16 septiembre, 2024

Ángel, un salvadoreño que viaja a Europa para salvar su vida luego de recibir amenazas de pandillas, nos muestra las vicisitudes de la migración.

Foto: Marlon Hernández.
Por Diego Recinos

La noche del 12 de febrero de 2017 fue la más larga en toda la vida de Ángel. Trató, una y otra vez de dormir, pero le fue imposible dejar de pensar en que dentro de unas horas dejaría de ver a su familia por un tiempo indefinido.

Ángel vivió 25 años de su vida en la colonia San Bartolo del municipio de Ilopango, al oeste de San Salvador. Recuerda que fue una vida buena. “No éramos ricos, pero teníamos lo que necesitábamos pues mis papás eran dueños de una pupusería. Tenía que trabajar con ellos, pero eso me ayudó a valorar el dinero”.

Trabajaba en un call center y con un negocio propio, cuando decidió junto a su esposa que era un buen momento para tener hijos. Tuvieron dos. La vida parecía estar bien hasta ese entonces. Sin embargo, con el paso de los años, la urbanización donde vivió, donde era conocido por todos, donde corría y jugaba con sus amigos, comenzó a cambiar. Un grupo de jóvenes, que se hacían llamar pandilleros, comenzó a ganar terrero y control sobre todos los elementos de la vida cotidiana del lugar.

Ilopango es uno de los l0 municipios más violentos de la capital salvadoreña, y la colonia San Bartolo posee un alto índice de criminalidad. Cadáveres abandonados, tiroteos, asesinatos y extorsiones; comenzaron a ser cada vez más frecuentes en la zona. Hasta que la violencia y las pandillas tocaron a la puerta del negocio de los padres de Ángel. La pandilla quería su pedazo del negocio y de no pagar amenazaron con cobrárselas con la sangre de su hijo. Los padres de Ángel no quisieron ceder tan fácil a abandonar el trabajo de su vida y acudieron a la policía tras el aumento de las llamadas y las amenazas. Pero, eso no bastó.

Foto: Marlon Hernández.

Ángel recuerda que luego de interponer la denuncia las cosas empeoraron. “Mis papás no pudieron más y cerraron la pupusería. Al no poder pagar, esperamos lo peor”. La familia entera tuvo que abandonar el negocio para salvar sus vidas.

Las cosas no mejoraron. El call center donde trabajaba Ángel cerró, y todos los trabajadores fueron despedidos. Sin trabajo y con la pandilla tras él, decidió abandonar el país. Sus tíos le ofrecieron ayuda para viajar de “mojado” a los Estados Unidos, pero el miedo a morir en la frontera del norte lo hizo descartar esa idea. Familiares de su esposa vivían en un país europeo y le dijeron que podrían ayudarle. “Venite que aquí no cuesta mucho. Nosotros te ayudamos, me dijeron. Yo les creí”.

Tras comprar el boleto, gracias a un préstamo hecho por sus padres a un usurero, pudo viajar un 12 de febrero con rumbo al viejo mundo. “Fue duro venirme. Mi hija menor tenía tres meses de nacida. Mis papás se quedaban solos pues soy hijo único y tenía miedo que los mataran. Pero no tenía más opción”. La llegada a Europa fue dura. “Yo estaba acostumbrado al calor, al sol, a la gente y cuando vine, nadie me dijo que hacía tanto frío. Vine en pleno invierno y eso fue apenas el comienzo del calvario que me tocó vivir”.

Foto: Marlon Hernández.

Desde el momento de aterrizar en tierras europeas, las cosas no marcharon bien. Descubrió la pobreza, el rechazo y el racismo de un país que no está acostumbrado a ser solidario ante el dolor ajeno. “Pasé casi 4 meses sin encontrar trabajo, pues no tenía papeles. Además, los latinos que tienen empresas y te dan horas de trabajo, cuesta que te paguen y no te pagan bien. No tenía para comer, ni para el pasaje y lo poco que conseguía ganar era para pagar el arriendo, pues la familia de mi mujer me cobraba 450 euros mensuales por un cuarto”.

Ángel solicitó asilo en la oficina de Migración. Sin embargo, la solicitud le fue denegada y después de tres intentos recibió la orden de deportación. “Yo no sabía qué tipo de documentos presentar, nadie me dijo. No tenía ni la denuncia que hizo mi familia a la Policía Nacional Civil de El Salvador, y no traje las pruebas suficientes para demostrar que mi vida estaba en peligro. No me creyeron y me dijeron que tenía que irme”.

Foto: Marlon Hernández.

Ilegal y con una muerte segura si regresaba a su país, Ángel apostó por quedarse. “Trabajé como un esclavo muchas horas, mal pagadas, para poder traer a mis hijos y a mi mujer. Tuve que trabajar casi 20 horas al día. Cuando no se tienen documentos, son pocas las empresas que contratan y dan oportunidades de trabajo”.

Además, las jornadas son extenuantes y sin descaso alguno. De acuerdo a la ley del país europeo donde vive Ángel, la hora de trabajo debe pagarse como mínimo a 11.31 euros. Pero, algunas empresas latinas llegan a pagar la hora a 5.56. “Si uno no hace lo que dice el jefe, te amenazan con no llamarte más. De todos modos, como vos, hay 15 personas que también necesitan el trabajo, expresan. No hay otra salida. Toca agachar la cabeza y trabajar como animales”.

Foto: Marlon Hernández.

La vida le tenía guardado algo más, en febrero del presente año, la madre de Ángel murió. Por ser ilegal no pudo salir del país y darle un último adiós. “La verdad, de haber sabido que esto era así, quizás no me hubiera venido. Aquí es bonito, es tranquilo y se puede vivir en paz. Pero se sufre por tener una piel diferente, por no hablar el idioma y no tener papeles. También, los propios latinos te tratan como esclavo. No vale la pena”.

Después de meses de mucho esfuerzo, Ángel pudo traer a su familia. Ellos han comenzado un nuevo trámite de asilo en Migración con la esperanza de obtener documentos. Pero él no puede ser incluido en el caso por tener orden de deportación. “Mis hijos van a la escuela y mi esposa me ayuda trabajando, ella limpia casas y hace pupusas para vender. Por ellos vale la pena seguir luchando. Aunque yo, extraño mi tierra”.  

Foto: Marlon Hernández.