San Romero, símbolo de esperanza y fe en Suecia

Foto VD: Marlon Hernández.
Por Diego Recinos

San Romero, el obispo salvadoreño, asesinado mientras oficiaba su última misa en una pequeña capilla en la capital de El Salvador, sigue siendo una esperanza de fe para muchos inmigrantes que viven en todas partes del mundo.

A un año de la canonización del arzobispo mártir salvadoreño, feligreses de diferentes latitudes de Latinoamérica, celebraron el fin de semana en Suecia un acto religioso para dar gracias a Dios y pedir su intercesión ante la dura situación que viven los migrantes en ese país.

María Elvia  Perdomo, es una de las personas que asistió al evento. La mujer llegó unos minutos antes a la misa que se iba a oficiar en la Capillita de la Misión Católica de hispano hablantes en la capital sueca, Estocolmo.

Con devoción y mucha dificultad, se arrodilló y elevó una súplica. Después de santiguarse, se sentó y escuchó con fe la misa.

Una vez terminada la misa, María esperó a que los asistentes, uno a uno, fueran saliendo, para al final, acercarse en silencio al pequeño altar puesto al lado derecho de la mesa del sacrificio donde se ofició la misa.

Subió lentamente, paso por paso, por las pocas escaleras que dividen al altar del pueblo, y con fe incondicional cerró sus ojos, juntó sus manos, inclinó su cabeza e hizo una oración.

No tardó mucho antes que las lágrimas comenzaran a llenar sus ojos y a recorrer sus mejillas.

El fruncir de su rostro hablaba de la fuerza con la que hacía la oración, y la fe con la que la sexagenaria mujer pedía al rostro frente a ella. Segundos después, se persignó y vio fijamente a los ojos de la imagen que tenía enfrente. Sonriéndole, y muy lentamente se despidió y bajó del altar.

Además de María, en la capilla, había otra mujer contemplando aquella imagen. Ana, la otra feligrés, veía fijamente el cuadro de San Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, el obispo mártir canonizado el año pasado por el Papa Francisco. 

Ana no es salvadoreña, pero cree que por la intercesión del santo, el milagro que ella necesita le será concedido.

“Tengo tanta fe de que él me lo va a hacer, me va a conceder lo que yo le estoy pidiendo hoy”.

Pero, ¿por qué  creer en un hombre de un país ajeno y qué nunca conoció? Mucho se habla de San Romero. Y a pesar de ser el primer santo del pequeño país centroamericano, los salvadoreños le llaman Monseñor Romero, no San Romero. Pues lo consideran uno de los suyos, alguien cercano, alguien que los hace sentirse orgullosos y alguien a quien pueden presumir al mundo como suyo.

Por eso hablan de él, cuentan que lo conocieron, hablan de sus prédicas y de su amor por los más necesitados, pregonan que después de su martirio no ha muerto, vive y camina junto con su amado pueblo salvadoreño, que fue solidario con las víctimas y que sintió con su pueblo.

Oír hablar a un salvadoreño de San Romero es un acto de realismo mágico. Te lo cuentan, describen, narran, te lo hacen sentir, escuchas sus palabras, te lo hacen imaginar a tu lado como un amigo que le habla al mismo Dios sobre tus problemas. Es como un ser que ya no está, pero que sigue vivo.

Quizá esa sea la razón de la creciente popularidad de San Romero en medio de los latinos. Un hombre que, al lado de Dios, que escucha a los dolientes y sufrientes. Y de sufrir, saben mucho los latinos en Europa. El Estado sueco que antes era solidario y humano, poco a poco, se está convirtiendo en un lugar que cierra sus puertas a los migrantes. La deshumanización del dolor ajeno es ahora parte de la política migratoria del país nórdico.

Pero el frío y la dureza no hacen que se deje a un lado la fe. Por eso se siguen buscando rostros familiares y humanos para pedir milagros.

Por eso, para Ana, existe algo más que la hace creer.  Pues los testimonios de los salvadoreños que ha escuchado y de lo que ella ha podido ver en internet, le dicen que él nuevo santo fue un hombre cercano al dolor, solidario al sufrimiento y que escuchaba a las víctimas. Un obispo consecuente que unió su ministerio con el sentir de su iglesia.

“Para mí es un santo, he escuchado hablar muchísimo de él. He escuchado testimonios de él por YouTube y hoy he venido de manera muy especial a pedirle un favor a él. Y yo sé que me lo va a conceder”.

Después de salir de la capilla, Ana se dirige al convivio de los salvadoreños. Come tamales cubiertos con papel aluminio y hojas de huerta. Degusta de una quesadilla con café. Habla con las personas sentadas junto a ella. Olvida su dolor y quizá una enfermedad. Siente el calor de un pueblo que la hace sentir parte de él.

Foto VD: Marlon Hernández.