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En boca cerrada, no entran…

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Desde tiempos antiguos, la comunicación ha sido vital para su supervivencia y evolución. Sin embargo, este impulso natural de compartir información a veces se desborda, y las personas terminan hablando más de lo que deberían
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Por Margarita Mendoza

«Uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras». Esta frase, que muchos le atribuyen a Aristóteles y otros a Sigmund Freud, resume a la perfección las ventajas que tienen las personas que hablan poco o son medidas a la hora de opinar.

Desde tiempos antiguos, la comunicación ha sido vital para su supervivencia y evolución. Sin embargo, este impulso natural de compartir información a veces se desborda, y las personas terminan hablando más de lo que deberían. ¿Qué lleva a alguien a decir de más? ¿Qué consecuencias trae este comportamiento?

Imagen de referencia/ilustrativa/archivo/cortesía

Una de las principales razones es la necesidad de pertenencia. Las personas, al querer sentirse aceptadas o incluidas, a veces revelan información innecesaria o confidencial con tal de mantener una conversación o de ganar la simpatía de otros. El deseo de ser escuchados puede nublar el juicio, haciendo que uno no mida las palabras ni considere el contexto.
Hablar, y especialmente opinar, es el deporte favorito de hombres y mujeres. No cuesta nada, nos entretiene, alimenta el ego y, con ello, somos capaces de construir y destruir: reputaciones, ciencia, política, y mucho más.

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Muchas veces hablamos por instinto, por impulso, sin filtrar.  Cuando pensamos dos veces antes de hablar, evitamos caer en chismes, exponernos demasiado, o quedar como ilusos, mitómanos, ignorantes o falsos. Es importante reflexionar antes de expresarnos, evaluar el medio en el que lo hacemos, la forma en que comunicamos nuestras ideas y el conocimiento que realmente tenemos sobre el tema.

Aunque ciertos individuos presentan una tendencia innata hacia la extroversión, es factible modificar y educar los propios hábitos comunicativos a través del aprendizaje consciente. Comprender que la indiscreción puede derivar en consecuencias adversas resulta fundamental para motivar dicho cambio.
En este sentido, el desarrollo de la prudencia y la capacidad de seleccionar cuidadosamente la información que se comparte constituye una habilidad esencial para una interacción social más efectiva y responsable.

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Las redes sociales constituyen otra forma de expresión, y aún menos recomendable si no se utiliza con responsabilidad. A diferencia de la palabra hablada, que puede diluirse en el aire, en el tiempo o en la memoria de quienes escuchan, lo que se publica en redes permanece para siempre. Por ello, es fundamental tener extremo cuidado con lo que se comparte.

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