Por Dra. Margarita Mendoza Burgos/Colaborador
«El cambio es la única constante, y una mudanza es el primer paso hacia un nuevo capítulo». La frase, que pretende ser inspiradora, suena interesante, pero también desafiante. El ser humano es rutinario y una mudanza implica salir de un ambiente ya conocido para explorar nuevos horizontes, que pueden ser buenos, pero también malos.
Mudarse no es solo un proceso físico de cambiar de un lugar a otro, sino una experiencia profunda que puede tocar las fibras más íntimas de una persona. Aunque para algunos, una mudanza puede ser motivo de emoción y nuevas oportunidades, para otros puede generar una sensación de pérdida, estrés y ansiedad. Algo es seguro: es inevitable y un cambio de rutina, de costumbres, de conocidos, siempre provocará cierta ansiedad debido a la incertidumbre de lo que puede pasar.
Una mudanza, por más positiva que sea, conlleva una carga nostálgica por lo que se deja atrás. Es un proceso en el que se deja ir una parte de la vida que ya no regresará, lo que puede generar un sentimiento similar al duelo.
En todo caso, lo material es lo más prescindible: muchas personas optan por tener bodegas para almacenarlas o toman fotos de los mismos y los venden o regalan. Si venden tampoco es muy probable que la gente pague el valor que eso tiene para nosotros, lo cual aparte de entristecernos nos frustrará.
Aparte de las implicaciones emocionales, una mudanza conlleva una serie de desafíos prácticos que pueden incrementar el estrés. Organizar el transporte, embalar pertenencias, gestionar los cambios de dirección y todos los detalles logísticos pueden ser abrumadores. La sensación de no tener todo bajo control añade una capa adicional de estrés que se suma a la carga emocional ya existente.
En definitiva, mudarse es algo más que cambiar de casa. Implica tener nuevo status social, un cambio de trabajo, de escuelas o universidades, de amistades. Si se supone que es para mejor, al menos habrá optimismo y esperanza; si no, será bastante triste y devastador, aunque cada miembro de la familia puede asimilarlo de manera diferente, dependiendo de la personalidad. Pero puede generar incluso divorcios, hijos deprimidos y que hasta otros que tratan de fugarse del hogar.
Según una investigación de la Universidad de Plymouth, en el Reino Unido, los niños que cambian de residencia varias veces tienen un 61% más de probabilidades de sufrir depresión en la adultez. Estos números, que por sí mismos asustan, no impedirán que la gente siga mudándose porque es la ley de la vida, pero al menos es importante estar conscientes de los efectos que ello implica y poder tratarlos debidamente cuando corresponda.