Una noche para recordar en El Campanil

Imagen: Cortesía.

Por Alberto Barrera

Antioch, California – Esa noche lluviosa del sábado 13 de enero tuvimos mala impresión cuando nos acercábamos al teatro El Campanil en el centro de esta ciudad, al noreste de la Bahía de San Francisco, en donde veríamos a más de 40 niñas y adolescentes en un show de danza moderna.

Vimos el viejo teatro, con su atractiva arquitectura de estilo colonial, español/gótico y las luces resplandecían su fachada en la que se forma una trilogía de carteles con pequeños focos alrededor destacan: el de en medio su nombre y los otros dos con avisos y eventos que presentan. En lo más alto del edificio se mantiene una campana que dio origen al nombre del histórico lugar.

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Pronto decenas de familiares y amigos de las danzarinas estábamos en la entrada del teatro, inaugurado en 1928 cuando se proyectaron películas de la época en las 1,100 butacas y en la parte trasera un espacio abierto para espectáculos vodevil y variedad de entretenimientos con música, comedia, acrobacias, magia y hasta animales bien entrenados.

El teatro fue propiedad de la familia Stamm durante 75 años hasta 2003, cuando Calpine Corporation y la ciudad de Antioch firmaron un acuerdo para adquirirlo. En julio de ese año, la Fundación para la Preservación del Teatro El Campanil comenzó el proceso de convertir el edificio en un lugar comunitario de artes escénicas.

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Después de una corta espera entramos al curioso pero atractivo lobby y luego a la majestuosa sala. Las más de 40 chicas y un chico presentaron 29 números de baile moderno que se inició más de media hora después de lo programado con la danza “Rise of The Crown” con 22 participantes, la mitad del total de bailarines juveniles de esa noche.

Aunque la vieja, pero clásica sala no se llenó, más de 220 asistentes aplaudimos el esfuerzo de las danzantes que se forman en el “Estudio B Dance Company”, establecido en la misma ciudad.

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De las presentaciones individuales y de grupo disfrutamos todas, pero destacaron algunas como End of Love, The Dream, Detention, Drácula, Tribal Dance, Bills, Day in the Life of a Dancer, When Can I see you Again y Ordinary People, entre otras de los 29 bailes durante más de dos horas.

Una reseña en el sitio web de El Campanil https://www.elcampaniltheatre.com, menciona algunos artistas que actuaron en el teatro, entre ellos los famosos Roy Rogers y Mary Pickford. El teatro tuvo un costo de 500,000 dólares de aquella década de 1920.

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La amplia sala mantiene aún su “pintura ornamentada original y candelabros moriscos (moros) y apliques de pared”, dice el sitio, y agrega que “los camerinos están adornados con cientos de autógrafos que se remontan a la inauguración del teatro”.

En lo alto del escenario, al fondo la pantalla para las proyecciones, hay un mural, un fresco le llaman los expertos, de dos mujeres desnudas que podrían ser diosas sentadas y que son parte del atractivo del lugar.

La página agrega que “después de décadas sirviendo como sala de cine, el Campanil cerró, pero más tarde fue reabierto, sirviendo como iglesia. El teatro fue comprado por una fundación sin fines de lucro en 2003”.

Un año después fue rehabilitado y en un foro digital se dijo que su escenario fue ampliado, instalaron nueva iluminación, sonido y 700 nuevos asientos “estilo vintage”. En la sala se presentan eventos artísticos y otros de la comunidad del área de Contra Costa.

Un participante en ese foro y que se identificó como “Marcy” dijo que en ese teatro “disfrutamos del espectáculo de Debbie Reynolds que se llevó a cabo allí”.

Al final salimos satisfechos de haber presenciado el esfuerzo de las chicas de Estudio B. Abandonamos el teatro, afuera nos recibió una leve pero pertinaz lluvia, que solo nos provocó ganas de comer algo y fuimos en busca de algo ligero. En Pittsburg, limítrofe con Antioch al oeste -siempre a la orilla del Delta- encontramos lo que buscábamos.

La noche nos había dejado el recuerdo del espectáculo con los colores vivos de los atuendos y los movimientos acrobáticos, ágiles y medidos de aquellos jóvenes enamorados de la danza.

Esa noche en el rótulo iluminado sobresalía: “A Night to Remember – Una Noche para Recordar”.
Cuando nos bajamos del auto en el parqueo de la zona comercial Rivertown, como otras ubicadas a la orilla del Delta del Río San Joaquín, aumentaba nuestra sensación del frío invierno que azota a la mayor parte del territorio estadounidense, aunque es más inclemente al noreste del país.

El ánimo de mis nietas Emma y Zoe, ansiosas de mostrar sus habilidades en el escenario, hicieron que olvidara el frío, que era de muy baja temperatura para mis huesos acostumbrados a la calidez del clima tropical en mi país natal El Salvador, Centroamérica.