Por Ramón Rivas/ Antropólogo
El Salvador – En la panadería «Trigo Molido» con José Alberto Acevedo, «Chibeto”. El olor a las panaderías siempre me ha gustado, de niño recuerdo que, hasta mis cinco primeros años, vivimos en el barrio San Miguel, y al otro lado de la calle se encontraba la panadería de don Herculano Platero y doña Tina Platero, una de las tres panaderías que existían en el entonces creciente Ilobasco de mis recuerdos.
La semana pasada tuve el gusto de conversar con mi buen amigo Chibeto, propietario de ‘Trigo Molido’ una próspera panadería surgida en Ilobasco y en el barrio El Calvario a mediados de la década de los noventa luego de que este buen hombre retornara de Canadá. «El frío no era para mí, y el olor al pueblo que me vio crecer me hicieron volver y empezar con el oficio que me ha entretenido toda mi vida», me dijo una vez.
Pues la semana pasada, en medio de del olor inconfundible de la semita mieluda, el pastel de piña, las peperechas, la Maria Luisa, la cháchama, las salporas de almidón, de arroz y de afrecho, pero como evadiendo la tentación de agarrar un pedazo de pastel de leche, una Margarita o unos enrollados que estaban colocados cerca de los yoyos.
Me conformé con la amena plática que sostuve con “Chibeto” y su hijo Samuel, atento él a las historias que contaba su papá ya que eran toda una cátedra del acontecer del pan en aquel tiempo, en donde en ese Ilobasco de mis recuerdos, sólo existían las panaderías de don José Andrade y doña Fina Miranda, allá en el barrio Los Desamparados y la de Don Daniel Alvarado y doña Fina Tamacas en el barrio El Calvario.
Estas panaderías, con la de doña Tina Platero, eran las que suplían de pan al creciente pueblo, pero hoy en día, nadie me pudo dar con certeza el número de panaderías que hay en esa enorme ciudad.
De niño el buen Chibeto hacia y repartía pan en la panadería de doña Fina Tamacas, eran enormes canastas llenas de pan las que se veían a diestra y siniestra en aquel lugar con olor a masa fresca y pan caliente y Chibeto hacia y repartía pan en bolsas de tela en las tiendas del poblado.
Fue don Daniel Alvarado, marido de doña Fina, quien quizá por ‘cariño’ una tarde lo bautizo con el sobre nombre de “Chibeto”, alias que arrastra con orgullo ya que, según mi apreciación, es parte de la historia de la identidad de este buen hombre en lo referente a su noble labor en el oficio del pan que muy bien lo logró y que hoy en día no sólo es sustento de muchos, sino también fuente de trabajo para muchas familias pero también un obligado requisito humano para iniciar la mañana.
Desayunar con el ‘pan francés de ‘Trigo Molido’ es algo así como iniciar con pie firmé el día.
“Chibeto” me dice, y recuerda como con nostalgia aquellos primeros años de su vida y me reconfirma que don Daniel Alvarado fue el hombre especialista en la elaboración del ‘pan francés’ en todo Ilobasco.
Por eso del buen y rico pan francés y por muchas cosas más, «las vendedoras de atol shuco a buena mañana, aun oscureciendo, allá en una de las esquinas del Parque central, y durante la tarde, preferían el pan francés de la panadería de doña Fina Tamacas, tostadito, de buen color y con un sabor inigualable», me dijo.
Y recuerda y me recalca, «el mejor pan dulce de esa época era la semita alta, la semita de punto, la chachama y sin olvidar la torta de leche».
El oficio de panadero es un trabajo duro, pero también es como trabajo de artista que para hacer una obra se debe ser creativo y en eso del pan hay que jugar con los colores, con los sabores, con los aromas, con las formas y el buen punto de lo que se hace y hornea que tienen que ir de la mano.
Y me dice, «A las dos y media o tres de la mañana se hornea el ‘pan francés’, el pan se hace un día antes por eso del proceso de fermentación, pero el que hornea debe de estar ya muy temprano, frente al horno, para tener listo ese rico pan a buena mañana.
«El pan dulce se hace en la mañana, me confirma, y se hornea por la tarde».
Un deseo de café con un buen pedazo de semita mieluda después de tanto ver y oler está ya como impregnado en mi mente, la amena plática termina entre ricos olores y los recuerdos cuando en el Ilobasco de mis recuerdos y así pienso y recuerdo; el sonido que hacían los herreros aún de madrugada, el repique de las campanas a las cinco y media de la mañana llamando a misa de seis, el grito del repartidor del ‘pan francés’, eran un bello quehacer rutinario de cada día y mientras tanto ya entrada la tarde otra vez el rico olor que despedían las tres panaderías volvía como para decir, ya es hora del café con pan.
Las panaderías son y serán un bien necesario aquí y en todas partes. Gracias “Chibeto” por recordarme tantas cosas ricas y necesarias de ese Ilobasco de mis recuerdos.