Por Dr. Ramón D. Rivas /Antropólogo-investigador
En las casas, la gente se ‘remiraba’ con los nacimientos, pero Ilobasco tenía algo más típico. Eran los ‘muñecos de barro’ hechos en la misma ciudad. Todos estos ‘muñequitos’ eran colocados en medio de un decorativo ambiente de pobreza, soledad y romanticismo que eran las características de esas recreaciones navideñas.
Hace poco, visité la tienda taller de Víctor Herrera, hijo de don José Antino Herrera, célebre ceramista de ese mi pueblo que en vida levantó, al igual que otros de su época, ese arte de la cerámica y puso en alto el nombre del lugar y me hizo recordar la navidad y toda esa época.

En aquel tiempo de mis recuerdos, la gente, abría las puertas de sus casas de par en par, para ofrecer estas recreaciones al público. La familia Molina, allá en el barrio San Sebastián, todos los años impresionaba con tan grande y creativo nacimiento, así como la familia Uceda, en el mero centro de la entonces creciente ciudad.
Los cipotes, lucían sus estrenos, y, esperaban los tradicionales regalos de sus parientes
El 24 de diciembre, a media noche, según la tradición popular, nace el niño Dios; y su imagen era colocado en el cajón donde comen las bestias, llamado pesebre. Pero ese mismo día, desde muy tempranas horas de la tarde, los niños, pero también uno que otro adulto, comenzaban a quemar pólvora en las calles y en el parque, haciendo un ruido que, poco a poco, se iba extendiendo y haciendo más estridente. Ya cuando caía la noche, toda la ciudad, parecía un campo de batalla, pues entre trago y trago los osados jóvenes confundían la tradición con el vandalismo, haciendo estallar morteros con la potencia hasta de poder derribar una puerta.

No era extraño ver en las calles caballos, perros y gatos, que, al estruendo, corrieran en desbandada
En el portal, cientos de cortadores, algunos de ellos más pobres y enfermos que como cuando pasaron mes y medio atrás, ahora venían de las fincas de café para pernoctar por la noche allí, en ese portal sucio y frío, confundiéndose sus ronquidos con los de los bolos de todo el año, la gritolera de los dos locos de la ciudad; Nardo y la Lionza, y el retumbo de la pólvora.
Entre morterazo y bombazo, se veían cruzar por calles y esquinas, procesiones de gente con las tradicionales ‘posadas’ al son del ruido que hacían los niños con ‘pitos de barro’, lo que hacía más bullicioso el lugar en el ambiente de la época.

No faltaba más de un cipote quemado y la abuela lo empapaba con frescas tajadas de tomate para aliviar el ardor
En las casas, la fiesta se hacía notar desde muy lejos al sonido de las cumbias y canciones. “Aquellos diciembres, aquellos diciembres que nunca volverán…,” de los Falcones; “El año viejo”, de Tony Camargo; “Cantares de navidad” de Billo’s Caracas Boys; “Otra navidad” de Celio González…, Se repartía, entre algunas familias a los amigos ‘sanguches’ y en otra tamales y pan dulce y refrescos naturales y comprados. Se repartía a todo aquel que llegaba a la puerta y también, de inmediato , se invitaba a pasar.
Había que ver el nacimiento y se tenía que disfrutar de la fiesta
Los tamales de gallina y de tunco, las quesadillas, los marquesotes, ‘los sanguches’, la horchata, el fresco de Chan, refrescos embotellados, y, entre vaso y vaso con ‘piquete’, hombres y mujeres, ya medio ‘atarantados’ bailaban en los corredores y frente al nacimiento de un lado a otro. Se comía hasta decir ya no, gracias.
Era tradición visitar todas aquellas casas en donde previamente se sabía que habría ‘fiestón’ y alguien me comento que «se iba dejando un espacio en el estómago, ya que en cada casa abundaba la comida». En esas fiestas era como que todo mundo olvidaba los pesares y las rencillas de pueblo.
A las doce en punto de la noche, la gente se hacía presente a la iglesia San Miguel Arcángel para admirar primero el nacimiento, montado, como sucedía cada año, por el señor Manuel Guerra con la colaboración de doña Elba de Moreno para luego asistir a “la misa del gallo” y luego irse a casa a cenar con familiares y amigos que cada quien invitaba.

En todo Ilobasco, había fiesta, y la gente bailaba, se comía, se repartían panes rellenos y otros arreglos espaciales de la época
Los acomodados -que nunca faltan-, se jactaban de realizar fiestas en las que se invitaban sólo entre ellos y se brindaba con “guaro importado”, se comían uvas y manzanas por montones y se hartaban pavo cocinado con ingredientes, también importados. Algunas mujeres, se emborrachaban con ‘ponche’ que se hacía en las casas pero el populacho bebía el popular y pernicioso Tic-Tack o el Espíritu de Caña y no debía de faltar los tamales de gallina y de tunco.
Ya en la madrugada, los compadres al calor del alcohol y la música de la época, se abrazaban deseándose feliz navidad…