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Siete pasos hacia la inteligencia emocional

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Estos enfoques nos muestran que formar personas emocionalmente inteligentes no es un lujo, sino una necesidad
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Por Dra. Margarita Mendoza /colaboradora

La salud mental se ha convertido cada vez más en un tema de interés y tendencia. Dentro de este amplio concepto, el manejo de las emociones ocupa un lugar fundamental. A menudo, lo que marca la diferencia entre el éxito y el fracaso no es únicamente la inteligencia académica, sino la inteligencia emocional, la capacidad de esfuerzo y el control personal.

Este cambio de enfoque ha sido impulsado gradualmente gracias a la experiencia acumulada por padres, profesionales, científicos y especialistas que estudian al ser humano, sus logros y sus fracasos. Uno de los principales motores de esta transformación ha sido la necesidad de superar los fracasos de muchos individuos con alto coeficiente intelectual, pero escasa gestión emocional.

Imagen de referencia/archivo/cortesía

Un claro ejemplo de esta realidad se observa en el ámbito deportivo, donde la falta de inteligencia emocional se manifiesta de diversas maneras: dificultad para manejar la frustración, falta de empatía, conflictos con compañeros o rivales y una mala gestión de la presión.

Casos como el del futbolista Mario Balotelli, conocido por su carácter explosivo y múltiples expulsiones debido a actitudes impulsivas, o el del tenista Nick Kyrgios, cuyas frecuentes crisis de ira y actitudes irrespetuosas hacia jueces y rivales le han traído sanciones y una reputación negativa, reflejan cómo la falta de control emocional puede perjudicar incluso a los más talentosos.

Durante mucho tiempo, el rendimiento de los niños se ha medido exclusivamente por sus calificaciones o sus logros en actividades extracurriculares, dejando de lado el desarrollo emocional. Sin embargo, la inteligencia emocional —según el Instituto Europeo de Posgrado— es la capacidad de reconocer y comprender nuestras propias emociones y las de los demás. Implica también saber regularlas, comunicarse de forma asertiva y establecer relaciones sanas y equilibradas.

Imagen de referencia/archivo/cortesía

En esta línea, la experta Reem Raouda, tras estudiar más de 200 casos de niños, identificó siete características aplicadas por padres que fomentan un alto nivel de inteligencia emocional en sus hijos. Estas son: 

  1. Valoraban el poder del silencio: permitían a sus hijos procesar sus emociones sin presiones, ofreciendo consuelo incluso sin palabras.
  2. Hablaban abiertamente de emociones: les enseñaban a identificar y expresar lo que sentían, evitando que reprimieran sus emociones.
  3. Pedían perdón a sus hijos: al reconocer sus errores, generaban confianza y respeto, haciendo que sus hijos se sintieran valorados.
  4. No forzaban expresiones como “por favor” o “gracias”: en lugar de imponerlas, modelaban estos comportamientos, logrando que los hijos los adoptaran de manera natural.
  5. No minimizaban las pequeñas preocupaciones: validaban cualquier inquietud, fortaleciendo la autoestima del niño y demostrando que sus sentimientos eran importantes.
  6. No ofrecían siempre soluciones inmediatas: incentivaban a los niños a tomar decisiones por sí mismos, desarrollando su pensamiento crítico e independencia.
  7. Aceptaban el aburrimiento: permitían momentos de inactividad, lo que estimulaba la creatividad y la capacidad para resolver problemas.

Estos enfoques nos muestran que formar personas emocionalmente inteligentes no es un lujo, sino una necesidad, y que el desarrollo emocional debe comenzar en casa, desde la infancia. 

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