Por Dra. Margarita Mendoza Burgos
En los últimos días de octubre ocurrió un episodio en México que me conmovió y me hizo reflexionar, sobre todo ahora que la Navidad está a la vuelta de la esquina. Se trató de la muerte, bajo extrañas circunstancias, del actor Octavio Ocaña, a quien todos conocimos por su entrañable personaje Benito en la serie Vecinos.
La muerte de Benito, de 22 años, se ha vuelto un caso ejemplar en México, en donde se mezclan negligencia, corrupción y mucha confusión. En teoría se le estaba dando caza a un «muchacho anónimo» al que luego le dispararon.
Se dijo que, en un momento dado -aún sigue bajo investigación el caso-, con la tensión y el enojo que el joven había provocado, en la policía veían más que podrían sacarle un buen dinerito por dejarle ir. Se especuló incluso que al fallecer fue desvalijado por sus mismos ejecutores, uno de ellos que ante el enojo de la persecución lo sacó del auto, lo arrojó al suelo y luego de golpearlo le “disparó accidentalmente» en la cabeza.
Un solo disparo segó la vida de Octavio Ocaña, nuestro querido Benito. Duele más porque era el hijo de todos y le vimos crecer ante nuestros ojos durante el desarrollo de la serie. Para muchos, Benito se ha convertido en ese hijo que tantos padres pierden a diario y que luego no aparecen. O, peor aún, que aparecen hasta descuartizados o nunca fueron asesinados sino que ellos solo se metieron en la boca del lobo. Esa inseguridad que nos hace tan vulnerables hay que atribuírsele a la alta corrupción que existe en los países iberoamericanos conjuntamente con la pobreza. ¿Qué fue primero? ¿El huevo o la gallina?
Este caso emblemático nos ayuda a entender la realidad: nos estamos quedando sin juventud de clase trabajadora y de nivel medio que en una noche de copas y/o drogas, e incluso sexo, no vuelven jamas a sus hogares. Benito regresó, sí, pero muerto. Y nadie se explica cómo se disparó a él mismo pues tenía un arma en la mano derecha y era zurdo.
Hace un mes, en California, hemos visto el caso de dos jóvenes, la modelo Christy Giles y su amiga Hilda Marcela Cabrales-Arzola, que salieron de fiesta y luego fueron arrojadas como sábanas sucias a la puerta de sendos hospitales por unos enmascarados que se transportaban en coches sin placas, ambas murieron.
En este caso que se dio en Estados Unidos ya hay culpables. Con Octavio se ha reabierto el caso, pero debido a que se trata de un actor popular y a la presión del presidente por declarar el caso reabierto. Sin embargo, por más justicia que se haga nadie devolverá la vida del ser querido.
Me gustaría pensar que este año Dios me regalará la visión de ver a nuestros seres queridos reflejada en aquellos que vamos a agredir y recordar aquello de «no hagas lo que no desees que te hagan a ti”. ¡Qué triste que el mundo esté cada vez más lleno de odio, rencor, revanchismo, deseos de poder y dinero fácil!
Tener tantos muertos en esta época es desesperante, sobre todo porque volvemos nuestras miradas a la familia más bella, a la conformada por José, María y el hijito que esperaban: Nuestro Señor Jesús. No era un hogar lleno de riqueza, pero sí de amor y dulzura. ¿Imagínense cómo golpea un caso en el seno de una familia? Hay veces en que ni los cadáveres se encuentran para poder darles sepultura o incinerarlos, lo que les impide cerrar el ciclo de pérdida pues no existe constancia de la misma o se vive con la falsa esperanza de que están vivos.
Es algo difícil de sobrellevar, aunque se vaya a un terapeuta y se trate el proceso depresivo con el medicamento adecuado, difícilmente pasará la angustia mientras no aparezcan los restos del difunto.
Cuando estaba embarazada de mis mellizos nos enteramos de la muerte de mi hermano en un accidente. Le pedí a mi madre que me enviase una fotografía del difunto para poder asimilar la pérdida y elaborar mi duelo, a pesar de todo, me costó tiempo y mucho dolor cerrar esa etapa. Ni hablar cuando una muerte se produce por un caso de violencia, ya sea robo, secuestro o directamente un homicidio.
Estas situaciones duelen mucho más cuando afloran en tiempos navideños. Conmemoramos el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, y el mundo está más caótico que nunca. Eso, sumado a la ola de odio y violencia, más las consecuencias de la pandemia, nos han dejado el alma en pedazos. No creo que sea el fin del mundo, pero sí el fin de la inocencia y la visión de que todo es amor y paz como lo describe la famosa canción de Navidad.