
Por María T. Morales
Houston, Texas. Pareciera que hemos llegado a niveles de desconfianza donde no importa si solo es un simple estornudo, por la época de alergias, una breve tos debido a la contaminación o si es que se le introdujo una basurita en los ojos, y estos se tornaron llorosos.
Lo cierto es que ante la pandemia de COVID-19, todos, absolutamente todos, somos sospechosos de ser portadores, porque, pese a que no se muestren signos de esta fatal enfermedad, estornudar o toser se ha vuelto una amenaza que pone en peligro la salud y la vida de los demás.
Cuidar al máximo la salud, en tiempos de coronavirus no es nada fácil. Tampoco es nada fácil sostener un estornudo, toser o disimular unos ojos llorosos.
Poco a poco, se torna más fácil afectar relaciones sociales, laborales y familiares; hoy por hoy, estas dependen de un estornudo o de una tos.
Ni hablar, sobre el uso de la mascarilla que se ha convertido en espada de doble filo. Si usa, es posible que lo tachen de exagerado, loco, sin oficio, delicado, y hasta de hipocondríaco.
Si no la usa, es un ser desconsiderado, falto de respeto, loco, desamorado por la vida, y hasta abusivo quien atenta contra la vida de los demás.
Me quedo corta ante muchos calificativos provenientes de ambos lados como si esto fuese un show de boxeo.
Argumentos tras argumentos, la realidad nos lleva al mismo camino: todos somos altamente sospechosos hasta que la prueba del COVID-19 diga lo contrario.
Mientras gobernantes se pelean entre ellos, a la vista, por la “cereza en el pastel electoral”, yo, acá, bajo la turbulenta situación mundial por el COVID-19, soy libre al decidir protegerme, y, a vez de procurar respetar y, distanciarme seis pies de quien no lo hace. Respeto merece respeto.