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Brillan con luz propia, tanto los estadistas como los dictadores, en la crisis del papel higiénico

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Por Oscar Vigil

Toronto, Canadá. Bien dicen que en los momentos difíciles es cuando las personas sacan lo mejor o lo peor de su ser, y eso ha sido más que evidente durante la actual pandemia del Coronavirus, científicamente conocida como COVID-19, pero popularmente denominada como “La crisis del papel higiénico”.

Así, un matrimonio canadiense (ella es de origen hispano) se ha vuelto infamemente famoso al simbolizar la insensibilidad y codicia por acaparar miles de paquetes de toallas desinfectantes y revenderlas en línea. Según sus mismas declaraciones, en pocas semanas obtuvieron más de $100.000 en ganancias al comprar los paquetes en aproximadamente $20.00 en las tiendas de Costco y revenderlas en $89.00 en Amazon.

Pero también son virales las buenas acciones de muchos ciudadanos, entre ellos miembros de la comunidad latinoamericana en Canadá, quienes han sacado lo mejor de sí en estos tiempos difíciles y han compartido productos esenciales con sus vecinos o han ayudado a miembros de la tercera edad, que son los más vulnerables al virus, a proveerse de alimentos y artículos esenciales para su diario vivir. De igual forma hemos visto empresas productoras de cerveza que, ante la escases de desinfectantes, han reacomodado sus maquinarias para producir la codiciada gel a base de alcohol y venderla a bajo costo, entre muchas otras muestras de solidaridad en el país.

No hay duda de que el peor virus que se puede expandir en cualquier lugar y en cualquier época es el miedo, esa sensación de inseguridad que lleva a las personas a sacar sus instintos más primarios con el objetivo de garantizar su subsistencia. Y el miedo siempre es real, ya sea que esté basado sobre amenazas concretas o no, porque se genera sobre la base de las percepciones.

Es así como, en situaciones de crisis, reales o no, muy graves o poco graves, es normal que a las personas las invada esa sensación de inseguridad. Sin embargo, la misma puede ser aumentada o disminuida dependiendo de la actitud que tomen los gobernantes, quienes también sacan a relucir lo mejor o lo peor de sí.

En Canadá, el Primer Ministro Justin Trudeau ha dado muestras de su liderazgo al actuar como un verdadero estadista y no como un político más en busca de votos.

En primer lugar, ha tomado sus decisiones basadas en las recomendaciones que han estado dando los expertos y no en cálculos políticos. Obviamente ha habido críticas de porqué una medida se tomó hoy y no antes, o de si no era mejor “A” que “B”, críticas comprensibles dado que todos tenemos una opinión. Pero, contrario a las nuestras, las opiniones de los expertos son opiniones bien fundamentadas, porque ellos son los expertos en sus campos.

En segundo lugar, el Primer Ministro de Canadá ha actuado, en la medida de lo posible, en consulta con los Premiers de todas las provincias del país, lo cual le ha permitido implementar políticas eficaces a nivel nacional ante una epidemia que no reconoce ni fronteras geográficas ni fronteras políticas. Hay que recordar que el área de la salud en Canadá está en manos de cada provincia, por lo que los aspectos operativos dependen de cada gobierno provincial y no del gobierno federal. Y cada provincia también ha basado sus decisiones en las opiniones de los expertos y no de los burócratas o de los políticos.

En tercer lugar, el Primer Ministro Justin Trudeau, junto a su gabinete de gobierno y sus asesores, tiene muy claro el panorama de la crisis y no la ve como una foto estática, momentánea, sino como una película en pleno desarrollo. Esto explica el porqué la aplicación de las medidas ha sido y continúa siendo gradual, en una lógica de afectar lo menos posible la economía y particularmente la cadena de suministro de alimentos. El gobierno canadiense pareciera estar tratando de garantizar que los costos de largo plazo de la epidemia no sean mayores que los costos de corto plazo, porque una vez terminada la emergencia médica, el país va a enfrentar una emergencia económica, y las condiciones para enfrentarla deberán ser las mejores posibles.

Canadá obviamente tiene la ventaja de contar con un sistema de salud universal al cual tienen acceso todos los residentes del país, es decir que no importa si una persona tiene dinero o no, igual accede a los mejores tratamientos médicos del mundo, lo cual es fundamental a la hora de enfrentar una pandemia de salud. De igual forma posee una economía sólida y estable que permite no escatimar recursos tanto para tratar la enfermedad como también para inyectar fondos a la economía en forma de préstamos a los empresarios o de subsidios a los trabajadores, algo que ya está sucediendo. Pero tampoco es una sociedad perfecta, por lo que los efectos probablemente se van a sentir de forma diversa en los meses o eventualmente en los años que vienen.

Sin embargo, aunque el Coronavirus es el mismo, los desafíos que produce varían sustancialmente de país en país o de sociedad en sociedad, por lo que no se puede esperar similares reacciones ni las mismas medidas en todas las regiones del mundo.

Siendo de origen salvadoreño, quiero referirme al caso del presidente de ese pequeño país ubicado en la cintura del continente americano, Nayib Bukele, quien pareciera estar aprovechando la crisis para hacer campaña política con decisiones precipitadas y dictatoriales.

Mi amigo Manuel y su esposa canadiense sobrevolaban el Golfo de Fonseca a las 4:00 p.m. (hora de El Salvador) del miércoles 11 de marzo, cuando el presidente Bukele anunciaba a través de una cadena nacional de radio y televisión la prohibición de entrada a extranjeros al país y el envío a cuarentena a los salvadoreños provenientes del exterior. Así, cuando el avión de Avianca AV626 aterrizó en el Aeropuerto Monseñor Óscar Arnulfo Romero a las 7:00 p.m., hora local, los agentes de Inmigración salvadoreña le impidieron la entrada al país a la esposa de Manuel.

Más allá de tener que comprar boletos de emergencia en el mismo aeropuerto para regresar a Canadá, dormir en las sillas incómodas de las salas de espera y de perder la reservación para dos semanas en un hotel de playa en la costa pacífica, lo que más inquietó a mi amigo fue la forma precipitada y dictatorial de la medida. Medidas similares han sido tomadas por otros países, incluido Canadá, sin embargo, estas han sido anunciadas con por lo menso 48 horas de anticipación a fin de garantizar que, en este caso, los extranjeros a quienes se les prohíbe la entrada no viajen al país de destino.

Peor talvez fue lo que el mandatario hizo con los salvadoreños que llegaron al país, quienes fueron agrupados indiscriminadamente en salones hacinados, sin las mínimas condiciones de higiene o mucho menos de decoro, juntando a quienes llegaban procedentes de un país con alto nivel de riesgo, como Italia y España, con aquellos que llegaban desde Canadá o los Estados Unidos, países con bajo riesgo. Fue una buena forma de expandir lo mismo que quería impedir.

También, en los últimos días han sido virales en las redes sociales los ataques a la primera persona que ha dado positivo al COVID-19, y que aparentemente provenía de Italia y cruzó la frontera de El Salvador a través de un punto ciego. Visto desde fuera, estas parecieran campañas de odio como las promovidas y/o toleradas por el mismo presidente Bukele, quien al igual que el presidente estadounidense Donald Trump es un adicto a los mensajes en Twitter para atacar a sus adversarios, reales o imaginarios.

Personalmente estoy de acuerdo con muchas de las medidas que ha tomado el presidente salvadoreño para tratar de contener la epidemia, sin embargo, no avalo en ninguna circunstancia la forma improvisada y dictatorial con que está tomando estas medidas. El Salvador efectivamente necesita una nueva forma de hacer política, pero la forma en que el presidente Bukele lo está haciendo es igual a como la hicieron décadas atrás las dictaduras militares y que conllevaron a una sangrienta guerra civil.

Tratando de entender las cosas, no me cabe duda que la razón de fondo de esta actitud del presidente salvadoreño puede estar en la misma lógica por la cual cientos de miles de personas en los países norteamericanos han acaparado decenas de rollos de papel higiénico: ante el miedo, se trata de una regresión a la etapa anal, la segunda etapa en la teoría del desarrollo psicosexual de Sigmund Freud, donde el ano es la zona erógena primaria y genera placer debido al control del movimiento del intestino, con lo cual se sienten más seguros.

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