Redacción Voz de la Diáspora
El Salvador – La Fundación para la Educación Superior (FES) presentó su sexto cuaderno de investigación llamado ¿Y si no aprendo a leer? Un análisis del desempeño en lectura de la niñez salvadoreña y la desigualdad. Dicha investigación centra su análisis en los vínculos que hay entre el desempeño de la niñez salvadoreña en la lectura y sus realidades socioeconómicas.
Se destaca no solo la importancia del nivel de ingreso del hogar o el nivel educativo de los padres, sino también elementos más profundos del capital cultural de las familias, como la importancia que dan a la educación, las estrategias de acompañamiento a los procesos educativos y las posibilidades de dedicar tiempo y recursos a la lectura.
Desde mucho antes de la llegada del COVID-19, el aprendizaje de la lectura no se ha logrado, y esto es un problema mundial y nacional.
Carolina Rovira, coordinadora de la FES expresa que “una sociedad que no prioriza los aprendizajes básicos, como el de la lectura, está diseñando estrategias de desarrollo que carecen de cimientos. Por eso, invertir para garantizar los aprendizajes en la primera infancia debe ser un objetivo prioritario, puesto que esta es la forma de anticiparse al fracaso escolar, la deserción o la baja productividad de las personas a pesar de haber terminado la escuela”.
El sexto cuaderno FES utiliza datos de la encuesta EGRA (2018), para relacionar el desempeño en la lectura con el capital cultural. Este último se aproximó en la encuesta con la educación de los padres, la práctica de la lectura en el hogar y la existencia de libros en casa. El índice de capital cultural aumenta en la medida que más de estos factores existen.
Aprender a leer y escribir a tiempo, y al nivel esperado, es esencial en el trayecto académico de la niñez, habilidad que se espera que adquieran entre los 7 y los 10 años. Sin embargo, los resultados muestran que menor capital cultural se asocia con un desempeño lector más deficiente.
Los estudiantes de segundo grado de hogares donde se fomenta la lectura leen 10 o más palabras por minuto adicionales que aquellos para los que no se fomenta. Este representa uno de los principales indicadores de la capacidad lectora.
A pesar de que no saber leer puede repercutir tremendamente en el desarrollo futuro de los niños y niñas, en muchos ámbitos de su vida, los resultados muestran una realidad educativa alarmante. Según los análisis realizados, 4 de cada 5 estudiantes de segundo grado con bajo capital cultural se encuentran en riesgo de fracaso escolar.
Por su parte, la investigación cualitativa evidencia el papel central que la familia desempeña en la dotación de capital cultural a los niños y niñas. De hecho, en particular, las mujeres suelen ser las principales responsables de la formación educativa en el hogar; considerando que en los hogares vulnerables, la responsabilidad de acompañar la educación rivaliza con otras tareas, como las tareas domésticas, laborales, afectivas, de salud, entre otras.
Dicho acompañamiento está condicionado, naturalmente, por el nivel educativo de las madres. Las madres más educadas pueden apoyar más el proceso de aprendizaje de sus hijos e hijas, lo que implica que suelen adquirir material adicional de lectura y didáctico, practican la lectura con ellos, estructuran el tiempo de las actividades diarias incluyendo las académicas, mantienen comunicación activa con los docentes, y hasta costean refuerzos académicos.
En cambio, las madres con menos años de escolaridad se suelen limitar a motivarlos y preguntar por las tareas pendientes, ya que no cuentan con las competencias básicas para acompañarlos más ampliamente. A ello se le debe sumar que en los hogares en condición de vulnerabilidad, los libros para que los niños y niñas practiquen la lectura no suelen estar presentes. Por lo que el acceso a material de lectura se limita al que acceden por medio de las escuelas.
Una de las principales conclusiones que se desprenden de los hallazgos es que las escuelas deben ser espacios que compensen la falta de recursos de los hogares, incluyendo el capital cultural, y los docentes deben contar con una formación inicial y continua que les permita reconocer y enfrentar, con estrategias inclusivas, los diferentes bagajes culturales del estudiantado.
Por ello, las escuelas deben estar equipadas con materiales, libros y recursos que permitan una adecuada implementación del currículo y la asimilación del mismo, incluso para los niños y niñas de familias vulnerables que carecen de dichos recursos en casa.