Por Engelberto Maldonado Pérez
El título de este artículo es el fin de un canto a la virgen María, conocido en América Latina y aquí en Italia. Creo que se aplica muy bien para el Papa Francisco desde la noche de aquel 13 de marzo en el que fue elegido entre 115 Cardenales.
Algunos minutos después de la seis de la tarde, Jorge Bergoglio mostró su rostro en la ventana habitual para saludar por primera vez a los seguidores católicos en la Plaza de San Pedro y en el resto del mundo como Papa.
Desde ese momento, advirtió a los feligreses con la frase “no se olviden de orar por mi” que el máximo líder de la iglesia católica no es falible y de consecuencia toda la institución, que por siglos ha escondido desatinos intencionados o no.
En otra ocasión, refiriéndose a todas las negaciones que la iglesia hace a las personas transexuales, expresó de manera interrogativa: “quién soy yo para juzgar”.
Me vino en mente la replica de Jesus al joven rico, “San Marcos 10:18) “¿Por qué me llamas bueno? Bueno sólo es mi Padre”.
El elegido escogió también por primera vez un nombre al cual ninguno de los precedentes papas, se había atrevido: Francisco. No el jesuita como él, no el salesiano, sino, el de Asís. Aquel rico comerciante que decidió dejar sus riquezas para refundar en el lejano 1226, la comunidad cristiana como fue en sus albores luego de la muerte de Jesús.
Llamarse Papa Francisco exige un acto de coraje, coraje que Papa Bergolio tuvo ante una curia acostumbrada a ser y exigir tratos de “príncipes”.
Fracisco, el de Asís, creía en la iglesia pobre y para los pobres tal como lo cuenta Ignacio Larrañaga en “El hermano de Asís”.
En una plática con su obispo que insistió en generar medios de subsistencia, el padre Larrañaga cita la siguiente respuesta del pobre de Asís: “Mi señor, cuando tengamos un olivar, necesitaremos y construiremos un lagar. Cuando vendamos el aceite, tendremos una pequeña ganancia. con las ganancias compraremos más terrenos. Con más hectáreas alquilamos jornaleros, aumentando así nuestras propiedades, las propiedades con el tiempo necesitarán murallas. Las murallas exigirán más tarde, soldados. Los soldados necesitaran armas. Y las armas nos llevarán inevitablemente, un dia, a los conflictos y guerras”.
La anterior cita fue la que recordé cuando escuché el nombre del nuevo Papa, al anochecer de aquel 2013, porque reforzaba mi utopía que había cultivado creyendo en Jesús y mi conocimiento somero de los dos Tomás, Campanelli y Moro.
El de Asís abandonó su congregación porque en sus últimos años de vida aquellos que se unieron a él, habían seguido los consejos del obispo y convertido la corriente franciscana en una “multinacional”, según el historiador Alessandro Barbero.
El Papa Francisco quiso cambiar no a los franciscanos, sino a toda la iglesia católica desde adentro, conduciéndola. 12 años no son suficientes para transformar una estructura con raíces muy humanas y poco cristianas.
Sus gestos y mensajes nos quedan y nos recuerdan la voz de Jesús dirigida al joven rico, que creyendo hacer lo justo, (San Marcos 10:17-22) se retiró indispuesto, cuando el de Nazaret le indicó la acción a seguir para entrar al reino de los cielos.
El Próximo Papa, no sabemos si será dispuesto para atender el llamado de Jesús y continuar el esfuerzo de Bergolio en reorientar el catolicismo. Si no ocurre, me reforzaré con la estrofa del canto ya citado: “aunque te digan algunos, que nada puedes cambiar, lucha por un mundo nuevo, lucha por la verdad”.