Por Guillermo Mejía
Frente a las tentaciones autoritarias y totalitarias de gobiernos en medio de la pandemia por el coronavirus, que imponen sus voluntades incluso con la fuerza militar, los ciudadanos pueden buscar alternativas de ejercer sus derechos sociales, económicos, políticos y culturales, por lo que no es mala idea ver las posibilidades que nos ofrece la democracia líquida o democracia digital.
De esa forma nos ilustra la historiadora y politóloga venezolana Ruth Capriles, investigadora del Centro de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Católica Andrés Bello, en su ensayo “Democracia líquida pospandemia” en la última edición de la Revista Comunicación, de la Fundación Centro Gumilla, desde una perspectiva crítica y alternativa.
“En la esfera política que aquí me ocupa, la prospectiva indica un crecimiento desmedido del poder de los Estados, la llegada del Big Brother Orwelliano. Solo llega con 60 años de retraso, multiplicado como en perverso juego de espejos por cuanto autócrata decida transitar algunas de las conocidas desviaciones de la democracia. Se espera, sí, el brote incontenible del populismo, nacionalismo, autoritarismo, mesianismo, imperialismo, etcétera”, advierte la especialista.
Más adelante, se pregunta: “¿Qué haremos nosotros frente a tales situaciones esperadas de control social? La respuesta es bastante evidente: los ciudadanos del mundo también navegan en esas tendencias tecnológicas, pueden usarlas para su propia protección; mejor aún, pueden usarlas para controlar a su vez a los gobiernos”.
En ese sentido, nos habla sobre la llamada e-democracy, democracia digital, o democracia líquida, descripción apropiada y dominante en blogs y plataformas de usuarios de la tecnología blockchain como una oportunidad real de acción ciudadana, gracias a esa tecnología que modificará, cuanto menos, el modus operandi de la política que también tendrá su modificación de la forma política de la democracia.
Sin duda, habrá que hacer los cambios pertinentes para superar la forma de democracia actual.
Según Capriles, con la dupla pandemia-cuarentena se ha instalado el control del Estado sobre las personas y de esa forma las nuevas tecnologías –que antes usábamos para el desarrollo personal- ahora son también instrumentos de un experimento global de control de masas que, si bien ya se sabía desde antes, ahora es clave en el mundo.
“El Estado y los gobiernos, justificados por la razón de salud pública, pueden añadir las nuevas tecnologías de vigilancia y control a las viejas prácticas del uso de la violencia legítima para confinar la población a discreción” –advierte-, “una situación inestable por las extremas dificultades que tendrán los mismos Estados para soportar todo el peso que les deja esta pandemia”.
Y remata: “Para gobiernos ya autoritarios, la oportunidad es máxima pues el control sanitario instala de manera justificada la vigilancia permanente, la conscripción masiva de poblaciones, la gente en casa, la ocupación de las calles por las fuerzas armadas, con carta abierta para detener a todo transeúnte. Es la situación perfecta para ejercer absoluto control; ya no solo sobre los comportamientos sino hasta pensamientos y deseos de las personas que se lo cuentan todo en medios digitales. El miedo al contagio se añade al miedo al tirano, pero el miedo al contagio supera, incluso justifica el control estatal”.
Entrando en materia de la democracia líquida, la especialista venezolana expone, entre otras, la siguiente interrogante: ¿Estamos entonces destinados a sucumbir a las tendencias de control del Estado, la pérdida total de nuestra privacidad, la conversión de todos los pobladores del mundo en sujetos con un chip implantado que monitorea su salud y reacciones emocionales?
La democracia líquida es un método de votación digital (tecnología blockchain), según reseña Capriles, que permite al votante consignar su voto directamente sobre asuntos públicos de su interés o delegar un representante específico para cada uno o varios asuntos. El sistema garantiza idoneidad y efectividad del voto y permite el control sobre el resultado.
“No necesita un ente electoral central para garantizarlo ni mediarlo; es un instrumento en manos de la ciudadanía y controlado por la misma cadena incorruptible y sumatoria de la voluntad de los ciudadanos”, afirma la autora, “Por eso se dice que es una nueva forma de democracia: un híbrido entre la democracia representativa y la democracia directa”.
Es representativa porque la persona puede escoger un representante que decida por él sobre las leyes que regirán al Estado, pero también puede retirar en tiempo real esa delegación y decidir directamente en los asuntos públicos. Esto presupone, nos ilustra Capriles, una forma distinta del vínculo de representación; no la elimina, la modifica al pasar la potestad de decisión a los ciudadanos.
“Es corolario inevitable de esa teoría que los ciudadanos con las nuevas tecnologías podrían exigir mayor participación sobre las leyes de un parlamento o incluso sobre las decisiones ejecutivas (municipales, regionales, presidenciales), pero también sobre los organismos internacionales que influyen en la vida de los habitantes del planeta”, afirma la especialista venezolana.
“No tengo dudas de que esos cambios vendrán, pero también sé que será lentamente, tras mucha resistencia. El control político será compartido si, y solo si, la ciudadanía se activa para seguir avanzando hacia la distribución democrática del poder”, agrega.
Nos explica Capriles que la tecnología Blockchain es una base digital que almacena información en una red grande de usuarios, pública pero descentralizada. La información, cada transacción de un usuario en una red, es almacenada en un “bloque” engarzado en la cadena o base de datos. En el caso electoral, cada bloque contendría el voto en la cadena formada por todos los votos, siendo la misma cadena, inalterable, la garantía del voto total o resultados de la votación.
Prosigue que una vez verificado el voto por el usuario y la información del votante es verificada respecto al REP digital, el block recibe el código criptográfico, entre en la cadena y se vuelve público para todos los conectados en la red. De esa forma, cada usuario podría conocer las decisiones de votantes anteriores (la cadena hacia atrás) y la adición de cada nuevo voto. Así, cada voto es almacenado en un bloque de la cadena (blockchain), siendo la misma cadena, y la imposibilidad de alterar las transacciones, la garantía del voto total o resultados de la votación.
Las ventajas de esta propuesta son, en primer lugar, un mayor control ciudadano sobre el gobierno y los grupos de interés; en segundo lugar, que ayudaría a elevar la confianza en la efectividad del voto y aumentaría la participación ciudadana; en tercer lugar, haría más difícil el uso indebido de la influencia y el lobbying de grupos de interés; y, en cuarto lugar, la delegación en expertos y personas de confianza contribuiría a producir votos informados y racionales.
Capriles concluye –resumido en este texto: 1. Las proposiciones de la democracia deliberativa y digital muestran cuando menos que, con la participación activa de los ciudadanos, hay vías para reformar la democracia, limitar sus excesos, resaltar sus virtudes y atenuar sus debilidades, incluso bajo el vigilantismo y control gubernamental que según los expertos globales será tendencia pospandemia. 2. La reforma de la democracia para adaptarse a la modernidad líquida y ofrecer soluciones a las exigencias por una teoría revolucionaria de pensamiento global pospandemia. 3. La mayor resistencia al cambio puede esperarse de los actores políticos. No solo son las formas políticas de larga duración, los políticos son actores sociales más resistentes al cambio; se apegan a las fórmulas que les han permitido ejercer el poder. 4. Para salir del presente es necesario ver y prever el futuro. En los últimos 21 años, nos hemos acostumbrado a experimentar la política como una guerra permanente y fratricida de todas las instituciones del Estado contra los ciudadanos. Conviene refrescar que eso no es la política. La política es un orden de autoridad que se justifica y legitima solo por cumplir la función de producir el bien común. La política no es para aniquilar a los ciudadanos o someterlos a la voluntad de los líderes; el espacio de la política es donde los líderes sirven al bien común.