Por Ramón Rivas /Antropólogo/ Colaborador
El Salvador – Ayer tuve una experiencia muy particular. Con el equipo de investigadores del Museo Universitario de Antropología de la Universidad Tecnológica (UTEC), Óscar Batres y Katherine Alemán y la colaboración de Alexander Morales, fotógrafo de Comunicaciones, hemos visitado y conversado con un grupo de mujeres emprendedoras que, bajo la mediación de Carlos Cortez, me invitaron gentilmente a degustar de los productos de la caña de azúcar en ‘la molienda’ que ellas dirigen, mejor conocida como ‘el Trapiche San Antonio’ en la localidad de San Antonio Aguilares.
Y es que, por los referentes históricos, se sabe que el primer trapiche del continente americano fue fundado por Hernán Cortés en la región de Los Tuxtlas, cerca del Golfo de México, en el año 1524 y desde los inicios de la época colonial, se cultivó la caña y se produjeron azúcar y derivados (panela, miel, aguardiente) en varias regiones de la Nueva España.
Desde noviembre hasta principios de abril es la temporada de moliendas, esos lugares donde se fabrican dulces de panela (atados), batidos y hasta azúcar de pilón. San Vicente es sin dudas el departamento de El Salvador que más se luce con esta dulce tradición, la cual se niega a desaparecer con el paso de los años.
Se trata de un producto artesanal como el dulce de panela, que ha perdurado por años y que sigue siendo una expresión viva de la tradición cultural de El Salvador.
Pues esta vez en ‘El Trapiche de San Antonio’, trece afanosas mujeres, con muchos sueños, iniciaron la “molienda de caña de azúcar” en el 2015. Y es que, en toda la zona baja de la región, es el monocultivo lo que prevalece, el cultivo de caña de azúcar.
Ellas saben que todos los cañeros cultivan con abono, pero ellas, las mujeres, desde sus inicios en el proyecto, decidieron cultivar su parcela destinada al cultivo de caña con abono orgánico y, poco a poco, se fueron dando cuenta de los beneficios del mismo y la generosidad con lo que la tierra respondía.
Todo lo cultivan con la ese abono. “Nosotras trabajamos varias manzanas sin usar químicos y nos hemos convertido en ejemplo para todos estos caballeros que ya no pueden hacer nada sino utilizan cantidades de químicos. Y ellos nos preguntan cuánto o qué tipo de químicos utilizamos, les respondemos que no utilizamos químico alguno”; me comenta Carolina Díaz líder del grupo. Y me sigue narrando que “hay gente en la zona enferma o que ya ha muerto de insuficiencia renal. Eso nos ayuda a hacer conciencia en la gente del peligro de los químicos que han envenenado toda la tierra y los mantos acuíferos”.
“Queremos que la gente tome conciencia de que la quema de los cañales es desastrosa para el medio ambiente y que hay otras formas para hacerlo y nosotras somos responsables un ejemplo, no quemamos la caña y la tierra rinde más”.
Actualmente trabajan trece mujeres, iniciando sus labores en enero con la corta de la caña para terminar en abril con la molienda.
Al momento de nuestro arribo dos mujeres dispersaban el bagazo sobre una explanada y el corredor bajo el caliente sol. Me dijeron que la caña la habían cortado un día antes, comenzando a las tres de la tarde para continuar hasta bien tarde. “Ayer buscamos la hora que el sol quema menos, me dijo una de las señoras. “Eso de cortar y recoger la caña de s trabajo duro”, me dijo.
Cuando iniciamos, me dice Carolina, “El fondo del proyecto era muy poco y por eso no tuvimos capacitación y sólo nos alcanzó para la infraestructura incluso el motor lo compramos usado y ya dio su vida útil. Buscamos fondos para comprar uno nuevo. Tenemos un año de recolectar fondos. Hacemos actividades y nos va bien. Hay gente que también colabora y les estamos muy agradecidas.
De la caña y todo su proceso en el trapiche hay algunas ganancias que sirven al grupo como beneficio cuando lo necesitan, como algún préstamo o alguna urgencia familiar pues ahí hay siempre algo para salir adelante”, me dijo Carolina.
Se vende el jugo de caña por botellas, luego sacan el vicio, luego la miel de mesa luego la miel del dedo, luego la miel para los batidos y por último el atado de dulce. De todo esto hay cierta ganancia ya que la gente viene y disfruta de la molienda y compra de los productos.
“La ventaja que tenemos, me dice Carolina, es que la gente nos busca, vienen con sus guacales para llevarse sus productos.
Nosotros primero garantizamos que la gente local tenga el producto. El problema que ahora tenemos es que sólo disponemos de dos peroles y el producto ya no nos alcanza. Estamos ahora en la temporada de Semana Santa y lo que producimos ya no nos alcanza.
Llegamos al lugar en la víspera de iniciar la Semana Santa y las mujeres se ven muy ocupadas en todo lo que tienen que hacer: una atiza con bagazo de caña el fuego, la otra controla el término del perol hirviendo que expide un agradable aroma y allá, en una pila de arriba, una mujer lava paletas y llena botellas de jugo de caña y una niñita se entretiene con un gracioso perro negro. La niña le da de comer pedazos de dulce y el perro se ve muy complacido.
“Estamos por realizar la quinta feria de la panela el próximo martes 26 de marzo, me dice Carolina, y ahí vamos a ofrecer todos estos productos que ustedes ven y otros que la gente trae. Todo este espacio se llena de ventas, vendedores y gente que nos visita. Cada año hemos aprendido. Vienen músicos, hacemos y repartimos refrigerios. Vendemos Chaparro, jugo de caña, batidos y diferentes tipos de miel. Ese día lo que más se vende e incluso más que las mismas torrejas es el jugo de caña con piquete, que es un arreglo de Jugo de caña, jugo de naranja, hielo y Chaparro de pura caña. Y es todo un fiestón pues hasta viene la Pulún Pulún.
Afuera, como en los otros años, venderán desayunos, almuerzos, artesanías ya que vendrá gente de otros lugares. Es ya toda una tradición, precisamente el Martes Santo, previo a la conmemoración de los días de la Semana Mayor.
Fotos: Alexander Morales y Ramón Rivas