
Por: Claudia Zavala
España – El 29 de octubre quedará grabado en la historia de Valencia, España, como una de las fechas más trágicas que se hayan conocido jamás. Una furiosa DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) y sus fuertes lluvias, en apenas unas horas, provocaron el desbordamiento de los cauces del río Turia, la Cuenca del Magro y el Barranco del Poyo, y anegaron a poblaciones muy cercanas de la capital valenciana, como Utiel, Requena, Paiporta, Picaña, entre otros.

Vivo en esta ciudad española, desde el año 2005, y es la primera vez que he tenido que avisar a mis familiares y amigos que estoy fuera de peligro. De verdadero peligro. Como salvadoreña, he estado familiarizada con términos meteorológicos como temporal, tormenta tropical, huracán… pero, una DANA (también llamada «gota fría»), nunca me ha parecido que estuviese en la jerarquía de lo más preocupante, en términos meteorológicos. Ignorante de mí, claro. Además, debo reconocer que, salvo excepciones, cambio de canal cada vez que aparece la información y reportes del clima. Siempre pienso que se equivocan. También producto de mi cultura y referentes salvadoreños.

Pero, ayer fue diferente. A eso de las 7:30 am, a punto de ducharme para empezar el día, después de ver el cielo oscuro y algunos relámpagos que anunciaban tormenta, mi esposo me preguntó si era prudente llevar a nuestro hijo, de 8 años, al colegio. «No han suspendido clases, ni han avisado nada de la Generalitat. Lo recogeré temprano, eso sí. En la tarde parece que se va a poner más feo», le dije. Aún a esa hora, pudimos desplazarnos, sin mayores contratiempos, en lo que podría definirse como un día muy lluvioso, pero sin datos relevantes que presagiaran ningún desastre.
A lo largo de la mañana, me puse a trabajar en unas publicaciones y, de vez en cuando, miraba desde el balcón de mi casa la lluvia que no cesaba, pero que aún no mostraba la intensidad del fenómeno en que, horas después, derivó. No suelo ver televisión. Sólo reviso titulares de última hora y doy seguimiento a temas de largo aliento que me interesan. Empecé a recibir mensajes de alerta de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) que ubicaban a Valencia en el «nivel rojo» de la escala, desde las 9:30 am. Pero, las alarmas a nivel de Comunidad Autónoma y de Ayuntamiento, es decir, el Servicio de Protección Civil de la zona, no decían absolutamente nada. Pensé que tal vez era una falta de precisión regional de los datos, desde una mirada más estatal y centralizada, como algunas veces pasa con acontecimientos que suceden fuera de Madrid.

A las 4:30 pm en punto, estaba en la puerta del colegio de mi hijo, para recogerlo. A esa hora, llovía fuerte y el viento comenzaba a ser intimidante. Los padres y madres se inquietaban en la cola de espera. El cielo se estaba poniendo negro. Muy negro. De golpe, anocheció y el ambiente se enrareció. Intuí que eso ya no era normal. Mi hijo y yo tuvimos la suerte de poder desplazarnos, sin problema, hasta casa y llegar, en menos de 20 minutos, a buen resguardo. De ahi en adelante, todo fue a peor. El cielo más negro, el viento más fuerte, la lluvia más furiosa…
«¿Ya es de noche, mamá?», la inocencia de mi niño. Asomamos un poquito las cabezas por el balcón y el ruido de la tormenta daba miedo. Eran como señores muy roncos silbando. Silbidos estruendosos, si eso existe. En la calle, brillaban las luces de los carros, enloquecidos por llegar a su destino, el aire desbocado chocaba contra carteles y arrastraba contenedores de basura.
Más tarde, a eso de las 7:30 pm, mi esposo llegó a casa, con los ojos como platos, asustado por todo lo que había visto en la carretera. Encendimos la televisión y comenzamos a ser testigos de lo que realmente empezaba a gestarse y que llegó a su punto máximo, a medida que iba entrando la noche. Las noticias confirmaban el desbordamiento del río Júcar y empezaba a informarse de personas atrapadas en casas, polígonos industriales, centros comerciales y carreteras. Sobre todo, en pueblos aledaños a Valencia capital, que es donde yo vivo.

Sin embargo, la alerta autonómica de Protección Civil a los teléfonos personales llegó pasadas las 9:00 pm, cuando ya había pueblos anegados y personas en peligro, a pesar de los avisos meteorológicos que se habían dado, desde fuentes estatales. Las noticias continuaban relatando que, en el triángulo formado por la Cuenca del Magro, el Barranco del Poyo y el Turia se acumularon más de 500 litros por metro cuadrado, provocando el desborde de los cauces, que acabó arrastrando cientos de automóviles, generando las impactantes imágenes protagonistas de fotografías y videos que ya apuntan a ser históricos.
En pocas horas, me empapé de más información técnico-meteorológica que en toda mi vida: que una tormenta simple dura unos 10 minutos; una tormenta profunda, de seis a doce horas. Pero lo que sucedió en Valencia es que se configuró una especie de «tormentas en racimo», que se organizan entre ellas para crear un organismo parecido a una «multicélula» que, a veces, alcanzan proporciones descomunales, como en este caso. Y hubo una mezcla de aire frío y caliente, sumado a la temperatura del mar, que hacía que la tormenta se retroalimentara y aumentara. Nada más y nada menos.

A eso de las 9:15 pm, arropé a mi hijo y le di las buenas noches, con el aviso de suspensión oficial de clases escolares («¡Bieeen, mami!» – niño, al fin-). Y nos acostamos con las noticias sintonizadas en el teléfono, al estilo de las radios antiguas, en la mesita de noche, por si alguna novedad asaltaba la madrugada.
Hoy, 30 de octubre, desayuné con las imágenes más impactantes de las que he sido testigo, en casi 20 años viviendo en Valencia. Unas, profundamente conmovedoras, como las de la señora siendo rescatada en helicóptero, con su perro y gatitos. Otras, angustiantes, como las del puente de Picaña, partiéndose en dos por la fuerza de la riada. Otras estadísticas desgarradoras a las que agradecí no acompañaran imágenes, como las de los 6 ancianos que fallecieron, en la residencia de mayores, ante un imposible rescate, en Paiporta. Con todas sentí el corazón en un puño. Con todas recordé la sensación de incertidumbre que experimenté varias veces en El Salvador, ante la fragilidad de la vida. Porque ante la grandeza de la naturaleza uno se siente pequeño. No importa dónde haya nacido.
https://twitter.com/porttada/status/1851447446615867695
NOTA: Al cierre de este escrito (9:30 pm, hora de España), el recuento de víctimas mortales asciende a 92, en la provincia de Valencia. Se reportan 2 fallecidos en los pueblos de Letur y Mira (Castilla-La Mancha) y otra persona en Málaga, lo que eleva la cifra total en todo el territorio español a 95, producto de la que se considera la peor DANA del siglo. Desde hoy, se han decretado 3 días de luto oficial. Mientras, continúan las labores de búsqueda de desaparecidos. Más de 100,000 personas permanecen sin suministro de agua y electricidad, en las poblaciones más afectadas. Las conexiones de tren de alta velocidad entre Madrid y Valencia permanecen suspendidas, hasta nuevo aviso. La DANA se desplaza hacia las regiones del suroeste y noreste del país.
