Por José Eduardo Cubías Colorado
Desde que el poeta Roque Dalton nos presentó en su «Poema de Amor» como «los que nunca sabe nadie de dónde son», el problema de la identidad cultural del salvadoreño, ha quedado como una «herida abierta» en la sociedad salvadoreña; un problema latente y recurrente.
El salvadoreño en el exterior se olvida fácilmente de sus tradiciones y costumbres, más de las ancestrales, incluso del habla natural y adopta modismos de otras culturas, con lo cual oculta su verdadera identidad, lo que nos lleva a deducir que los salvadoreños son fácilmente permeables a la transculturización.
Nuestro Patrimonio Cultural
Los bienes culturales legados por nuestros antepasados, poco a poco han ido perdiendo su autenticidad ante el Post-Modernismo. La música, el canto, la danza y la tradición oral, han sido afectados en sus orígenes, y lo auténtico, ante el concepto de proyección folklórica, que brinda, si bien un espectáculo de agrado al público, no es muy cercano a la herencia cultural legada por nuestros ancestros.
Pregunto: ¿Qué ha sucedido con el, «Jeu-Jeu» de los «izalkus» , con «el tigre y el venado», con los «emplumados» de Cacaopera, «la mulita o yegüita» de los pueblos lencas, el «torito pinto», «los viejos de Agosto», «la bajada de las Palmas de Panchimalco», «Los Moros y cristianos» de San Antonio Abad»?
Por otra parte ¿qué ha pasado con «Las Cofradías» como visión del Sincretismo Cultural? Con tristeza he visto cómo han ido desapareciendo del escenario de los pueblos originarios. ¿Será porque no existen herederos de nuestras propias costumbres y tradiciones culturales, como raigambre a nuestra propia tierra?
En lo personal, considero que el raigambre como tejido cultural, que nos ata a los ancestrales orígenes, debe preservarse, promoverse, como identidad cultural de nuestros pueblos.