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Por Geraldine Emiliani

En medicina, el fenómeno de la despersonalización se conoce como el estado de algunos enfermos con trastornos mentales en el que se sienten extraños a sí mismos, a su propio cuerpo y a su entorno, y debido a su despersonalización progresiva hay que internarlos.

En la sociedad que supone la convivencia y la actividad conjunta de un grupo de personas de manera ordenada y organizada, este fenómeno de la despersonalización también es conocido como la pérdida de la individualidad de una persona o grupos de personas.

Y es aquí donde aparece el término “masificación”, en que el hombre se convierte en una ficha condicionada por la masa, por lo que dócilmente se somete a las influencias que vienen de afuera de su “yo interno”.

Por tanto, sus motivaciones son externas, muchas veces ajenas a sus propias convicciones. Como resultado de esto, el hombre se degrada o hasta se deja corromper. Por ejemplo: lee la prensa porque le llaman la atención sus titulares, el despliegue de las noticias (valor externo) y no porque la noticia misma le interese (valor propio); se viste con lo que está de moda; sigue un tipo de música porque es a la que todos les gusta o porque es lo que se escucha a través de los medios.

Todo lo anterior, son tan solo ejemplos de valores externos elaborados y creados para satisfacer a todo el mundo y para responder a los instintos más elementales del hombre, no como persona, sino más bien, como parte de un público indefinido o impreciso.

La masificación y los valores externos

La masificación es el fenómeno que despersonaliza al hombre, atrofia su razón, disminuye su capacidad de reflexión y lo priva de su libertad. Esto se caracteriza, además, porque al amparo de la masa, el individuo abandona sus responsabilidades, su libre iniciativa, su autonomía, hasta su lealtad a la patria.

La masificación constituye una de las mayores amenazas a la socialización personalizante, la vida del hombre es un proyecto consciente y la sana socialización se origina en su adhesión libre y personal a los objetivos de la comunidad y en la ciega adopción de valores externos. De hecho, todo fenómeno que interfiera con esta realidad despersonaliza al individuo.

Son muchos los factores de la realidad contemporánea que contribuyen al fenómeno de la masificación: el congestionamiento de la población en las ciudades; la homogenización de los complejos residenciales; las presiones sociales y culturales que generan la llamada “cultura de masas”; las necesidades económicas que influyen en la unificación de los gustos, los hábitos y los patrones de consumo, y la necesidad de información y de comunicación y la consiguiente influencia de la prensa, la radio, la televisión, internet y redes sociales.

El sentido de pertenencia

Cada ser humano debe pensar por sí mismo y tomar sus decisiones según su criterio. Te perteneces a ti mismo y eres dueño de tu conciencia y porque ninguna persona debe soñar, amar, sentir, planificar, y menos razonar por otra. Y, si esto es así, entonces es esclavo de aquel.

No se puede negar que cada quien tenga dentro de sí un “sentido de pertenencia”: a una familia, a una escuela, a una religión, a una nación, y formamos parte de una identidad nacional, de una forma de ser y de una cultura. ¿Por qué el sentido de pertenencia? Esto se debe, primero por seguridad, cada individuo se debe sentir mejor y más seguro cuando forma parte de una comunidad.

En segundo lugar, nos agrada ocupar una posición en un grupo porque somos aceptados, y porque nos interesa compartir pensamientos, actitudes y opiniones con otros y ser reconocido por ello. En la medida que confíen en ti, más confianza tendrás en ti mismo.

Cuando los ciudadanos de una nación no poseen el sentido de pertenencia, la cohesión social es inexistente y la sociedad se autodestruye. Sin sentido de pertenencia pierdes tu seguridad individual y social, y se encarna mentalmente en ti la resignación. Cuando esto sucede, la persona vive conforme y se somete a la voluntad de alguien y renuncia a sus principios y derechos y se caracteriza por la docilidad, rendición y sumisión, en pocas palabras, te conviertes en un inservible.

La naturaleza del cambio 

Por eso es fundamental que sepas distinguir cuando algo se puede cambiar y cuando no. Es obvio que no debes resignarte a vivir sin progresar. Tu destino o futuro será superior si trabajas y te esfuerzas para lograrlo.

Lo contrario sería aceptar que nada cambia, y que vives condenado a que las cosas permanezcan como están, en este caso, la resignación te llevaría a existir bajo una frustración permanente, no buscar alternativas, cancelar o mantener muy bajo el nivel de tus aspiraciones, sentirte impotente ante todo, subestimarte, ser pesimista, y convivir con una desesperanza aprendida.

Dominación, manipulación y resistencia

El ser humano tiene la capacidad de resignarse y recuperarse por los daños causados por la naturaleza y hasta por experimentar desgracias personales, pero cuando se trata de sus valores fundamentales, nunca se debe resignar porque a las finales es muy difícil que se recupere.

Jamás debe renunciar al derecho a la vida, a la libertad, a mejorar, a ser feliz y a vivir en paz, la historia nos enseña que cuando un pueblo renuncia a su identidad pierde fuerza, cohesión, y fácilmente lo dominan o manipulan otros poderes externos, políticos, económicos, y comandados por una persona y sus serviles.

En cambio, pueblos con identidad fuerte como Japón, Israel, Alemania, Palestina, resisten lo que sea,  sin embargo, es importante el sentido de pertenencia, sin caer en el racismo y nacionalismo fanático.

Por tanto, cuando hablamos de derechos humanos y de los valores intrínsecos de la humanidad, la palabra resignación no cabe, no tiene validez. Entonces es el momento de resistir y de tener el valor para cambiar lo que tengamos que reformar o cambiar, cueste lo que cueste.

Un análisis final

Esto no sugiere que el hombre retorne al individualismo; se trata de que se integre a la sociedad sin renunciar a su individualidad, que participe en la vida social de forma consciente, libre y responsable, con espíritu vigilante y crítico, con reflexión permanente y que tenga un equilibrio entre sus intereses y del grupo al que representa.

Concluyo entonces que la persona por su naturaleza individual y social está llamada a realizar al máximo el potencial propio de su interioridad a través de un proceso de socialización personalizada, que le permita ser miembro activo y participante de la comunidad, sin renunciar a su identidad personal y patriótica.

Geraldine Emiliani, Psicóloga Clínica, Terapeuta Familiar y de Pareja.