Por Guillermo Mejía
Camino a las elecciones de alcaldes y diputados de finales de febrero próximo en El Salvador, las agrupaciones políticas contendientes le apuestan sobre todo a la conquista de los ciudadanos mediante sus estrategias que apelan al sentimentalismo más que a la discusión pública de los problemas nacionales.
En el partido oficial Nuevas Ideas, y por supuesto Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA) que arropa al presidente Nayib Bukele, se saborean con los resultados de al menos tres encuestas que les otorgan el favor de los votantes ante los que hasta no hace mucho fueron fuerzas políticas de peso, el Frente y Arena, ahora decrépitos.
Para enriquecer el entramado en que se da este proceso, al igual que ocurre en cantidad de países alrededor del mundo, vale la pena traer a cuenta las reflexiones del escritor y militar español Pedro Baños en su libro El dominio mental: La geopolítica de la mente (Editorial Ariel, 2020) que nos recuerda el papel que juegan los políticos en busca del poder.
“La política debería generar ilusión en los ciudadanos, quienes ponen su vida y hacienda en manos de unas personas de teórica confianza –dice Baños-, pero se ha transformado cada vez más en un ejercicio practicado por ilusionistas, por magos creadores de falsas realidades y quiméricas esperanzas”.
El discurso oficial es prueba fehaciente de esa realidad montada en la fantasía, que se pretende vender como comida chatarra y que causa incertidumbre, pues viven en una atmósfera triunfalista en un país golpeado por la crisis. Y, en el lado contrario, al reflexionar sobre la situación nacional resulta trago amargo el discurso revestido de mucha demagogia de quienes han gobernado y han desplumado al Estado con sus actos de corrupción, que tampoco deben borrarse de la memoria histórica.
El problema es que esa forma de hacer política “es una forma blanda de ejercer el poder” y esto hace que “sea aceptada no solo con pasividad, sino con agrado por los así sometidos. Y si a algún elemento díscolo le da por pensar y cuestionarse la bondad del sistema, simplemente se ejercer sobre él una mayor dosis de narcotización”, advierte el autor español.
Pero eso no significa que no haya personas que lleguen a la política por verdadera vocación, según Baños, aunque lamentablemente “su buena labor queda eclipsada por las malas artes de sus colegas, los magos de la política, que tanto daño hacen (…) y que parecen imposibles de extirpar incluso de los sistemas democráticos más perfectos”.
La política se ha convertido en un teatro gigante, en un show permanente, señala Baños: “Una representación que solo persigue convencer al ciudadano para que dé su apoyo a un grupo político o una persona en concreto. En este escenario se representa una tragicomedia que pretende mover los resortes emocionales de los espectadores, hacerles creer que la actuación está orientada a su beneficio”.
Y agrega: “De modo que, al acabar, el espectador quede convencido del mensaje que se le ha lanzado, lo asuma como propio y se ponga a implementarlo con toda su energía. A ello colabora el contexto de sugestión colectiva, la atmósfera psicológica, que se crea durante la obra. En el show político se emplean actores que desempeñan un papel dirigido, como títeres, aunque no se den cuenta de ello, que entretienen al público con banalidades. El fondo de las cuestiones importantes se olvida, o al menos se posterga”.
Al referirse a los regímenes del show, el autor nos dice que basta con ver los discursos de los políticos, tan llenos de demagogia como vacíos de contenido, “y en especial las mutuas acusaciones de mentir que se lanzan sistemáticamente los de distinta ideología, para darnos cuenta de que la democracia se ha pervertido. Da la impresión de que tan solo triunfa en ella quien sabe mentir de forma más disimulada, de manera artera”.
Así, “El que engaña mejor a la mayor cantidad posible de personas, tanto a las que le votaron como a las que le siguen siendo fieles. Incluso cuando algunas de ellas son conscientes de que los ‘suyos’ las están engañando, optan no darse por enteradas como consecuencia de la inflexibilidad del posicionamiento ideológico en el que se han enroscado”.
El autor también se refiere a la magia electoral. “Nos crean la ilusión de que los ciudadanos somos quienes decidimos el rumbo de la política al introducir en la urna el voto que creemos haber elegido de forma voluntaria y consciente. Pero lo cierto es que, con anterioridad, hemos sufrido un proceso de inculcación de ideas para condicionar el sentido de ese voto”.
Según Baños, “Los políticos contratan a empresas para que vigilen nuestro mundo digital, conociendo así todo de nosotros. Compran trolls –personas anónimas que publican online, en muchas ocasiones con afán provocador- y bots para lanzar mensajes que nos confundan. Provocan controversias artificiales que generan confrontación. Nos envían propaganda electoral por todos los medios posibles. En definitiva, hacen lo posible, apoyándose en la tecnología, para que votemos en el sentido que más les interese”.
En cuanto a la separación entre promesas electorales y realidad, Baños nos recuerda el afán de los políticos en prometer a sabiendas que no cumplirán: “Los políticos aprovechan así para mentir con descaro, pues, una vez en el poder, nadie les pide cuentas por incumplir sus promesas electorales. Los partidos de la oposición podrían reclamárselo, pero no lo hacen porque están en el mismo juego; saben que, en fechas posteriores y con poco de suerte, les sucederá a ellos”.
“A su vez, el pueblo está tan ocupado con sus quehaceres diarios, tan distraído con los entretenimientos que se les proporcionan, que ni siquiera se plantea el mínimo atisbo de protesta verdaderamente enérgica contra los desmanes de aquellos a lo que ha votado”, agrega el autor español.
Y los ciudadanos deben recordar, según Baños, que en el juego político “hasta los insultos, las descalificaciones, las amenazas o los infundios que se lanzan entre el Gobierno y la oposición están perfectamente planeados, diseñados y ejecutados. Hasta los que nos puedan parecer más extremos, como alertar de un intento de golpe de Estado o de manipular las instituciones básicas estatales (Justicia, fuerzas policiales o servicios de inteligencia)”.
“El propósito es que sean fáciles de entender por cualquier persona, y que causen un gran impacto emocional entre la audiencia, sea por recordarle episodios tristes de la historia pasada o que estén frescos en el imaginario popular. O cuando remueven sus instintos primarios, como ocurre cuando se ve directamente afectada la seguridad de su entorno inmediato”, añade.
Para ponerle la tapa al pomo, Baños advierte sobre la fatal resignación de los ciudadanos: “Un pueblo se resigna a su destino cuando cree que está indefenso ante el poder, que no existe una salida. A veces lo hace por miedo, por el temor que le infunden las autoridades mediante sus fuerzas policiales o servicios de inteligencia. Los dirigentes emplean la resignación con astucia para someter a los pueblos y evitar las discrepancias, las desobediencias”.
“Esta situación queda reflejada en una frase que cada vez se oye más: ‘Es lo que hay’. Como si fuera imposible mejorar la situación, como si ya nos diéramos por vencidos, cayendo en una derrota preventiva, inermes ante los abusos flagrantes”, señala el autor, “Se convence a las poblaciones de que ya están en democracia, por imperfecta que sea y de que cualquier otro camino sería aún más perjudicial para ellas”.
Entre las reflexiones finales, Baños afirma que “Hemos quedado en manos de mediocres que se imponen por el miedo, respaldados por los que de verdad manejan los hilos desde las sombras. Nadie puede opinar en contra de ‘su libertad’, que han considerado un coto exclusivo. Si alguien, suicida él, osa hacerlo, enseguida lanzan sus huestes adoctrinadas y subvencionadas, irreflexivas pero satisfechas con su suerte de mantenidas, ignorantes de la manipulación que sufren. Con ellas, destrozan socialmente al ingenuo que ha creído que de verdad vivía en un sistema democrático y que, por tanto, podían ejercer su libertad de expresión sin miedo a ser despellejado en la plaza pública tan solo por querer alzar una voz que no coincidía con la oficial”.
“Son tiempos peligrosos para pensar. Si entre la maraña de entretenimiento que nos atrapa alguien puede reflexionar todavía por sí mismo, enseguida se dará cuenta de que se ha convertido en una práctica de riesgo. Se expone directamente al ‘ataque directo’, de una u otra forma, a su persona. Ya no queda más que bajar la cabeza para evitar que, al levantarla, nos la corten”, agrega.
Y concluye: “Nunca debemos olvidar que la verdadera libertad consiste en no aceptar imposiciones ni proselitismo de ningún tipo” y “Que cada uno en verdad hagamos o dejemos de hacer lo que, tras una profunda introspección personal, consideremos que es lo que realmente deseamos, lo que corresponde a nuestra inclinaciones y preferencias”.
“Habremos alcanzado la verdadera libertad cuando nos respetemos, nos respeten y respetemos a los demás por nuestro propio convencimiento. Sin falsos paternalismos que solo camuflan formas espurias de poder absoluto. Cuando podamos pensar por nosotros mismos y expresar nuestros pensamientos sin temor a consecuencia alguna. ¿A qué esperamos para liberarnos de las cadenas del dominio político mental?”.
Como dicen, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.