
Por Diego Recinos
Suecia – Decenas de salvadoreños radicados en Suecia celebraron el pasado sábado el aniversario de la independencia nacional. La actividad fue organizada por el consulado salvadoreño, en la que participaron empresarios suecos y otras organizaciones nórdicas.
La tarde del sábado hizo recordar a los salvadoreños aquellos añorados días del nostálgico mes de octubre en El Salvador. Un viento fresco con una brisa de nostalgia acompañados de un atardecer amarillento que luchaba con la nubes por hacer llevar sus rayos de luz a la nórdica ciudad sueca de Estocolmo.

En el norte de la ciudad, en un salón adornado con listones azules y blancos, globos, el escudo nacional y la bandera salvadoreña dando la bienvenida a la asistentes que poco a poco fueron llenando las mesas con velas que les aguardaban. Hombres, mujeres, adultos mayores y niños de todas las edades vestidos con trajes típicos de la nación centroamericana se dieron cita con un solo objetivo, celebrar en la distancia la independencia de su país, El Salvador.
Si bien, el clima era frío en la ciudad, al entrar al salón el ambiente era cálido. Entre cumbias, olor a café y pupusas, la plática curiosa entre compatriotas, la mezcla de acentos y el vestuario con camisas de la selecta; todos hacían parecer que estaban en una sucursal de El Salvador en tierras vikingas.

El acto inició con acento familiar, todos de pie, fueron testigos de la presentación de una ofrenda floral puesta junto a una bandera nacional. En la esquina opuesta, una leyenda que decía “Doscientos”, escrita con globos azules y blancos. El maestro de ceremonia anunció el momento más emotivo de la tarde.
Fue así que el himno nacional de la República de El Salvador sonó, pocas veces los salvadoreños se unen en grupos grandes en favor de algo, esta vez era el himno se escuchó al unísono. Entre voces entrecortadas, alguna que otra lágrima, piel eriza y la nostalgia que solo da el estar lejos de las tierras patrias, los asistentes cantaron el solemne himno nacional que siempre los une.
El acto continuó entre palabras alusivas, bailes, declamaciones, rifas y comida, el folclor y su colorido, la música contemporánea de El sombrero azul y el poema Cañal en flor, la celebración arrancó con aplausos de los asistentes.
Patricia Godínez, embajadora salvadoreña en Suecia, expresó: “Este es una oportunidad para conmemorar” y continuó “momento de sentirnos orgullosos como salvadoreños, al estar fuera de la patria, todos somos embajadores de un país”. así concluyó la diplomática.
Sin embargo, faltaba algo, las miradas de los asistentes, entre las actividades, se dirigían al costado oeste del salón, luego percibieron un olor singular, un aroma que solo los salvadoreños pueden distinguir, nada puede estar completo sin una pupusa y un café. Ningún acto, ninguna plática y menos una celebración. Con voz alegre la embajadora dijo: “Este es un evento simbólico para promocionar nuestra cultura”. Y una vez dicho esto, un hombre de estatura mediana y bigote respingado, entró al salón con un carrito que llevaba platos con pupusas, en el acto, varios asistentes aplaudieron.
La música comenzó a sonar, la cumbia opacó las interrogantes de varios asistentes que se decían, ¿por qué habían puesto tenedores y cuchillos? Sin embargo, aún faltaba algo por venir, eran los platos típicos de las riquísimas quesadillas y café salvadoreño.
La jornada transcurrió con la serenidad que da el buen comer, para Matilde Ibarra, una mujer sexagenaria que vive en Suecia desde hace tres años, esto era parte de una celebración esperada. “Huele bien rico todo, los bailes estuvieron lindos, pero faltó que bailaran “las cortadoras”. Por su parte, otra de las asistentes, una joven de San Vicente que estudia Idiomas en una universidad sueca, las cosas tienen un matiz diferente. “Nos atendieron de forma diferente, estuvo mejor, antes ni sillas habían para sentarnos a comer. Pero, quizá, pudieron haber invitados a más compatriotas”. Expreso Kenia Ramírez.
La tarde y sus rayos de sol le dieron paso a la oscura y fría noche nórdica sueca, los asistentes al salir, fueron ocultando las camisas con alegorías patrias con sus abrigos para el tenue frío del otoño. La realidad vuelve a sus vidas después de un leve oasis que fue sentir su hogar en medio del escandinavo país del norte de Europa.