Por Julio Rodríguez/Periodista colaborador
El hombre que la separaraba del grupo de migrantes que intentaba perforar la frontera, era conocido como “El caminante”. Un coyote que cobraba mil 500 dólares a cada persona solo por ayudarlas a pasar el río y dejarlas dentro de los Estados Unidos. Magarita era una de ellas y por fin su sueño estaba cerca. Había iniciado el viaje desde su ciudad natal, Santa Ana, ubicada al occidente de El Salvador.
Margarita (Nombre ficticio de una historia real), emprendió el viaje con unos cuantos dólares que le habían enviado sus hijas para que se reunieran en Washington, eso ya no sería posible, porque justó a la orilla del río se escondió del grupo y se entregó a las autoridades migratorias de México, porque ya no aguantaba que “El caminante”, la violara casi todos los días.

“Cuando me decidí a dejar México, donde me quedé por varios meses, pues me habían robado parte del dinero en el camino, lo hice con la esperanza de, finalmente, encontrarme con mis dos hijas” empieza a relatar su historia.
Esa decisión de amor maternal se convirtió en dolor cada vez que “El caminante” la violaba cuando la separaba del grupo de migrantes, impotentes de ayudarle a una mujer que solo quería ir al encuentro de sus hijas.

Un día en que la “migra” los persiguió, todos corrieron a esconderse hasta que pasó el peligro, luego empezaron a reunificarse para continuar la travesía. Margarita, aún escondida, no respondió a los gritos de “El caminante”, ni del grupo.
Cuando se fueron, ella esperó un largo tiempo hasta que apareció una patrulla fronteriza y se entregó voluntariamente. Fue retornada a El Salvador y aunque sigue pensando en sus hijas, ha quedado sin ganas de volver a intentarlo.
“No creo volver de nuevo”, dice Margarita caminando de prisa hacia el autobús que la llevará a su natal Santa Ana, done espera rehacer su vida, como un nuevo sueño, pero no americano, ese la daño mucho y “sin duda, Dios me ha guardado” sentencia con renovadas esperanzas.
