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Condiciones ambientales y educación

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Por  Dra. Margarita Mendoza Burgos

Pocas veces ponemos atención a las condiciones ambientales de las aulas en las que nuestros hijos estudian.

Normalmente factores como la iluminación, la ventilación, los colores de las paredes e incluso la temperatura se minimizan o se consideran irrelevantes.

Sin embargo, existen investigaciones que aseguran que determinados elementos -que pueden variar dependiendo el lugar y el clima- ayudan a mejorar la concentración y a acelerar el aprendizaje de los alumnos.

En nuestro país no se puede decir que las condiciones ambientales son ignoradas, porque sería faltar a la verdad. Pero solo unos pocos acceden a ellas, y son aquellos estudiantes que acuden a instituciones privadas.

Una elite, una minoría selecta. Todo depende del poder adquisitivo. No es casualidad que los colegios más onerosos son los más amplios, con mejores condiciones de luz, temperatura y espacios verdes.

Si se pudiese replicar eso en más escuelas, y sobre todo las del entramado público, los alumnos irían con más deseo y aprenderían de una forma más apropiada.

De hecho, en los centros escolares públicos no solamente falla el ambiente estructural sino que los propios alumnos van muchas veces sin haber desayunado apropiadamente.

En varios países los gobiernos ofrecen desayunos gratuitos a modo de carnada con el propósito de que los estudiantes asistan al colegio. Aún así, el desinterés por el aprendizaje y la deserción escolar va en aumento, más con las condiciones precarias de las aulas y el alto índice delincuencial en derredor.

Desgraciadamente en Latinoamérica y en otros países subdesarrollados no es prioridad educar, ni tampoco la salud.

Los gobiernos prefieren enfocarse en llevar a cabo acciones que sean más visibles y donde puedan realizar mejores negocios para los gobernantes.

No les interesa preparar una población más educada y que luego pueda dedicarse a analizar más a sus gobiernos. Prefieren entregar algunos regalitos en época de campaña electoral.

En Dubai, recientemente se hizo un experimento muy interesante. En 162 aulas, los profesores instalaron una pared llena de plantas y el número de alumnos con déficit de atención se redujo de forma drástica, cerca del 75%.

“Tenías a niños a los que se les daba medicación para ayudarles a concentrarse, pero no la necesitaban. Lo que necesitaban era un aula mejor”, explicó Stephen Heppell, británico especialista en innovación educativa y catedrático en la Universidad de Bournemouth.

“Mucha gente cree, por ejemplo, que es una locura llenar una clase con plantas. Pero sabemos que en un aula tradicional, con la puerta cerrada y 25 alumnos dentro, tras una hora y media la cantidad de CO2 en el aula, en términos de partes por millón, está por encima del nivel adecuado y perjudica la concentración”, agrega Heppell.

En El Salvador, salvo excepciones, no se aprovecha la tecnología en función de la educación, y esas deficiencias quedan al desnudo en estos tiempos de pandemia, donde todos están obligados a tomar clases virtuales a pesar de que la mayoría de estudiantes no cuentan con computadoras ni redes de internet. ¿Por qué no se invierte en eso? Porque es una apuesta a largo plazo y en general los gobiernos desean inversiones que les produzcan un impacto inmediato y se puedan publicitar en época electoral.

No siempre fue así. En El Salvador, durante la gestión del ministro Walter Béneke, se invirtió en mejores infraestructuras y uso de televisores y estudios de grabación para la Televisión Educativa.

La respuesta fue muy positiva, pero al cambiar el gobierno no hubo continuidad en el proyecto y todo el esfuerzo quedó en el olvido. Algo similar ocurrió en Venezuela, donde se creó un ministerio de desarrollo de la inteligencia con programas ya comprobados para promover el aprendizaje, el pensamiento y la lógica, pero al final corrió la misma suerte que el nuestro: cambio de gobierno, fin de la iniciativa.

Cuidar los detalles de las aulas puede hacer la gran diferencia. No solo la temperatura ideal, que debe ser entre 19 y 21 grados, sino también la luz y el aire, por no mencionar la acústica del lugar. En Australia y en otras partes del mundo donde las temperaturas son muy altas, las aulas tienen las ventanas abiertas y el aire entra y sopla por todo el edificio. “Puede ocurrir que un colegio se haya gastado mucho dinero en aire acondicionado, pero el aire es demasiado seco. Y la humedad es buena para el cerebro”, describió Heppell.

Steve Higgins, profesor de la Universidad de Durham (Reino Unido), escribió un ensayo sobre ‘El impacto de los ambientes educativos’, donde explica que «ambientes de aprendizaje extremadamente pobres tienen un efecto negativo en los estudiantes y el personal docente», así como que, al mejorarlo, «se obtienen beneficios significativos».

A pesar de la evidencia, nuestras aulas están lejos de considerarse óptimas y nadie parece tener intención de hacer algo para que esta realidad empiece a cambiar. En medio de salas derruidas, ambientes sofocantes, pésima iluminación, energía eléctrica intermitente y cero conectividad, nuestra infraestructura educativa lamentablemente es una invitación permanente a la deserción escolar.

 

 

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