega.
La polarización quita incentivos para la negociación y el compromiso –según advierte-, y pone al populismo donde solamente puede cumplir sus objetivos gozando de absoluto apoyo parlamentario o contraviniendo reglas establecidas y principios constitucionales.
¿Por qué negociar con quien se demoniza?, se pregunta. “Esta situación fácilmente se convierte en la ausencia de consenso, la parálisis política, la exacerbación de prejuicios y odios, y el fortalecimiento de actitudes extremas”, responde el también investigador y columnista sobre temas de comunicación.
El populismo y la comunicación
La visión populista se mantiene dentro de la comunicación a través de dos aspectos importantes de la comunicación política, de acuerdo al catedrático argentino, medios afines y leales, y las narrativas maniqueas.
Waisbord hace los siguientes planteamientos:
Uno: El populismo contemporáneo emergió y se consolidó en la fragmentada ecología informativa de medios modernos y medios digitales. Por una parte, el populismo precisa un sistema de medios leal a su visión política, que incansablemente profundice divisiones, cante loas al talento infinito del Líder Adorado, y satanice al maléfico enemigo. Los medios ideológicamente afines son puramente instrumentales en tanto son entendidos como esenciales para apuntalar identidades afirmadas en torno a la polarización afectiva y la deslegitimación del Otro. Necesita colonizar tanto medios tradicionales como digitales. Precisa un collar de medios incondicionales, partidarios, ideológicos, sesgados abiertamente, que martillen los mismos mensajes sincronizados con las intenciones oficiales. No precisa la represión absoluta o la extinción de medios adversos, por más que en algunos casos, como en Europa del Este, Filipinas, y América Latina, el populismo en el gobierno haya tenido ese objetivo, una vez que fracasó su intento de conquistar a sus adversarios a través de recursos legales, la compra, y la presión. Se apoya también en dinámicas de medios sociales tanto para la difusión de mensajes oficialistas y personalistas como para la agregación de simpatizantes en grupos abiertos o cerrados.
Dos: Experiencias populistas sugieren que la polarización es un proceso esencialmente “desde arriba” por parte de elites que aprovechan situaciones de crisis políticas, parálisis y descontento para identificar ejes diferenciables y ahondar divisiones. En este sentido, miembros de la elite política o políticos surgidos por fuera de la política utilizan hábilmente estructuras comunicacionales para su mensaje polarizante. Son quienes insisten con claves de divisiones mediante la retórica contra los grupos de poder, con el objetivo de sembrar y/o cosechar odios y descontento contra la política y sus instituciones. Cuando las elites políticas están divididas en cuestiones fundamentales, hay posibilidades para que miembros o hábiles outsiders, con capital económico, político y/o mediático, activen la polarización. La polarización dentro de las elites causa la polarización pública, o en determinados segmentos a través de exposición mediática y discursos públicos. Las elites políticas, incluidos los candidatos insurgentes, son influencers claves que direccionan y traccionan la polarización en tanto gozan de amplia cobertura mediática o acceso directo (en medios sociales) a millones de seguidores. Son quienes hábilmente insertan temas divisorios que anclan identidades políticas. Estos temas varían principalmente según el populismo adquiera carácter de derecha o izquierda. Para la derecha contemporánea, los temas polarizantes son esenciales en la “guerra cultural” -identidad blanca, inmigración, minorías, nacionalismo, globalismo. Para la izquierda, son las cuñas temáticas como oligarquía, poderes internacionales, neoliberalismo, nacionalismo. No son los medios por sí solos quienes “polarizan”, sino las elites canalizadas por la cobertura mediática, ya sean medios afines ideológicamente o medios “masivos” que vehiculizan sus mensajes. Líderes políticos marcan temas y marcos interpretativos destinados a polarizar. Utilizan la fusión de medios analógicos y digitales para cultivar el culto de la personalidad.
Hay que destacar que –según Waisbord-, la polarización populista funciona de acuerdo con la lógica amigo/enemigo que consiste en agitar la confrontación permanente con determinados actores sociales vistos como “el Otro a derrotar”. Los enemigos, entre ellos los medios, son los que se oponen a la voluntad popular transmutada en el líder, que encarna al pueblo.
“Aprovechan y realzan percepciones hostiles contra determinados medios en el electorado, medios que generalmente tienen posiciones críticas frente a sus candidaturas o gobiernos. Lanzan acusaciones diversas frente a estos medios y utilizan etiquetas como la “prensa mentirosa” y la “prensa foránea” para descalificar su cobertura”, sentencia el autor.
A la par, señala que se tiene a la desinformación como parte central de la estrategia polarizante del populismo, herencia de la propaganda política, y que en el populismo “está engarzada con otros elementos mencionados –la constante profundización de divisiones, el rechazo retórico a cualquier negociación o compromiso, y el martilleo constante de teorías conspirativas”.
Y agrega: “Hay una perspectiva instrumental de los medios ligada a la producción de verdades propias -sentidos que justifican creencias y por lo tanto rechazan cualquier versión alternativa. La obsesión por reforzar narrativas de legitimidad desecha datos inconvenientes y se basa en conocimientos y hechos a medida de los intereses oficiales y las convicciones existentes entre sus seguidores”.
Pero aclara: “Sería equivocado omitir el hecho de que, así como el populismo polariza debido a su propia visión de la política, la oposición contra el populismo tiende a generar dinámicas similares en su frontal “resistencia”. La concepción de la política como amigo/enemigo no es exclusiva del populismo, sino que es adoptada por sus adversarios que insisten con mantener un único eje divisorio político-mediático en su furibunda oposición y resistencia”.
Entre otras conclusiones, Waisbord afirma que la polarización desincentiva el tipo de periodismo equilibrado, amplio, comprehensivo, que cubra temas y ofrezca perspectivas por fuera de la férrea lógica bipartidaria o el maniqueísmo ideológico, así se promueve una diversidad limitada y se debilita los espacios para la expresión de la diversidad. Y se refuerza la desinformación en tanto expone a los públicos a visiones filtradas por intereses estrechos. Al contrario, una visión dialógica y pluralista de la comunicación, que sirva para amortiguar los embates de la polarización, enfrenta notables dificultades estructurales históricas y contemporáneas.
Explica el profesor argentino que las razones son varias: la economía política de los medios, la debilidad inexorable del periodismo como gatekeeper común y dominante, la proliferación de opciones informativas, y la disrupción de la ecología mediática fraccionada en múltiples esferas digitales.
Para Waisbord, solamente queda analizar opciones alternativas, desde una perspectiva que entiende la polarización mediática-comunicacional como problemática para la democracia, en tanto socava las bases para la negociación y el reconocimiento de las múltiples diferencias de la vida pública.
Qué bueno sería para la sociedad salvadoreña abrir una seria y provechosa discusión al respecto.