Por Alejandra Salcedo, Winnipeg, Canadá / Francisco Ayala Silva, Arkansas, EEUU
No es secreto: Manitoba es una de las provincias más álgidas de Canadá. A finales de enero la temperatura bajó a -53 grados centígrados, durante el vórtice polar que convirtió a vastas regiones de Norteamérica en una alfombra de hielo y nieve. Para inmigrantes de los trópicos eso es parte del sobrevivir y luchar.
Como para la salvadoreña Wendy Ortez, quien emigró a Winnipeg hace seis años y nunca había experimentado más frío que el de los lluviosos inviernos centroamericanos.
Wendy tiene cinco hijos, y cuatro de ellos van a la escuela, que queda a seis minutos de su casa. Las clases no se suspendieron, pero algunos padres prefirieron dejar a sus hijos en casa.
Pero no Wendy. Ella camina con los niños dos cuadras hasta la escuela, y en esa breve distancia el frío lo siente hasta los huesos. “Realmente no está lejos”, dice ella, «pero cuando venía de la escuela estaba asustada”. Wendy no sentía las orejas ni las manos aunque llevaba bufanda, gorro y dos pares de guantes en cada mano. Lo dice riéndose, porque el recorrido lo repite ocho veces diarias porque trae a sus hijos a comer a la casa y en la tarde dos de ellos tienen diferente horario de salida.
Origen de ese frío
Cada polo tiene un torbellino flotando en sus cielos. Son los vórtices polares, y en ellos la presión atmosférica es menor que en las áreas que las rodean. Ambos torbellinos no tienen más de mil kilómetros de diámetro, y ambos giran eternamente.
Los vórtices comienzan en la mesósfera, que es la parte del cielo donde ocurren casi todos los fenómenos atmosféricos, y llega hasta la estratósfera. Debajo de esa colosal columna hay una masa de aire ártico, helada y densa.
Los vórtices se fortalecen en invierno y debilitan en verano, y eso es normal. Pero al debilitarse el flujo de aire ártico, se desorganiza y puede crear dos o más vórtices; entonces masas de aire ártico glacial emprenden el viaje al sur.
Es cuando el Niagara se congela, la nieve cubre los techos de los autos en Winnipeg, la gente camina en las aguas congeladas de los grandes lagos en Michigan y personas mueren. En la pasada semana, provincias del centro de Canadá y del Medio Oeste de Estados Unidos tuvieron sensaciones térmicas de -52 grados centígrados, más helado que la tundra.
Un estudiante de neurocirugía de la Universidad de Vermont, en la frontera noroeste con Canadá, murió en la ola helada de finales de enero. Tenía 19 años de edad y la policía dijo que no andaba suficiente abrigo para las temperaturas árticas. Otro estudiante murió congelado en Iowa City, en el corazón del Oeste Central de Estados Unidos. Más de mil automóviles patinaron en la nieve de Nueva York, antes de chocar.
Aun así, las temperaturas más bajas de los vórtices polares ocurrieron antes de 1996, según un artículo de la revista National Geographic, que asegura que el peor ocurrió en febrero de 1899. El Servicio Nacional del Clima dijo que no hay nada de qué alarmarse, solo prepararse para temperaturas heladas.
La ropa de invierno parece insuficiente para contrarrestar el frío extremo. Los hijos de Wendy en estos días visten más prendas de lo normal. Aquel jueves llevaban tres camisetas, dos suéteres, dos pantalones, tres gorros, bufanda y el traje completo de invierno.
Cuando nieva es peor. Su esposo viaja mucho debido a su trabajo como conductor de transporte pesado en Canadá y Estados Unidos. Es Wendy quien limpia la nieve.
“Uno palea para que quede decente, y luego pasan las máquinas limpiando las calles y vuelven a echar la nieve”, dice.
Es en la noche que ella trabaja, y el regreso consiste en esperar el autobús casi 40 minutos. Dice que busca una cafetería para resguardarse, “si no, no aguantaría”.
A pesar de los años en Canadá, Wendy no se acostumbra al frío. Asimismo, con temperaturas tan bajas sus hijos no pueden salir a jugar fuera de casa. Aún así, ella no reniega de su nueva patria. “No se trata de renegar porque gracias a Dios aquí la seguridad y la economía está mucho mejor que en otros países, por eso uno hace el esfuerzo de quedarse aquí y ver un mejor futuro para (los hijos)”.
A pesar de las gélidas temperaturas, la sociedad canadiense vive su cotidianidad. Nada se paraliza, todo sigue su curso por muy invivible que parezca, para muchos.