Por Ramón Rivas
Ahora los salvadoreños de descendencia Arabe-palestina tienen el libro que sin lugar a duda les dará pautas para seguir estudiando su presencia en el país, ya que la historia de tan importante población, que desde su llegada se ubicó en San Salvador, San Miguel, Santa Ana, Sonsonate, Usulután, San Vicente, Cojutepeque Ilobasco y más lugares de nuestra geografía nacional dan elemento para describir lo que sucedió en lo referente a su llegada a esos lugares, su contribución que es mucha y de diferentes manera pero también detalles tan importantes para armar la historia de la región y el país y esto vale también para otros grupos poblacionales, dígase chinos, europeos y hasta africanos.
Es por eso que veo este libro que hoy me entretiene como la base del inicio. La semana pasada la población Árabe-palestinos en El Salvador presentó su primer libro sobre su llegada al país, La Diáspora Palestina en El Salvador. 1800 – 2019, escrito por la Antropóloga Melisa Rivas Montoya.
Este interesante documento muestra y describe acontecimientos vividos y el emprendimiento que desde su llegara ha caracterizado a este pujante grupo, algunos momentos críticos vividos en la historia nacional pero también su lucha callada por sobreponerse del racismo de gente inculta que hasta se burlaba de su presencia.
El libro me da pautas para recordar y reflexionar momentos que ahora comparto con los lectores. En mi caso recuerdo a aquellos hombres que llegaban a mi Ilobasco de los recuerdos sudando y cargando una enorme bolsa de tela con “cortes” de bonitos y variados colores.
Yo de niño recuerdo que llegaban de casa en casa y si no había dinero pues los dejaban. «Aquí te queda y dentro de un mes paso y me pagas lo que podas» decían.
Y había gente que un mes después, quizá sin imaginarlo, veía en la puerta de la casa al mismo hombre de cuatro semanas atrás que venía a cobrar. «Pues si no tenes pisto, dame lo que podas» allí vi salir pollos, gallinas, pero también anillos y una vez hasta una guacalada de naranjas. Algún día me vas a terminar de pagar, decían los pacientes negociantes que en el pueblo se les conocía como Buhoneros.
En Ilobasco, ya desde inicios de 1920 se habían establecido los Saca. Eran dos familias provenientes de Palestina, pero no emparentados, así se decía en el pueblo.
Para muchos en ese Ilobasco de mis recuerdos, los tres elegantes almacenes que establecieron “los turcos” como se les conocía dieron la pauta para que ese pueblo que en ese entonces se debatía entre el abandono geográfico y la cultura de las haciendas se fuera institucionalizando y adquiriendo otro carácter, eran almacenes en donde se podía comprar telas, utensilios para el hogar, herramientas para la labranza pero además fusiles, pistolas lámparas y todo los que se les ocurría a los emprendedores “Turcos” que sabían que era bueno para la venta. Hubo un tiempo, me dijo un señor que, hasta cueros de vaca, caballo, y hasta de cocodrilo se vendía, pero también pintura en líquido y en polvo.
Los turcos tenían de todo y si no lo tenían en ese momento se lo buscaban me dijo otro. Alguien también me dijo que vendían la tela por metros, que eran unas reglas de madera, pero cuando los sastres las median era como que se habían equivocado y las habían medido por varas.
En el Ilobasco de mis recuerdos muy pronto comenzaron a comprar propiedades y en algunos casos hasta donaban así fue como uno de ellos, don Juan Saca, dono el terreno donde ante la falta de un centro penal, él donó el terreno y como eran tan católicos que viendo la mísera urna en que el día del Santo entierro llevaban a Jesucristo organizaron la forma en como comprar una que mereciera Jesús y el momento que se memoraba.
La urna que lleva a Jesús el día del Santo entierra viene de esa época. Pero en el creciente Ilobasco lo que más recuerdan los hombres era la belleza de las mujeres que tenían una piel como barnizada con miel de abeja me dijo alguien una vez. Hasta más o menos 1950, los registros de población definían el origen étnico del inscrito y es por eso que ahora no es fácil dar un número acertado sobre la cantidad poblacional de origen árabe- palestino en el país y los cálculos son variados y se habla de 100 mil hasta 200 mil como población actual de descendientes de árabes Palestinos.
Un censo es necesario y no será fácil. Y es que los migrantes de Palestina han arribado a El Salvador en diferentes periodos iniciando a principios de 1800. Hoy en día, los libaneses que viven en El Salvador, son sangre de la sangre de quienes huyeron entre 1880 y 1922, las décadas previas a la desaparición del Imperio Turco-Otomano. No obstante, la mayoría de los árabes llegados a El Salvador son de religión cristiana ortodoxa griega que es paralela a la iglesia católica.
Actualmente El Salvador cuenta con dos organizaciones islámicas, la Asociación Cultural Islámica Chiita Fátima Az-Zahra fundada en el año 2004, una organización que se adhiere a la rama chiita del islam.
Una segunda organización es la “Iglesia Islámica de El Salvador” fundada en el año 1993, que no adhiere a una escuela de pensamiento tradicional. Es ahora un importante grupo poblacional integrado en la sociedad nacional, pero con un profundo arraigo a su cultura.
Podemos afirmar que han asimilado muy bien la cultura del salvadoreño que encontraron y algunas veces da la impresión que el salvadoreño de raíces autóctonas por su empotrada cultura de la finca aún ve al palestino como extraño cuando en la realidad no debería de ser así.
En sus inicios eran católicos Maronitas que no encajaron con las políticas represivas del imperio Otomán que en ese tiempo ocupaba ese territorio. Lo interesante del caso es que, las actuales generaciones viven con un profundo sentimiento palestino salvadoreño.
Somos palestinos, pero a la vez salvadoreños y algunos de nosotros gustamos quizá más que propios salvadoreños de las pupusas con loroco, frijol con queso o revuelta.
Yo, aunque no conozco Palestina, me dijo, “siento mi palestina como también siento mí El Salvador. Soy salvadoreño palestino”. Y otro fue más concreto al decirme que cuando estaba en palestina quería volver luego a El Salvador y que ahora que estaba en El Salvador quería volver cuanto antes a palestina.
Moisés Saca, me dijo, “Es verdaderamente una gran alegría contar con un libro que hable sobre la diáspora porque mi familia sufrió mucho. Justo un día de estos le pregunte a la hermana de mi abuelo, América Saca, si mis bisabuelos tuvieron la in tensión de volver y me decía, ‘si la hubo se esfumó’, se de una tía hermana de mi abuelo que le quitaron la casa los judíos y por eso se vio forzada a dejar Palestina en los años 60, esas fueron palabras de ella.
Entonces por lo que al principio la razón de dejar palestina fueron los turcos, cuando tuvieron la tentativa de volver les fue imposible por la creación del moderno Estado de Israel.
Hay otros que recuerdan su país y en sus recuerdos vuelven a sus años mozos, la tierra, la comida, la geografía y ven y recuerdan pero en eso de ver analizan el momento actual y es así como Siman Safady Kury, de la Asociación Salvadoreña Palestina, me dijo, este poema dice mucho, “Si los olivos conocieran las manos que los plantaron su aceite se volvería lágrimas”(Mahmoud Darwish) Yo estoy feliz que mi papa heredo el idioma árabe y es de los pocos y me ha enseñado a escribir y leer. Pero al mismo tiempo es una sensación extraña porque me siento muy salvadoreño, pero al igual, no sé hasta donde puedo ser palestino”.
Ese es el sentimiento de los migrantes, los que una vez decidieron establecerse fuera de su lugar de origen y serán varias generaciones que vivan ese sentimiento, y en algunos pueblos los sentimientos de pertenencia a un lugar son más fuertes que en otros.
Habría que estudiar el porqué. En la actualidad, son una sólida y organizada población árabe-salvadoreña con muchas poder social, económico y político y esto vale para los que viven en otros países de la región como Guatemala, y Honduras principalmente en donde los vínculos familiares y de origen juegan importe papel.
No ha sido fácil llegar a consolidarse como tal; desprecio, burla y mucha envidia han sido ingredientes que no han contribuido en nada bueno, pero han sabido sobreponerse y salir adelante.
El término “turco” con que se les denominó por viajar a su llegada a América con pasaporte turco-otomano, fue considerado por ellos como despectivo pero, ¿qué podían hacer?, este sobrenombre no solo obedecía a la designación de la nacionalidad de origen que figuraba en el pasaporte del inmigrante, sino en las ganas (después de conocer la realidad del nombre), de ofenderles o simplemente mirarles con desprecio ya que ante los ojos de la gente nacida y ya acomodada en el país, se le miraba con desprecio al “turco” porque se le identificaba con el buhonero, o vendedor ambulante , el que hablaba la lengua con dificultad.
Entonces para esos criollos acomodados, había que vivir de las rentas de la tierra o de los grandes contactos. Ejercer cualquier oficio manual o practicar el comercio, era algo “indigno” o “deshonroso”. pero los tiempos cambian y cambian también las mentalidades y los prejuicios y esto se hace trabajando y esos palestinos lo hicieron y, o siguen haciendo.
Hay de todo naturalmente. Para 1968 se obtuvo un terreno de seis acres, ocho árabe-salvadoreños se juntaron y construyeron una piscina, se conocía como El Prado, y era un espacio de encuentro de la comunidad, fue creciendo, se invirtió y actualmente se convirtió en el Club Árabe-salvadoreño, un acogedor espacio que he visto crecer en los últimos 24 años que lo frecuento.