Por Carmen Rodríguez
Entre risas y nostalgias, monseñor Orlando Cabrera obispo retirado de la arquidiócesis de Santiago de María, recordó a su amigo y además criticó que muchos religiosos católicos salvadoreños no apoyaron el proceso de canonización cuando Juan Pablo II buscó apoyo para hacerlo.
Fue un día del año 1965 cuando el joven párroco Orlando Cabrera, de la iglesia de Ciudad Barrios, en San Miguel conoció al sacerdote Óscar Arnulfo Romero.
Cabrera nunca se imaginó que las visitas de Romero a su pueblo natal les unirían en amistad. Tampoco imaginó que, 53 años después de haberlo conocido estaría contando las anécdotas que más recuerda del obispo mártir y mucho menos imaginó que su amigo sería nombrado santo por la Iglesia Católica este año.
“No me gustan esas fotos de él (Monseñor Romero) que andan por todos lados. Lo sacaron muy serio, como enojado y Romero no era un hombre serio, era un hombre alegre, ordenado, humilde, que le gustaba bromear cuando agarraba confianza con la gente”, dijo Cabrera, ahora de 80 años, al ver una foto de Romero.
Entre risas, nostalgias y ojos aguados por los recuerdos, el religioso habló por más de una hora sobre su amigo y con buen humor, dejó claro que muchos obispos de la Iglesia Católica nunca comprendieron la vida de Romero, desde el verdadero significado del cristianismo.
Mientras observa, una vez más, la imagen oficial de Monseñor Romero, esa donde aparece con la vestimenta de obispo y su mano levantada como dando la bendición, Cabrera reprocha firmemente: “Esa foto fue tomada en 1975, yo estaba ahí. Él posó para esa foto. En la foto original, el tiene una biblia debajo de las manos. Esa foto donde está haciendo el saludo de la bendición papal no es la original, esa mano fue inventada. Pero esa me gusta porque ahí está la verdadera expresión de Él, con una sonrisa tímida. Ahí tenía 58 años”.
Cabrera que fue obispo de la Arquidiócesis de Santiago de María, conoció bien a Romero. Para él, el hecho de que la canonización del obispo salvadoreño sea el mismo día que la canonización del Papa Pablo VI no es una casualidad, pues él fue el Papa que más admiró el arzobispo mártir.
“Es bonito que canonicen a Monseñor Romero y que resucite la figura de Pablo VI, porque estaban marginados por la Iglesia. El Papa Pablo VI quiso aplicar el Concilio del Vaticano II en un momento difícil y se mantuvo firme, fue perseguido. Monseñor Romero también se mantuvo firme en un momento difícil, en el que la represión era tremenda y también fue perseguido”, dice Cabrera, con una seriedad solemne.
La firmeza que sostuvo Romero en sus homilías y en sus acciones han sido más reconocidas en otros países, porque “lo quieren hasta en Estados Unidos y no por gusto la Iglesia Anglicana reconoce al obispo salvadoreño como el verdadero signo del martirio del siglo XX, explica Cabrera.
Verdadero amor por los pobres
Sentado en su casa en Santa Tecla y muy pensativo a veces, Cabrera recordó que el martirio de Monseñor Romero no fue reconocido por la Iglesia Católica salvadoreña, hasta muchos años después. Esto, porque debido a la guerra y al contexto político salvadoreño de los años 80 había mucha confusión y desinformación sobre el trabajo que debía hacer un cristiano.
“Si es que para bruto no se estudia” -se ríe y de inmediato el religioso recobra la seriedad- “Ha habido una confusión terrible. Yo estaba en Santiago de María cuando me avisaron que habían matado a Monseñor Romero, y le llamé a Monseñor Rivera y Damas para decirle que nos habían matado a un mártir porque desde que fue asesinado, desde el principio se supo que él era mártir”.
El obispo emérito, dice que pocos religiosos o sacerdotes católicos han apoyado y destacado la figura de Romero. “Goyito (el Cardenal Gregorio Rosa Chávez) siempre ha destacado la figura de Monseñor en todas las instancias internacionales, y eso hay que admirarlo, pero la Iglesia no apoyo a la figura de Romero y tampoco la destacó”.
Cabrera recuerda que durante la primera visita del papa Juan Pablo II a El Salvador, la Iglesia Católica estaba muy dividida y que además, esa división opacaba a la figura del obispo asesinado en 1980. “En esa primera visita un obispo, del que no quiere decir el nombre, dijo que Monseñor Romero era responsable de las 70 mil muertes de salvadoreños por la guerra y esto no es cierto!”.
Y continúa seriamente: “Monseñor Romero siempre fue un convertido, pero tuvo un encuentro con Jesús, cuando él descubre como arzobispo que era necesario defender los derechos de los pobres y de los campesinos. Que no solo era de darles de comer y cubrir sus necesidades inmediatas”.
Mientras hace una pausa y se lleva la mano a la quijada, pensativo, Cabrera dice que el cambio más significativo que tuvo Monseñor Romero fue cuando estuvo en la iglesia de Nuestra Señora de la Paz, en San Miguel. Fue ahí, donde comenzó a hacer sus denuncias, preocupado por la pobreza y las condiciones en las que vivían los cortadores de café, a quienes sus patronos les pagan muy mal.
“Ahí empezó a hacer sus denuncias, y ahí es donde él se destapa. Ahí es donde él empezó a perder el miedo. No tenía miedo a nada cuando estaba en el púlpito frente al micrófono, y decía lo que el Espíritu Santo le mandaba. No había una voz que se levantara en este país por lo pobres”.
El hombre hace una nueva pausa en su hablar, y tras un silencio melancólico, continúa: “Él (Romero) descubre esto porque era un hombre de Dios. Monseñor Urioste siempre decía que Monseñor Romero fue capaz de hacer lo que hizo porque era un hombre de Dios, porque amó a los pobres, viendo en los pobres la imagen de Jesucristo, y como dice Jesús que seremos juzgados… porque tuve hambre y sed y me diste de comer y beber”.
Para monseñor Cabrera, el verdadero significado del cristianismo son las acciones que hacen un cambio en la historia de la humanidad, que promuevan una sociedad más justa y más humana y eso fue lo que hizo Monseñor Romero en el país.
Un calvario como el de Cristo
“Monseñor Romero era un hombre tímido. ¿Cómo se sentiría usted si le dicen que lo van a matar? Nadie se pone a reír cuando le dicen eso. Él sentía desde días antes que ocurriera, que eso iba a pasar, pero no decía nada públicamente”, responde Cabrera ante la pregunta de la muerte de su amigo.
En la primera estación del Vía Crucis católico, Jesús es condenado a muerte. La noche antes, pasó orando en el monte, atormentado por lo que le esperaba. Cabrera, cree que este es el mejor ejemplo que determina el inicio del martirio de Monseñor Romero.
“Él (Jesús) estaba sufriendo, sentía la muerte cerca. La primera estación es la base de cuánto sufre el Señor Jesús y los días previos a su muerte. Monseñor Romero tuvo su oración en el huerto, cuando él sabe que su muerte era algo que iba a suceder”.
Romero le temía a una muerte violenta. Le temía a ser torturado y le temía a exponer a otros a la muerte. Según recuerda Cabrera, su amigo buscó a un sacerdote de apellido Ascuas para confesarse, unos días antes de ser asesinado y entre otras cosas, le habló a este sacerdote sobre ese miedo.
“Él le temía a una muerte violenta. No se piensa en los días que antecedieron a su muerte, cuando él vio la cosa seria, porque sabía que lo iban a matar en cualquier momento. Pero al mismo tiempo tenía signos de valentía, porque desde ese momento, el andaba solo, manejando su carro porque no quería que muriera un inocente con él”, relata Cabrera con los ojos llenos de lágrimas.
Monseñor Romero era un fiel devoto del Sagrado Corazón de Jesús, en su diario escribió que su último suspiro estaría dedicado a esta devoción. Públicamente no expresó nada sobre su muerte o sobre su temor de ser asesinado, porque, según recuerda su amigo, cuando estaba frente a los micrófonos “era el pastor y lo invadía la fortaleza del Espíritu Santo. No tenía miedo, la soltura con la que habló en su última homilía a uno le da la sensación de que no es él el que habla… les pido, les ordenó que cese la represión, con aquella energía y ahí se ve lo que Dios puede hacer con uno que es desgraciado”.
Pocos días después que Romero fuera nombrado obispo, Cabrera va a visitarlo y ese día notó que su amigo presentía todo lo que iba a pasar. Romero le pidió que tomaran un whisky juntos, y mientras lo hacían, le contó que una familia adinerada de la colonia Escalón le había ofrecido una casa para que se instalara por haber sido nombrado obispo. Pero según Cabrera, Romero vio que las intenciones no eran ayudarle, sino controlarlo.
“No aceptó la casa porque él sabía lo que pretendían, porque ya había pasado lo del padre Rutilio Grande y él no quiso entrar en esto”, asegura Cabrera.
Juan Pablo II tampoco entendió a Romero
Tras la muerte de su amigo, Rutilio Grande, Monseñor Romero buscó apoyo en el Vaticano. Algunas publicaciones periodísticas mencionaron que entre Monseñor Romero y el Papa Juan Pablo II, había grandes diferencias y que, en una vista al Vaticano Romero fue reprendido por el Papa por entrometerse en cuestiones políticas, pero Cabrera, aclara que no fue un pleito, sino algo que Juan Pablo II no entendía.
“Monseñor Romero fue obediente con el Papa Juan Pablo II, de eso no hay duda. Pero hay que entender que Juan Pablo II venía de vivir en una dictadura. Él no conocía América Latina. Como polaco pensaba que América Latina era un paraíso, y no… se va dando cuenta de la verdad… lo que pasa, es que no se conoce sobre los contextos y la oligarquía, piensa que Juan Pablo II era solo su Papa”.
Cabrera explica además: “En una de sus intervenciones, yo creo que Juan Pablo II se inspiró en monseñor Romero, cuando entendió mejor y dijo que el obispo tiene que ser la voz de los que no tienen voz”.
Mientras se acomoda en una silla de plástico en la sala de su casa, Cabrera explica que una vez Juan Pablo II reconoce a Monseñor Romero como el mártir “celoso pastor que dio su vida por sus ovejas” intentó iniciar el proceso para canonizar al obispo salvadoreño, pero la propuesta no recibió el apoyo de los obispos salvadoreños.
“Lo que pasa es que siempre se ha manipulado la figura de Monseñor Romero, no se supo reconocer a Monseñor Romero porque la jerarquía de la Iglesia no supo proponerlo como pastor, esa era la forma de promover su figura y de defenderlo, pero aquí en el país, ni se le defendió ni se le promovió”, asegura.
De acuerdo a Cabrera, Juan Pablo II hizo más de un intento por promover el proceso de canonización de Monseñor Romero, pero la división entre el clero salvadoreño no dejaba avanzar ninguna propuesta para que se reconociera a Monseñor Romero ni como mártir, ni como santo.
“Cuando Juan Pablo II, vino la segunda vez, él insistió y dijo a todos los obispos que la canonización de Monseñor Romero ayudaría a la unión del pueblo salvadoreño y aquel, que no quiero nombrar saltó y volvió a repetir que Romero era el responsable de las 70 mil muertes de la guerra y yo le repliqué que esa era su opinión, pero eso no era lo que representa la opinión de la conferencia episcopal de la Iglesia Católica que estaba dividida y el Papa lo sabía”.
La religión y los derechos humanos
A este hombre que fue obispo por 32 años, no le cae en gracia recordar el trabajo al frente de un obispado. Antes de hablar al respecto, suelta una carcajada y réplica: “Ser obispo no es un regalo, no es bonito, es un servicio y se sufre mucho, se deben tomar decisiones que no a todo el mundo le agradan y para Monseñor Romero no fue nada fácil”.
Según Cabrera, aunque un religioso alcance en la jerarquía católica un obispado, no debe perder el objetivo de ayudar a los más necesitados y a los pobres, y esto fue lo que Monseñor Romero nunca perdió de vista.
“Monseñor Romero es el primer mártir y el primer santo que un Papa va a canonizar por defender los derechos humanos. Le llaman el mártir del amor, pero toda la vida un cristiano es motivado por el amor, sea religioso o laico. Por muy próspera que sea una sociedad, siempre habrá gente que sufre, el hambre se va a acabar cuando haya justicia para todos y eso lo predicaba Monseñor Romero, por eso lo mataron, porque exigía lo necesario. Lo justo, lo que se le debía al pobre”, asevera Cabrera emocionado al responder sobre la canonización de su amigo.
El religioso se toma su tiempo para criticar que la Iglesia Católica ha descuidado su labor y opción por los pobres. Después de guardar silencio unos segundos, dice que le preocupa que el verdadero significado de la vida y obra de Monseñor Romero se olvide en medio de la propaganda del momento.
“Mi miedo es que nos quedemos con los Romeritos… las fotos. Está bien que tengamos un Romerito en la casa, vivimos de los símbolos pero eso es peligroso. No debemos dejar que Romero quede solo como un santo milagrero, debemos seguir su ejemplo, los santos son modelos y son intercesores, tenemos que meternos en el trabajo pastoral y social para honrar su memoria”.
Entre lágrimas y con un mensaje contundente, Cabrera cierra su plática: “Él nos enseña que amar es dar la vida por los otros, eso es propio del cristiano. Monseñor Romero no es ningún populista, necesitamos gente que se la juegue por los pobres, y ese modelo de amor a los pobres se llama Monseñor Óscar Arnulfo Romero, él no compartió sus fichas, sino su misma vida que la dio por ellos y eso es lo que me da miedo que se pierda…”.