
Por José Eduardo Cubías Colorado
La guerra fratricida estaba por terminar, con la ofensiva final, “Hasta el Tope”, del FMLN, en noviembre de 1989, para ubicarnos en un contexto histórico.
Pero el propósito de esta nota es hacer referencia, de la imagen, que presentaba el centro histórico de la ciudad capital de El Salvador.
A vuelo de pájaro el casco histórico luce gris y con dificultad podemos percibir los edificios y las plazas cívicas, de aquellas que, en una época, fueron acogedores parques con frondosos árboles, para solaz y esparcimiento de los capitalinos.
No tengo buenos recuerdos de la impresión que causaba el abandono de aquel histórico lugar, pues lucía sucia y mal oliente, por problemas en la recolección de la basura, y los malos hábitos de convivencia del comercio informal, que habían convertido en mercado las principales calles del centro capitalino.

Las vendedoras ambulantes pululaban en cualquier sitio de la ciudad, sin respetar su valor histórico.
Prácticamente, las calles de la ciudad estaban tomadas por el comercio informal, donde se vendía de todo, hasta drogas, contrabando y trata de personas para el comercio sexual. Al final de cuentas estábamos en guerra y el cese de fuego aun no llegaba.

Si el aseo y la limpieza de la ciudad era problema para la municipalidad, cuanto más el ornato. Agreguemos el humo de los vetustos autobuses y el ruido estridente de sus “pitos” para abrirse paso entre las vendedoras de las calles y aceras en el “mero centro” de San Salvador. Contaminado apestoso. Una ciudad poco minada.
Estábamos por cumplir una década, una década de guerra, y las prioridades eran otras, lo prioritario para los que sobrevivimos esos cruentos años era salvaguardar nuestra vida y la integridad física en una ciudad sitiada en constante violación de los Derechos Humanos y la dignidad de las personas.