Por Alberto Barrera
Pittsburg, California – Cuando salimos de Pittsburg a Monterey pensé en el mar y en uno de los más completos y modernos acuarios, pero no imaginé el encanto de históricos, bellos y ostentosos lugares, figuras famosas y mucha gente feliz, aliviada luego del largo encierro por la pandemia COVID-19 que aún asusta al mundo.
Las 136 millas (más de 218 kilómetros) de carretera desde el noreste a la costa sur de San Francisco pasaron volando a través de la ventana desde la que vi autos, casas, árboles, praderas y colinas doradas; pasamos por el valle de Santa Clara a orillas de San José, luego enrumbamos sobre la autopista 101 y atravesamos o avistamos lugares como Coyote, Madrone, Morgan Hill, San Martín y Rucker.
Adelante, a un lado de la 101 en las afueras de Gilroy, vimos a muchos indigentes alojados en champas rodeadas de andrajos, en donde olfateamos un profundo y peculiar olor que nos recordó que a ese lugar se le conoce como la “capital del ajo” que en julio celebra un famoso festival en el que se come y se bebe bien con mucho entretenimiento.
Ese atractivo Festival del Ajo fue empañado el 28 de julio de 2019 cuando en un tiroteo masivo un pistolero mató a tres personas e hirió a otras 17 antes de suicidarse luego de enfrentarse a tiros con la policía. Santino William Legan, de 19 años, fue el autor de la matanza.
Luego de pasar por Gilroy atravesamos una parte boscosa y arribamos al valle Salinas, bañado por el río del mismo nombre y por su tierra salada lo convierten en una productiva zona agrícola. Su nombre viene de la ocupación de los españoles a fines del siglo XVIII, según registros históricos.
En el valle transitamos muy cerca de Castroville, área llena de coloridos cultivos de hortalizas como lechugas, brócoli, coliflor, pimientos y alcachofas, así como tomates y espinacas por lo que se le conoce como “la ensaladera del mundo”.
De Castroville solo vimos las cuadrículas de los cultivos y rótulos indicando desvíos a la ciudad, pero me enteré que durante dos días en mayo se realiza desde los años 40 el “Festival de Alchachofas” con recetas de cocina de esa hortaliza, catan vinos, montan exposición de artesanías, música, desfile de carros clásicos y se elige a la reina del festejo anual.
La primera reina del festival fue la famosa actriz Marilyn Monroe en 1948, aunque entonces era conocida por su nombre original Norma Jean Baker. “No sabemos exactamente por qué consintió la coronación, pero podemos adivinar que tuvo algo que ver con el hecho de que era una estrella, ávida de publicidad. ¿O podría haber estado motivada por las supuestas propiedades afrodisíacas de la deliciosa verdura?”, escribió Randi Greene en 2008 en su blog montereypeninsula.blogspot.com.
Pero el blog “soulofca” (Soul of CA) publicó en 2016 que la joven estrella llegó a Castroville ese año en una gira promocional para una joyería local. “Ella impresionó a los cultivadores de alcachofas de la zona que la proclamaron la ´Reina de la Alcachofa de California´. ¿No sucede eso solo en las películas?”.
El centro de producción de alcachofas, y mayor del mundo, se inició en 1920 con Andrew Molera -descendiente de italianos en California desde finales del siglo XIX-, quien cultivó un acre de la hortaliza que durante el imperio Romano fue un alimento gourmet. En 1922, asociado con un primo, rentaron 150 acres para cultivarlos con mucho éxito, según un reporte de la cadena de televisión ABC News.
También el valle se hizo famoso porque fue el escenario en donde el escritor John Steinbeck, premio Nobel de Literatura 1962, ubicó el desarrollo de algunas de sus novelas como “Al Este del Edén” y “Las Uvas de la Ira” que fueron exitosas producciones de cine bajo la batuta de directores como Elia Kazan y John Ford, y con actores como James Dean y Henry Fonda.
Las Uvas de la Ira, escrita en 1939, la filmó Ford un año después. Steinbeck la escribió después de publicar artículos periodísticos sobre las oleadas de trabajadores de Texas y Oklahoma que llegaban a California en busca de la tierra prometida luego de los efectos de los años de depresión económica en Estados Unidos. Pero pronto el sueño de los migrantes acaba desvaneciéndose y sus derechos son violados. En ambas novelas el autor describe la zona de Salinas, sus pueblos y su gente.
La brillante luz de ese sábado veraniego en esa áreas del centro californiano impregnaba de color el paisaje verde, dorado y tonalidades en la productiva tierra, cuadriculada por el asfalto de carreteras amplias y calles polvosas por donde transitaban vehículos en busca de cargas, algunos con personas en busca de sus trabajos, diversión en las granjas agrícolas o de paso más al sur hacia la costa del Pacífico.
Y de pronto estábamos en una transitada calle y zonas urbanas. Al lado derecho terrenos baldíos con escasa vegetación y dunas que nos advertían el mar, de pronto sentimos la brisa fresca y el olor peculiar. Al otro lado del muro natural el océano inquieto y las olas que se estrellaban en rocas o arribaban a las playas. A nuestra izquierda las ciudades Sea Side, Marina y Sand City, antes de asomarnos a Monterey.
En lo alto de las dunas vimos al siguiente día jóvenes risueños deslizándose en tablas, otros en bicicletas y varios caminando por senderos, algunos de los cuales estaban en medio de las elevaciones y por los cuales se alcanzaba a ver el mar azul.
Son terrenos de Fort Ord Dunes State Park el cual tiene unos 6,4 kilómetros de playa, paseo marítimo y mucho espacio en cuyas dunas anidan especies, y aunque carece de árboles tiene mucha vegetación, arbustos y plantas pequeñas que parecen poco, pero ayudan al medio ambiente y al uso de las instalaciones para la población.
El parque es parte de la antigua Base del Ejército de Fort Ord y proporciona una oportunidad para la interpretación de la historia local. Tiene un paisaje marino y en la tierra un hábitat de dunas y orillas marinas no desarrolladas, es rico en recursos naturales y culturales, dice en su página el Departamento de Parques y Recreación de California.
A la entrada de Monterey vimos plenamente el mar, gente que hacía ejercicio la mañana brillante de ese sábado de junio, pero el clima no pasaba de los 17 grados centígrados y supusimos el agua fría, pero los colores y algarabía de la ciudad nos animaron para ver y conocerla.