Foto VD: Marlon Hernández, Estocolmo, Suecia.

Por Francisco Ayala

Nada volverá a la normalidad quizás porque la normalidad era el problema.

Creíamos que había pasado la era en que las naciones colapsaban ante los virus, tan pequeños que pueden infectar bacterias, pero el coronavirus ya mató a 10 mil personas.

Ya mató a una multitud de ancianos y colapsó a algunos de los mejores sistemas de salud del mundo. Docenas de naciones han movilizado a sus ejércitos.

Entre las primeras víctimas estuvo la confianza que algunas sociedades tenían en ellas mismas. Por otra parte, resurgió la ciencia.

Durante décadas las compañías tabacaleras y petroleras, entre otras, atacaron cada investigación que probara que el cigarro causaba cáncer en los cuerpos y que los combustibles fósiles eran el cáncer de la Tierra.

Ahora se sabe que la ciencia es lo único que salva a la humanidad de ella misma.

También se comprobó que los estados, no las compañías, deben ser responsables de su salud pública. La República Popular China respondió al surgimiento del virus confinando a incontables infectados en sus casas o en centros de desinfección.

Corea del Sur ordenó a cientos de miles de sus ciudadanos someterse a exámenes. Pocas democracias tradicionales habrían hecho lo mismo. El camino del siglo XXI quizás consista en educar a los pueblos para que, cuando la urgencia llegue (y llega) los pueblos obedezcan al estado o el estado deberá obligarte a obedecer. Cómo conservar las democracias en esos momentos será lo que definirá a este joven siglo.

Las escenas de adolescentes en bacanales en las playas estadounidenses en plena epidemia, véanlas. Hablan más de la estupidez colectiva que las muchedumbres corriendo a los supermercados a comprar cajas y cajas de papel de baño.

El concepto de empleo podría nunca volver a ser el mismo. Millones de empleados quizás no vuelvan a sus oficinas porque se demostró que pueden realizar su trabajo desde casa.

Millones no volverán porque perdieron su empleo y eso será un colosal golpe a las economías. Esperanzadoramente, se verá con veneración a los médicos, enfermeras, empleados de hospitales, educadores de salud, y a los educadores de las escuelas de todos los días, quienes en todo el mundo y en horas (no días) diseñaron planes para que sus alumnos siguieran aprendiendo y, de ser necesario, tuvieran alimentos. 

El coronavirus como amenaza pasará y nada será igual, porque ninguna mujer ni hombre volverá a ser igual. Quizás para mejorar. Quizás no.