
Por Lauri García Dueñas
Una “tanatada” de mujeres escritoras centroamericanas -más de cincuenta- se reunieron por primera vez en La Casa Tomada de San Salvador y otros centros culturales del país, del miércoles 3 al sábado 6 de julio de 2019, en un evento inédito en su índole, organizado por la escritora y académica salvadoreña residente en Barcelona, Tania Pleitez y la escritora y editora salvadoreña, Susana Reyes.
El encuentro puso en evidencia la gran calidad del trabajo desarrollado por estas mujeres en la región, así como los obstáculos que tienen para publicar o recibir el reconocimiento económico y simbólico a su labor, así como la precariedad económica que muchas tienen que enfrentar.
El miércoles 3 de julio sucedió la inauguración en la Gran Sala de La Casa Tomada e inició la exposición y venta de libros con la presencia de Editorial del Pensativo, Guatemala; Guaymuras, de Honduras; Eva, de Costa Rica y las salvadoreñas Kalina, Índole editores y Editorial Delgado. Precisamente, para poner al alcance de los lectores los libros de estas mujeres creadoras.
A las 8:30 p.m., dieron inicio las lecturas en el 779 recital en Los Tacos de Paco, un lugar ya emblemático para las y los poetas locales e internacionales. Destacó la lectura del cuento de la guatemalteca Lucía Escobar, un relato sobre una adolescente de clase media que se codea por algunos días con la pareja de clase alta más popular de su colegio, con la excusa de conseguirles marihuana que termina regalándoles para poder volver con sus verdaderos amigos: los artistas.

Día 2: ¿Desde dónde escriben las mujeres?
El jueves 2 de julio de 9:30 a.m. a 11:00 a.m. se llevó a cabo en el Museo del Antiguo Ferrocarril de Quezaltepeque la exposición del tema “Oportunidades para el desarrollo integral de las mujeres a partir de la escritura”, se rifaron libros y se convivió con estudiantes.
A las 2:30 p.m., en la Gran Sala de La Casa Tomada; se reunieron la guatemalteca Lucía Escobar y las salvadoreñas Liza Onofre, Teresa Andrade y Amparo Marroquín para abordar el tema “¿Desde dónde escriben las mujeres?”
Marroquín inició denunciando “la trampa y la cárcel profunda” que han sido el matrimonio y los hijos para las mujeres escritoras como su abuela Amparo Casamalhuapa que escribió antes de los 25 y después de los 65 porque tuvo que dedicarse al trabajo de cuidados el resto de su vida.
También comentó cómo en el ámbito universitario en todo los niveles; académicos, docentes y administrativos; suele haber contratados más hombres que mujeres. Propuso trabajar en las cadenas de cuidados y en las comunidades de cuido y que las mujeres crean en que tienen algo que decir, no cedan a la autocrítica y autocensura y sepan que cualquier lugar es un lugar para declararse escritoras.
Por su parte, la escritora y comunicóloga salvadoreña Liza Onofre, recalcó que escribir es una decisión política que pone en juego el poder, que suele estar en manos de los hombres, y puso como ejemplo el hecho de que haya medicinas que “no nos pegan” a las mujeres, porque fueron diseñadas por hombres.
Celebró el hecho de que muchas mujeres se digan “voy a escribir unas palabras y les voy a poner mi nombre”. Y subrayó que “las escritoras renunciamos a una sanción positiva”.
Las escritoras, a su juicio, han ido ganando terreno más allá del rol de maestras, pero advirtió que el sistema no se los ha hecho fácil ni se los hará, por lo cual se tienen que tejer redes. Hizo un llamado a que las creadoras deben “intervenir la historia”, luchar, entre otras cosas, por acortar la brecha salarial, sin olvidar, que en esta profesión también hay una cuestión de clase y raza incluida. “Hay mujeres estadounidenses que dan por sentado cosas que las latinas no”, aceptó.
Sugirió evitar la rivalidad, dejar de creer en la meritocracia pues hay lugares físicos y simbólicos a los que no se permitirá el acceso a las escritoras pues son organizados por hombres, huir de los discursos “para aplacarnos”, torear el sesgo de género y buscar espacios propios y “no enviar trabajos para la aprobación del varón”.
“Heredamos tanta servidumbre”, acuñó. Por lo que propuso, leer y citarse entre escritoras.
Teresa Andrade también denunció la brecha salarial de género en el periodismo y aseguró que las mujeres escriben “con la fuerza de sus entrañas”. Lucía Escobar habló también como periodista y confesó que muchas veces llega a su casa y no quiere seguir escribiendo pues también “somos humanas y tenemos que descansar”. Precisamente, lo dice una columnista que ya lleva unas mil columnas publicadas.
A las 4: 30 p.m., les tocó el turno a las narradoras. Por su lado, la escritora y catedrática Carmen González Huguet, compartió su método para escribir: planificación, organización y disciplina y aseguró que “nos tenemos que dar permiso para escribir lo que nos de la gana”. También aseveró que para las escritoras “la soledad es una bendición” y no se debe ver como algo peyorativo. “La primera que tenía que respetar mi profesión era yo”, puntualizó y agregó que “escribir es estar en la mejor condición física”.
La escritora, filósofa y artista costarricense Dorelia Barahona comentó que “siempre tengo preguntas esperando una respuesta y, cuando aparece una respuesta, aparecen más preguntas”. Aseguró que la literatura es parte de su estructura psíquica y que “somos pasado”. Apuntaló que su obra pretende dar “un testimonio incómodo, salvaje, ardiente”. “Yo escribo para romper el estatus quo y sugerir nuevos estados”, precisó.
Tanto ella como Carmen, explicaron cómo realizan metódicamente una inspección literaria de los escenarios donde ocurren sus historias.
Barahona propuso que las escritoras deben de educar a la gestora cultural que llevan dentro hasta ver publicados sus trabajos. “La habitación propia está en la cabeza”, aclaró. “La escritora está llena de gente”, puntualizó.
La novelista guatemalteca Vanessa Núñez conmovió a la audiencia, contando cómo desde niña coleccionaba y desenterraba lombrices y cómo, como escritora, le gusta hacer emerger lo que está oculto y no nos atrevemos a relatar. Cuando era más joven, contó, “entendió que la vida se acaba”, cuando su hija Mariana fue diagnosticada con síndrome Down y ella se preguntó qué hacemos los seres humanos cuando estamos colgados de la rama sobre el abismo. “La literatura es el instrumento de sacar lombrices”, apuntó.
Las tres escritoras de esta mesa hablaron del trabajo de escritura y corrección obsesiva que deben de realizar las novelistas antes de dar por terminada una obra.
A las 7 p.m., se presentó el libro de poesía “Fuera del club” de Dorelia Barahona, de la editorial salvadoreña Índole editores, quien también anunció la apertura de la colección “Mujeres de Centroamérica”.

Día 3: ¿De qué escriben las mujeres?
A las 9:30 a.m. abrieron la Gran Sala las dramaturgas centroamericanas. La organizadora Susana Reyes leyó el texto de la nicaragüense Zoa Meza, quien no pudo asistir por la situación política de su país y asuntos personales, pero envió un texto muy ameno sobre su concepción del teatro infantil.
Margarita Kenefic de Guatemala leyó un fragmento de una obra en la que unos pájaros y animales intentan detener la debacle ambiental y recapituló que todo lo que se había dicho en el festival era valioso aunque no todas estuviesen de acuerdo en todas las opiniones.
“Escribo de lo que se ofrezca, de lo que se necesita. Para mi grito personal está la poesía. El teatro es mi herramienta”, afirmó, así como declaró que en el caso de sus textos intenta llegar al mínimo de acotaciones y construir los personajes a través del diálogo, así como que su trabajo sea sobrio y exacto.
La actriz y dramaturga salvadoreña Jennifer Valiente dijo que “cuando interpretas la realidad, te interpretas a tí mismo” y aseguró que “para el relevo de actores se necesitan textos”, habló de la escritura como elección de vida y búsqueda de sentido y del teatro como acto colectivo. También leyó un fragmento de “En un lugar de la mancha”. Además, bromeó con las veces que ha dicho “no lo vuelvo a hacer”, ya que ciertos trabajos teatrales requieren demasiado esfuerzo físico, emocional y mental.
Por su lado, Jorgelina Cerritos, salvadoreña, ganadora del premio Casa de las Américas Cuba 2010, justamente se preguntó si son los premios los que deberían validar a las escritoras o, mas bien, el propio trabajo, pues en su caso ese premio le vino luego de diez años de hacer artístico.
Recordó que se tomó “el hecho creador” por su cuenta allá por los noventa, escribiendo sus propias historias, ya que como actriz se preguntaba hasta cuando interpretaría las historias de otros. Afirma que escribe desde “un territorio mujer salvadoreña en un país con todo en contra”. Con gran aplomo e intensidad, leyó fragmentos de su obra premiada “Al otro lado del mar”.
Las integrantes de la mesa debatieron sobre el papel de la directora o director de teatro frente a las dramaturgas y coincidieron en que el director también crea, pero debe respetar la esencia del texto, como recordó Cerritos.
Las 2:30 p.m. fue el momento de las académicas centroamericanas. Tania Pleitez, residente en España; Christy Najarro, doctorada en Brasil; Gisela López, de Guatemala y Magda Zavala, de Costa Rica.
Tania denunció la precariedad económica de los académicos y académicas en el mundo, en el caso de España, lo complicado de ser profesor asociado, pues te hacen pagar tu propia seguridad social, firmas como tiempo parcial pero te ponen una carga de tiempo completo, denunció así la sociedad del “burn out” donde, hasta en Yale, hay profesores asociados que tienen que dormir en sus autos pues no les alcanza para pagar la renta. En el caso de España, cuando se libera una plaza de tiempo completo, la competencia se vuelve feroz.
Apuntó la dificultad de estudiar a las escritoras centroamericanas desde España, pues algunos académicos no consideran sus aportes estéticos importantes.
Christy contó su experiencia en Brasil donde “hacía un mapa en el aire para enseñarle a la gente dónde estaba El Salvador” y su proceso de entender qué es ser salvadoreña y centroamericana, comentó que está buscando escribir sobre el cuerpo femenino como contraviolencia para su postdoctorado en Brasil y que ha estudiado y profundizado, entre otros, en la obra de Jacinta Escudos y Roque Dalton.
López expuso los trabajos que varias académicas han hecho mediante la cátedra en México Alaíde Foppa, poeta guatemalteca argentina nacida en 1914 y desaparecida en Guatemala en 1980.
Zavala llamó la atención sobre el hecho de que pocas mujeres centroamericanas están incluidas en el canon literario de la región y, las que sí lo están, muchas veces ha sido por la clase social o las alianzas que establecieron con el mundo literario, por lo que sugirió que para el estudio de las obras hay que ser justos en destacar a aquellas mujeres que sí dedicaron toda su vida a la literatura, no solo unos años, y cuyos aportes estéticos son sobresalientes.
Sobre la mesa, se quedó tejiendo ya una propuesta de red de académicas centroamericanas que apuntalen a la investigación sobre las escritoras de la región.
Ese viernes, las escritoras se reunieron en el bar Leyendas y probaron las viandas hechas por la también escritora salvadoreña Mayte Gómez, quien agasajó a las concurrentes.

Día 4:
El encuentro culminó con la lectura “Otro modo de ser” de casi medio centenar de poetas centroamericanas en la Gran Sala de la Casa Tomada en una maratón de 10 a.m. a 5 p.m., donde lo más destacado fue el amplio espectro de edades y propuestas estéticas.
Las organizadoras confesaron que desarrollaron todo esto “sin un duro” valiéndose de patrocinadores y apoyos que creyeron en este hito: Festival Otro Modo de Ser Barcelona; Fundación Claribel Alegría; Centro Cultural de España en El Salvador; El Sitio, mariscos y carnes al carbón; Los Tacos de Paco; Beatriz Alcaine; Leyendas; Café Luz Negra; Alcaldía de Quezaltepeque; RSL; FISDL (Fondo de Inversión Social para el Desarrollo Local); Stella Artois; Editorial del Pensativo, Guatemala; Guaymuras, de Honduras; Eva, de Costa Rica y las salvadoreñas Kalina, Índole editores y Editorial Delgado.
El encuentro de escritoras centroamericanas se llevará a cabo cada año en un país diferente del istmo.