Dra Margarita Mendoza Burgos/ Colaboradora
Opinión – A veces tendemos a confundir tensión con ansiedad, y no es lo mismo. La mayoría de nosotros por momentos tenemos tensión, que es algo normal. Es parte del proceso de preparación para afrontar un reto. Sin embargo, ansiedad se refiere más a un proceso de tensión originado para eso y que se ha mantenido en el tiempo, incluso bastante después que ha desaparecido el estímulo.
Por lo tanto, se crea la ansiedad o respuesta aprendida, pero que ya no corresponde a un estímulo determinado sino que se vuelve constante. En lugar de cumplir su función natural y primigenia, es decir, actuar como mecanismos de preparación, atención, protección y alerta frente al peligro, estos signos de activación emocional pierden su valor adaptativo y convierten a algunas situaciones o eventos cotidianos en fuentes potenciales de terror y pánico.
La ansiedad es el trastorno psiquiátrico más importante en el mundo, con el que viven más de 264 millones de personas, según la Organización Mundial de la Salud. Es tan importante que este tipo de trastornos psicológicos sean definidos por numerosos expertos en salud mental como la auténtica epidemia silenciosa del siglo XXI.
Cada persona puede experimentar la ansiedad de manera diferente. Hay síntomas físicos como sequedad de boca, dificultades para dormir, nerviosismo, molestias gástricas, sudoración excesiva, temblores, sensación de mareo o desmayo. También hay otros emocionales como sensación constante de preocupación o aprensión, miedo intenso o temor irracional, inquietud o sensación de nerviosismo, irritabilidad y dificultad para concentrarse. Por supuesto que podemos detectar fácilmente la mayoría de esos síntomas, sobre todo los físicos.
A nivel cognitivo, las personas con ansiedad pueden experimentar pensamientos obsesivos, anticipar lo peor y tener dificultad para controlar o detener sus preocupaciones. Esto pasa a ser preocupante cuando alguien es incapaz de cumplir con cualquier reto, por pequeño que este sea. La persona siente que su ansiedad va a hacerle explotar y que su corazón está siendo afectado y existe una sensación de muerte inminente.
Al aparecen estos síntomas, el paciente consultará a diferentes especialistas que elucubrarán sobre la causa de sus males. Intentarán diferentes terapias hasta que descubran que debe ser derivado a una consulta de salud mental, no sin antes recibir apelativos de neuróticos, hipocondríacos, etc.
El proceso puede ser largo. Muchas veces e incluso antes de un buen diagnóstico, la persona acabará en salas de emergencia sin encontrar la causa verdadera de su mal. Se suele utilizar sedación ante un caso así y a veces hasta ingresos hospitalarios hasta que la persona es catalogada como paciente para ser vista por psicólogos y psiquiatras.
Y aunque a veces los mismos pacientes se resisten a ser tratados por especialistas en salud mental porque se ven etiquetados como “locos”, se trata de la mejor solución. Ellos, como profesionales, tienen el tratamiento adecuado, que no solo implica la administración de fármacos y sedantes sino además psicoterapia con técnicas de relajación para controlar los ataques de ansiedad o de pánico.
Pero más allá de las terapias, es importante realizar actividades físicas y placenteras en el día a día para ayudar a bajar el nivel de activación y a sentir una satisfacción general con la vida. Esto puede, por ejemplo, ser sacar a pasear el perro, reunirse con amigos, salir a caminar o leer un buen libro.