Por Carmen Rodríguez
San Salvador, El Salvador
Algunos han conocido al obispo y su martirio a través de personas que han dedicado su vida a proclamar la verdadera historia de este hombre ejemplar que será nombrado Santo, en octubre, en el Vaticano.
Estando en El Salvador, no imaginé qué tan querido y admirado es Monseñor Romero fuera del Pulgarcito. Fue hasta que llegué a Estados Unidos, que empecé a darme cuenta del impacto que ha tenido la vida de nuestro obispo mártir en personas de todas las religiones y culturas, de muchas ciudades del país norteamericano.
La vida, obra y martirio de San Romero hablan por sí solas para muchos. Otros, en cambio, la han conocido a través de personas que han dedicado su vida a proclamar la verdadera historia de este hombre ejemplar que el 14 de octubre próximo será nombrado santo mártir de El Salvador por la Iglesia Católica en el Vaticano.
Marcelo Perdomo, es una de estas personas. Desde que llegó a Washington hace más de 30 años, se ha dado a la tarea de compartir esa hermosa y dolorosa historia, y a sus 72 años lo sigue haciendo. Fue por más de 20 años el sacristán de Monseñor Romero en la Iglesia Nuestra Señora del Rosario en San Miguel y sin duda le conoció muy bien.
“En el mesón donde vivíamos había una señora lavandera. Ella le dijo a mi mamá que había una oportunidad para mí en la iglesia. Yo ya había escuchado de él (Romero), la gente siempre hablaba de que las misas con él eran muy bonitas… ¡y sí lo eran! ¡Sus sermones, sus explicaciones que daba del evangelio eran impresionantes!”, me dijo Marcelo cuando le pregunté cómo había llegado a ser el sacristán de San Romero.
Con su hablar pausado, Marcelo me cuenta que desde el primer día que conoció a Romero sintió ese compromiso que tenía el obispo con las personas más necesitadas. Aunque a menudo se reunía con “gente rica”, tenía su carácter y cumplía, por igual, con los favores u oraciones que le solicitaban sus feligreses.
“Siempre lo caracterizó ese compromiso que tenía con la gente. Cuando llegaban a buscarlo atendía a todos por igual y a veces hasta dejaba de hacer lo que estaba haciendo para estar con la gente. Para mí eso era normal porque él lo hacía todo el tiempo”, recuerda Marcelo.
“Nunca hablaba de política”
Ya no es un secreto que Monseñor Romero fue asesinado por “meterse en asuntos políticos”, por criticar fuertemente en sus homilías a los grupos paramilitares que durante la guerra civil que sufrió El Salvador asesinaron a cientos de personas, por defender los derechos de los más pobres y por exigir a los políticos y militares que respetaran la vida.
Sin embargo, Marcelo me dice que Romero no hablaba ni de partidos políticos, ni de políticos. “No lo escuché hablando de política, así como dice la gente. No le gusta hablar de política… Nunca hablaba de política, siempre explicaba lo que dice el evangelio sobre el servicio a los más necesitados”.
Según Marcelo, Monseñor Romero, siempre dijo que su deber moral como servidor de la iglesia era formar un sentido de responsabilidad en la sociedad y en los feligreses sobre cómo debía actuar un verdadero cristiano ante las violaciones a los derechos humanos que ocurrieron durante la guerra.
“Él vivió la vida en santidad. Para mí, fue santo mucho antes de que la misma iglesia lo nombrara santo. Siempre dijo la verdad, lo mataron por decir la verdad y es triste que El Salvador aún sigue dividido, porque él no fue político. Él fue una persona defendiendo a los pobres. Es difícil entender la vida de Romero… Los salvadoreños no van a entender nunca a Monseñor Romero, y eso es triste”, me dice después de hacer una pausa y suspirar con nostalgia.
Marcelo recuerda que muchas personas adineradas que solían llegar a ofrendar a la iglesia, dejaron de visitar a Romero poco a poco. “Algunos decían que había cambiado cuando lo escuchaban en los sermones. Pero para mí, el problema es que nunca lo entendimos y no entendimos lo que trataba de decirnos en sus mensajes”.
Exiliado en Washington
Poco antes de que Monseñor Romero fuera nombrado obispo auxiliar de San Salvador, Marcelo terminó su servicio como sacristán en la iglesia. Inspirado por el mismo San Romero, intentó ingresar al Seminario Mayor San José de la Montaña, pero no tuvo valor de alejarse de su familia para irse a México para hacer los estudios y se dedicó a otras cosas para ganarse la vida.
Lejos de la iglesia, Marcelo perdió contacto con Romero y la noticia de su asesinato le cayó como balde de agua fría en marzo de 1980. “Me sentí muy mal, porque yo lo conocía. Me dio una gran impresión cuando escuché la noticia en la radio”.
Después del asesinato del obispo, las cosas se pusieron peor en El Salvador. El hermano de Marcelo fue asesinado, su cuerpo fue encontrado a unos metros de su casa, en una cuneta, y la familia del sacristán -que vivía en Estados Unidos- decidió que era momento de sacarlos del país para protegerlos y evitar que también los asesinaran.
“Un año después del asesinato de Monseñor, mi hermano fue asesinado. Recuerdo que encontramos su cuerpo como a una cuadra de la casa y mi otro hermano, que ya estaba en Estados Unidos, habló con mi mamá. Al principio, el viaje era para mi hermana, pero ella tuvo un problema y no se pudo ir. Entonces, mi mamá y mi hermano me pidieron que me fuera yo, y así llegué a Washington en 1981”, dice el hombre.
Instalado en la capital estadounidense, Marcelo buscó integrarse a la iglesia católica y fue así, que terminó en la parroquia del Sagrado Corazón, donde aún se congregan muchos salvadoreños que llegaron al territorio norteamericano huyendo de la guerra en su país. Habló con el párroco, le contó que había sido sacristán del obispo asesinado en El Salvador y comenzó a congregarse y a participar en reuniones de la pastoral.
“Decían que era guerrillero”
“El padre Esteban me empezó a mandar a las reuniones que se hacían con organizaciones que apoyan a los salvadoreños por el problema de la guerra”, me explica Marcelo. Pero se sentía incómodo porque en esas reuniones algunos hablaban de la política salvadoreña, del conflicto armado, de la guerrilla y por supuesto del obispo asesinado en El Salvador.
Al poco tiempo, Marcelo le pidió al padre Esteban que no lo enviara más a esas reuniones porque no le agradaban los comentarios que escuchaba sobre Monseñor Romero.
“Cuando empecé a escuchar lo que decían de Monseñor, no me gustaba. Le pedí al padre que ya no me mandara porque no me gustaba lo que decían de él (Romero)”.
¿Qué decían? -le pregunté-.
Y él me respondió: “Muchas personas no decían la verdad, no conocían a Monseñor Romero. Decían que era guerrillero, que lo habían matado por defender a los guerrilleros y todas esas cosas me hacían sentir triste, porque él ha sido el hombre más humilde que he conocido. Con él, yo aprendí la humildad y la perseverancia, y quizá por eso nunca les dije nada”.
Sin embargo, esos comentarios impulsaron a Marcelo a predicar la verdad acerca de Monseñor Romero.
“Después que hablé con el padre Esteban, pasé pensando mucho cómo podría yo contar la verdad sobre Monseñor Romero, porque mucha gente no la sabía. Yo pensaba cómo iba a convencer a algunos de que él no era guerrillero, sino un buen cristiano, un hombre ejemplar como ninguno”, me dijo.
Altar en honor a Romero cada año
Al principio, Marcelo recuerda que con las fotos de Romero que tenía, empezó a hablar de él y se dio cuenta que algunos estadounidenses sabían mucho sobre el obispo y que otras personas tenían un gran interés de saber la verdad sobre ese hombre ejemplar.
“Me di cuenta que no solo la gente salvadoreña quería a Monseñor Romero y que no solo ellos se impresionaban al escuchar sobre él. Sentía que siempre recordaba sus palabras, sus enseñanzas y pensaba que las personas viven entre nosotros como se les recuerde y fue así que pensé en hacer algo más especial para recordarlo y para honrar su memoria”, me dice el hombre.
Esa idea le rondó en la cabeza por varios días, hasta que pensó en dedicar su tiempo antes del 24 de marzo en hacer algo para recordar al pastor del que tanto aprendió y para ayudar a que la gente lo conociera mejor.
“Como yo le decía al padre Esteban que no era bueno todo lo que hablaban de Monseñor en las reuniones a las que me mandaban, me puse a pensar qué podía hacer para decir la verdad. Le pedí permiso al padre y con fotos que yo tenía o que lograba reunir con algunas personas empecé a hacer el altar cada 24 de marzo para honrar la memoria de este gran hombre”, continúa narrándome Marcelo.
Desde entonces y por más de 30 años, Marcelo se preocupa porque en marzo se coloque un altar especial para Monseñor Romero. Este año, ha trabajado en la organización de la decoración que tendrá un cuadro de Romero en el altar mayor de la iglesia que está en el famoso barrio Mont Pleasant, donde vivió gran parte de la comunidad salvadoreña que reside en la ciudad capitalina.
Aunque Marcelo ha trabajado árduo en este altar especial, no estará presente cuando sea develado. “Nunca me imaginé todo esto. Nunca me imaginé que iba a estar con vida para presenciar el reconocimiento de la santidad de Monseñor Romero y menos que iba a imaginarme que estaría en el Vaticano viendo cómo el Papa nombra a ese hombre humilde que conocí cuando tenía 13 años, santo… San Romero…”, me dice Marcelo emocionado.
Para el hombre que fue sacristán de San Romero, el hecho de poder estar en Roma, con la gente de su iglesia, la gente con la que ha podido compartir la verdadera historia del obispo-mártir, es el mejor regalo que puede recibir en su vejez.
“Para mí es una gran alegría, es como volver a convivir con él, como estar con él en este momento tan importante… Es un regocijo y siento más reales las palabras de Simeón, ya me puedo ir en paz, después de ver nombrado santo a Monseñor Romero”, me dijo Marcelo antes de finalizar nuestra conversación.
Fotos: Rhina Guidos y Gabriel Campos.