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España: el regreso de los San Fermines tras dos años de cierres por Covid-19

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El Ayuntamiento y otras instituciones intentan que el desenfreno propio de la ocasión tenga un límite, uno solo: la violencia, sea física o verbal.
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Redacción Voz de la Diáspora

España – Tras dos años de suspensión de la celebración, Pamplona está ya abarrotada en la víspera del primer encierro, con los hoteles repletos. Pasaron más de mil días y volvió San Fermín. Decían que había ganas y, por lo visto, era cierto.

Juan Carlos Unzué encendió la mecha y al estruendo del chupinazo se sumó el rugido de una multitud ansiosa de fiesta. Entendámonos: la palabra “fiesta” no alcanza para definir esta semana de euforia en que el corazón, el estómago y el hígado, además de otros órganos, se dilatan por efecto de la adrenalina.

El Ayuntamiento y otras instituciones intentan que el desenfreno propio de la ocasión tenga un límite, uno solo: la violencia, sea física o verbal. Se confía en que, donde no llegue el buen criterio de los participantes, sí lleguen la presencia policial y las cámaras de vigilancia.

San Fermín, un santo francés que quizá ni siquiera existió, cosa sin la menor importancia porque aquí los mártires pintan poco, atrae a gente de los lugares más remotos.

Como en cualquier acontecimiento masivo, una parte de las fiestas de San Fermín solo puede apreciarse bien en la pantalla. El exfutbolista Juan Carlos Unzué, enfermo de Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), emocionó sin duda a muchísimos telespectadores cuando, antes de encender la mecha del chupinazo, dedicó estos sanfermines al personal sanitario y a quienes sufren su misma enfermedad.

Los visitantes han hecho de San Fermín un fenómeno casi mundial. Son los pamploneses, sin embargo, quienes mantienen el espíritu exagerado y a la vez bonachón de esta semana extraordinaria. Son ellos, los propios vecinos, los que llevan décadas experimentando el fenómeno, quienes mejor saben reencontrarse, bailar, beber y dar abrazos. O, al contrario, quienes más hábilmente se escurren, como sombras furtivas, hacia sus escondrijos.

 “Yo nunca he soportado esta barbaridad”, dice un señor de bigote blanco, cargado de barras de pan y dispuesto a encerrarse en casa “hasta el 15 de julio, si hace falta”. Hay de todo.

Los hoteles están casi al completo, y para el fin de semana no quedará una sola cama libre ni en el elegante hotel La Perla, que suele relacionarse con Hemingway, quizá porque Hemingway nunca se hospedó en él, ni en el hostal más mochilero, ni en los alojamientos del extrarradio.

Es víspera del primer encierro. Como cada año taurinos y antitaurinos cruzarán argumentos, habrá quien vea crueldad y quien vea diversión sana en las carreras de reses y mozos. En realidad, no hay mucho que discutir estos días: San Fermín es como es y se celebra sin límites, salvo, esperemos, el de la violencia, sexual o de otro tipo.

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