
Por Diego Recinos
Suecia. En medio de la crisis pandémica por el coronavirus, la Iglesia Católica sueca, junto a una organización de salvadoreños, conmemoró el 40 aniversario del martirio de San Óscar Arnulfo Romero. A quien tomaron como modelo de esperanza en medio de la crisis de salud.
El silencio dentro de la iglesia Santa Eugenia, del centro de Estocolmo era más grande de lo usual. Pues las calles aledañas que, siempre están repletas de personas, este día están semidesiertas. En el parque de enfrente y en el pasaje de los manzanos, unas cuantas personas despistadas están tomándose fotos. No hay mucha gente en el parque Jardín del Rey, ni en los trenes, ni en los centros comerciales. Estocolmo guarda silencio.
Sin embargo, un hombre adulto, camina a paso ligero, sujetando la bufanda que trae alrededor de su cuello y que le sirve, a la vez, de tapabocas. Entra apresuradamente al templo y busca un asiento en la parte derecha de la nave central de la iglesia. Antes de sentarse, se arrodilla y se santigua. Después, se acomoda en la banca color café claro y mira minuciosamente a los asistentes al oficio religioso. Discretamente los cuenta y el resultado lo asombra. Apenas 33 personas.
Gerardo y el hombre de negro
Gerardo es originario de El Salvador. Nació, creció y vivió toda su niñez y adolescencia en un municipio catalogado de alto riesgo por la fuerte presencia de pandillas en el lugar. Tal razón, hizo que dejara su hogar para buscar un futuro mejor en Europa. “Mi familia tenía una tienda en un lugar céntrico de Ciudad Delgado. Con el paso del tiempo, la tienda fue creciendo y gracias a Dios nos iba bien. La tienda se convirtió en un minisúper y nos hicimos proveedores (mayoristas). Nadie nos regaló nada, mi mamá trabajó duro y honestamente para levantar el lugar”, expresa Gerardo, entre sentimientos encontrados, pues recuerda su niñez como un periodo feliz.
Mi madre era católica, bastante devota. Asistía y ayudaba en la iglesia cada vez que podía. Por tal razón, la estampa de un hombre de lentes vestido de negro, con las manos juntas y un gorrito rojo; fue común en mi casa. Esa figura era la del obispo de San Salvador Óscar Arnulfo Romero. “Mi mamá creé mucho en él. Habla con él y le prende una vela cada vez que le habla. Por eso, cuando los pandilleros comenzaron a amenazarme y a cobranos extorsión. Ella acudió a él por consejo”.
Hace unos años, el negocio de la familia de Gerardo fue objeto del cobro de la renta. Además del dinero, pedían la incorporación de Gerardo a la pandilla. Ante esto la familia tomó la decisión de vender el negocio y de sacar a Gerardo del país. Después de peregrinar por varios países, Gerardo llegó a Suecia con la ayuda de un amigo.
Como era de esperarse, el frío, la soledad, la falta de trabajo, la desesperación y la frustración calaron hondo el corazón de un salvadoreño que vio su vida esfumarse en un segundo. El resultado fue una depresión. En medio de esta, Gerardo, por consejo de su madre, comenzó a asistir a la iglesia. Recuerda que hace un año, llegó a una iglesia en el centro de Estocolmo. En una pequeña capilla, se arrodilló y lloró. Maldijo todo y se enfadó con Dios por hacerle vivir lo que estaba viviendo. Al terminar su catarsis, secó sus lágrimas y por una extraña razón y coincidencia, al lado de derecho de él, colgado en la pared de ladrillos naranjas, estaba el cuadro de un hombre de lentes vestido de negro, con las manos juntas y con un gorrito rojo. Era la figura a la que su madre le hablaba. Era la figura de Monseñor Romero. “Ve, hasta aquí me viniste siguiendo. Sos necio va”, fueron las palabras que Gerardo recuerda haber pronunciado entre lágrimas y risas.
Desde ese día, Gerardo acepta que, en medio de su soledad, formó un vínculo amistoso con Monseñor Romero. Al igual que su madre, él le habla, llora junto a él y le platica sus penas y alegrías. En la iglesia encontró un grupo de apoyo y gente con quien platicar y compartir sus penas para poder superar su depresión. La vida tiene tintes menos agridulces desde entonces.
Un aniversario sin muchas voces
Quizás por eso, cuando Gerardo vio el cartel a donde una asociación de salvadoreños junto a la Iglesia Católica de Santa Eugenia, estaban invitando a conmemorar el 40 aniversario del martirio de Monseñor Romero, algo en medio de su corazón se alegró. Y no era para menos, ahora dicha, celebración era algo personal.
Sin embargo, el 24 de marzo de este año está en medio de una crisis sanitaria sin precedentes en el mundo. Pues el coronavirus ha afectado la vida del planeta entero, provocando cuarentenas, muertos, infectados y cierre de muchas fronteras. Causando el miedo al contacto o cercanía con otras personas. Nadie se salva de la pandemia. Nos afecta a todos de una u otra manera.
Por eso el asombro de Gerardo. A la misa solo asistieron 33 personas, las cuales guardaban una distancia considerable una de la otra. No hay agua bendita, ni hay saludo de manos para desear la paz en medio de la misa, y la comunión se da en la mano. Un rito que se siente frívolo y distante.
Pero, en medio de la lejanía, la frivolidad y la distancia; Monseñor Romero parece seguir siendo un signo de esperanza y alegría. Al inicio de la eucaristía, el sacerdote celebrante, el Padre Dominik, comienza con la señal de la cruz y las oraciones iniciales. Luego dice con voz serena: «Esta no es una celebración cualquiera, por eso se da en medio de una época que no es cualquier época. Pues Dios siempre da esperanzas en medio de las crisis. San Óscar Romero es la llamada de Dios a tener esperanza”. Muchos de los asistentes cambiaron su semblante y una sonrisa acompañada con un movimiento cómplice de sus rostros, le dio la razón al sacerdote.
Junto al altar mayor, del lado derecho de la mesa del sacrificio, colgado en la parte superior de un atril color blanco, está la imagen del arzobispo mártir de El Salvador. La imagen está enmarcada en medio de un marco dorado de fondo negro. Y es un testigo silencioso y un vigilante omnipresente de los rostros de los invitados. En su mayoría son rostros de hombres y mujeres caucásicos, unos cuantos de color negro y apenas tres latinos. Dos salvadoreños y un colombiano. Irónicamente, los asistentes a la celebración del primer santo salvadoreño no son salvadoreños, son suecos en su mayoría.
Lo anterior, demuestra la universalidad del mensaje del arzobispo. Pues luego de la consagración, el Padre Dominik hace un momento de silencio, junta sus manos y luego se incorpora, extendiendo sus brazos comienza a rezar las plegarias en español. ¡Sí, en español! El rostro de asombro y desconcierto de los asistentes confundidos, mirando de un lado al otro, solo era comparable con el rostros de alegría de los tres latinos que estaban en la misa. Pues la esperanza parece estar escrita en español. Al término de las plegarias, todos responden amén y el Padre continúa en la eucaristía en el idioma sueco.
“Usted lo escuchó, habló en español. Se siente bonito oír el idioma de uno, aunque sea un ratito. Esto es lo que provoca un hombre como Monseñor Romero. Unidad entorno de la iglesia”, expresa Gerardo emocionado después de la misa. En su homilía, el Padre dijo: “Una de las cosas interesantes sobre Monseñor es su conversión, su cambio, como lo podría llamar yo. ¿Y como se dio este cambio? Él fue cambiado por la realidad y las cosas que él vio. Fue movido por la vida de los pobres. Sus experiencias y sus condiciones de vida lo movían. Que todo lo que vio, escuchó y sintió, despertó algo en su vida. Y lo hizo volverse su defensor”.
Al finalizar la misa, Gerardo se acercó al pequeño altar y en silencio hizo sus oraciones. Luego salió de la iglesia. “Me da mucha alegría y paz. Es la verdad. Ojalá después de este coronavirus la realidad nos obligue a volver la vista a los que estamos más jodidos. Pues siempre somos los que terminamos pagando por todo”, expresó. Sin duda, las realidades cambian a las personas.
