Por Guillermo Mejía / Colaborador
Opinión – Los “emócratas” manejan muy hábilmente la madeja de emociones y sentimientos de la ciudadanía que, de manera inocente o cómplice, otorga a los titiriteros políticos un poder desmedido en detrimento de lo que debería ser una auténtica vivencia democrática dentro de la sociedad.
Pero a qué nos referimos con “emocracia”. Es un neologismo que se traduce como “gobierno de las emociones” y, por ende, “emócratas” se relaciona con los respectivos agitadores políticos que instrumentalizan de esa forma a los ciudadanos. Se cita a Bertrand Russell como el que denunció esa perversidad en la época del ascenso nazi, en Alemania.
Críticos y expertos señalan con preocupación que alrededor del mundo los políticos han ido abandonando el discurso racional y el pensamiento analítico y se han decantado por mensajes que imprimen seguridad y emoción en los ciudadanos. Se auxilian especialmente de las redes sociales que cada vez ocupan un espacio primordial en las sociedades.
“La ‘emocracia’ se sustenta en inflamar los sentimientos mediante el populismo, la espectacularización y el radicalismo”, escribió recientemente el periodista español José Javier Rueda, que pone al expresidente estadounidense Donald Trump como una de los principales gestores del modelo.
Según Rueda, Trump “un ególatra multimillonario, sin experiencia política ni mayor don que la capacidad de abrirse un hueco en las redes sociales y los medios de comunicación a través del exabrupto y el desvergonzado uso de la demagogia”. Y que “ganó las elecciones contra todo pronóstico con un mensaje machista, racista y marcadamente nacionalista”.
Si bien el ahora postulante republicano es ícono del modelo de la “emocracia”, la lista mundial es inmensa. Por ejemplo, entran en ella Johnson, Trudeau, Netanyahu, Bolsonaro, Nayib Bukele, Javier Milei, Pedro Sánchez, entre tantos, que explotan las emociones y sentimientos de los ciudadanos en la consolidación del poder.
Para el analista español Germán Gorraiz López, hay dos situaciones que favorecen el alcance de los fines de los “emócratas”: Uno, la presencia de las redes sociales como X, antes Twitter, convertida en vehículo de transmisión de los postulados del “emócrata” de turno para propagar el maniqueísmo, el culto al líder y mediante las fakes news conseguir sumir a la población en la duda existencial. Dos, el 57% de los encuestados en 154 países se muestran insatisfechos con la democracia actual, situación que abre el camino de los “emócratas” al poder.
“Los emócratas se sirven de la llamada inteligencia maquiavélica, consistente en el ‘uso de comportamientos cooperativos o combativos que le puedan reportar mayores posibilidades de adaptación en función de una situación concreta”, afirma. “Asimismo, los emócratas se distinguen por su extraordinaria capacidad para encontrar las debilidades ajenas y utilizarlas en beneficio propio, así como realizar acciones complejas que pueden no ser entendidas en un principio por sus votantes pues sus metas se proyectan hacia un futuro mediato (implementación de un sistema Presidencialista con claros tintes autocráticos)”, agrega.
Según Gorraiz López, su labor vendría facilitada por el encefalograma plano de la conciencia crítica de la sociedad actual, sedada por el consumismo compulsivo y favorecida por la decadencia del llamado cuarto poder: “Así, en la actualidad, la práctica periodística estaría peligrosamente mediatizada por la ausencia de la exégesis u objetividad en los artículos de opinión, así como por el finiquito del código deontológico periodístico”, denuncia.
Concluye el autor con lo siguiente: “Asimismo, la emocracia sería el caldo de cultivo de la autocracia, forma de gobierno ejercida por una sola persona, especie de parásito endógeno de otros sistemas de gobierno (incluida la llamada democracia formal). Así, partiendo de la crisálida de una propuesta partidista elegida mediante elecciones libres, llegado al poder el emócrata se metamorfosea en líder Presidencialista con claros tintes totalitarios, lo que confirma el aforismo de Lord Acton ‘El Poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente’”.
Como contexto, creo oportuno agregar algunos elementos acerca del consumo de medios de comunicación y el papel de la desinformación en El Salvador, tomando en cuenta que en la “emocracia” ese vicio tan propagado resulta un instrumento muy útil para los “emócratas” de turno en la consolidación del poder.
Veamos. La última encuesta de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), referida al segundo año de la imposición del Régimen de Excepción, arroja algunos datos acerca del consumo de medios en El Salvador, que nos permiten acercarnos al análisis e interpretación del fenómeno de la desinformación.
En ese sentido, los salvadoreños dicen que se informan sobre el quehacer del gobierno del presidente Nayib Bukele a través de redes sociales (59.6%); televisión (29.5%); periódicos digitales (4.1%); radio (2.5%); periódicos impresos (1.9%); y otros (2.5%).
Hay cambios sustanciales con respecto al consumo de medios que reveló la encuesta de la UCA cuando se cumplió el primer año de la imposición del Régimen de Excepción, en 2023: redes sociales (46.8%); televisión (44.0%); periódicos digitales (3.9%); radio (2.9%); y periódicos impresos (1.8%).
En el estudio de opinión de la UCA anterior al del 2023 citado, que midió la opinión sobre el derecho humano al agua, fue la televisión (45.3%) y las redes sociales (42.9%) los espacios privilegiados para informarse por los ciudadanos. Como podemos observar, pues, en 2024 se refleja la forma en que las redes sociales se van imponiendo en el consumo mediático y, por ende, estamos más expuestos a la desinformación.
En otras ocasiones he expuesto que es necesario, por un lado, apostarle a la ciudadanización de la política a fin de apropiarse de ese derecho secuestrado por grupos de poder, mientras, también hay que apostarle a la ciudadanización de la comunicación. En otras palabras, participar de ese derecho a la par que el sistema mediático potencie el traslado de la información y se abra a la pluralidad de voces en el espacio público.
Que la sociedad se apropie de la comunicación con la alfabetización mediática y la alfabetización digital. Receptores educados en el manejo de los medios, además alfabetizados en el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y que cuenten con acceso a la red de redes, para ejercer ciudadanía.
Pasar de ser simples consumidores de los espacios mediáticos a constructores de sus propios discursos, aprovechando las posibilidades que ofrecen las TIC.
El comunicólogo boliviano Carlos A. Camacho Azurduy cree necesaria la participación ciudadana en el sistema mediático y para eso hay dos formas concretas: Que los medios brinden una oferta informativa noticiosa de calidad “para que los ciudadanos viertan opiniones argumentadas capaces de establecer diálogos y generar debates públicos para llegar a consensos sobre lo que es común a todos (asuntos públicos)”.
En segundo lugar, “(…) También se debe procurar la educación para la recepción, en el sentido de ayudar a las personas a desarrollar sus propias capacidades y habilidades para apropiarse, usar y re-significar la información y, fundamentalmente, impulsar su capacidad crítica y argumentativa para formarse una opinión propia y sustentada y, de este modo, generar corrientes de opinión dominantes y promover acciones transformadoras”.
Ese binomio comunicación y política es de suma importancia para la sociedad. Los ciudadanos, a la vez consumidores de información, deben contar con las herramientas para acercarse de manera crítica a la oferta mediática, local y global, y la toma de conciencia parte de reconocer la forma en que se da el fenómeno en la realidad. Un buen antídoto contra la desinformación en tiempos de la “emocracia” y sus “emócratas”.