Por Ramón Rivas
Holanda – El pronóstico anunciaba lluvias dispersas en el sur del país. Buen día para pescar, leí, y ahora ya llevó más de dos horas sentado y de las ballenas que me imaginé pescar, pero ni un chacalín he logrado.
Pese al mal logrado día de pesca, considero que el sólo hecho de estar frente al agua y rodeado de un paisaje primaveral, disfruto con paciencia y tengo la esperanza que algo picará.
El sonar de las olas, el olor a campo y el bramido tierno de las ovejas, unido al ruido de las hojas cuando las golpea el viento me hace ver y rever, pero a la vez pensar y escribir.
Y es que, en medio de esta belleza natural, veo, a lo lejos, aún casas añejas, que como así fueron construidas hace doscientos años y más, muestran ahora la pálida excrecencia del lugar, ahora revestido como con una alfombra de colores, verde tierno y en donde sus lugareños, reposan en sus jardines observando quién sabe qué y disfrutando de un buen café que a lo mejor atestigua su último contacto con el tiempo. Son viejos, los jóvenes se fueron a las grandes ciudades como sucede en todo el mundo.
Veo pasar yates y otro tipo de transporte flotante con gente que se divierte y que a lo mejor aún no saben el costo del combustible, me saludan levantando su mano y otros me ven con cara de aburridos yo respondo y luego me pregunto; serán ellos felices igual que yo?
Y yo disfruto de solo ver y pensar, mi café también huele a rico.
Es en el río Maas, a solo 16 kilómetros de casa, un importante río europeo de la vertiente del mar del Norte, que nace en Francia y tras fluir por Bélgica y los Países Bajos desemboca a través del delta común del Rin-Mosa como se le llama en español.
Por lo menos creo cambié de color, mañana y otros días de esta y la semana siguiente, al hospital, sólo por control, creo. Por lo menos voy no con cara de paciente.




