La vida en un café, un cuento de verdad

Erick Onofre dejó de pensar en todos esos recuerdos y se concentró en lo que había logrado por la fe en Dios, la actitud frente a las carencias y el ejemplo de lucha

Por Julio Rodríguez/Periodista y colaborador

Las dos mujeres se acercaron a Onofre sin misterio, ni misticismo, con mucha naturalidad y le dijeron “Sabemos para donde vas y lo que buscas”, su piel se erizó, la sangre se le heló y el miedo lo abrazó. Solo su madre sabía de su viaje y las motivaciones del mismo.

Las dos desconocidas abordaron al salvadoreño Erick Onofre cuando se disponía a cruzar la frontera entre Nicaragua y Costa Rica, donde sin mucha información buscaría y esperaba conocer por fin a su padre biológico. Había esperado dieciocho años, justo la edad que tenía en ese momento.

“Te llevaremos a la casa donde reside tu papá. Es una misión que nos ha sido encargada” le revelaron a Onofre, que vio la situación como una respuesta de Dios a sus oraciones desde que era un niño y se dejó guiar en territorio costarricense por las dos mujeres de tez morena, con aspecto caribeño y que, según le dijeron, eran monjas misioneras. De hecho, pernoctaron en un convento.

María del Tránsito Onofre – Madre de Erick Onofre

Mientras intentaba conciliar el sueño, Onofre trajo a memoria su nómada y triste vida.

Onofre nació en El Salvador, el sábado 23 de agosto de 1980, en medio de una pobreza extrema que vivió hasta los 14 años, que decidió marcharse de casa y comenzar a trabajar para ayudar a su madre, María del Tránsito Onofre, quien, ante la insistencia de su hijo de saber sobre su padre, solo le había dicho que se llamaba Juan de Dios Araya y que vivía en la zona de Tres Ríos, en Alajuela, Costa Rica, donde ella había sido empleada doméstica a finales de los años setenta. Con esos recuerdos se quedó dormido.

“Vamos a que conozcas a tu padre y su familia” dijeron las dos monjas, cuando llegaron a despertarle y lo condujeron hasta una casa de grandes puertas, altos muros, un hermoso jardín y senderos bien cuidados que conducían al interior de la colonial estructura con finos adornos.

En el portal una elegante dama daba instrucciones a algunos trabajadores. Las monjas y el joven se pararon frente a la mujer, que estaba sentada en una silla mecedora.

“Doña Carmen Araya le presentamos a Erick Onofre, es salvadoreño y ha venido a conocer a Juan de Dios, su padre y, por tanto, es su nieto” disparó sin titubear una de las misioneras. La anciana de buen porte e inmejorable estado de salud, vio al chico de pies a cabeza y dijo firme “Eres igualito a Juan” e instruyó a sus trabajadores que lo llamaran. Esa mujer hacendada era muy cercana a la orden religiosa que fundó la Madre Teresa de Calcuta, a quien había conocido y albergado en su casa personalmente.

Era el verano de 1998 cuando Onofre por fin cumplió un sueño, conocer a su padre biológico. Juan de Dios Araya, un hombre hacendado y de una adinerada familia ganadera de esa zona, se presentó sabedor de lo que estaba pasando y no dudó en reconocer a su vástago y recordó a María del Tránsito. “Nunca supe que se marchó a El Salvador contigo en su vientre” dijo con cierto dejo de nostalgia como que si aún la amara, que selló abrazando a Onofre, su hijo salvadoreño.

Esa misma mañana se ordenó un almuerzo para celebrar ese encuentro. Padre e hijo se sentaron a la mesa y mandaron a buscar a las dos mujeres que condujeron a Onofre desde la frontera entre Nicaragua y Costa Rica para que conociera a su papá, pero nadie las encontró, habían desaparecido sin dejar huella, “cual si fueran ángeles que volaron” dijeron algunos.

Agradecido, el joven, alzó los ojos al cielo, lo consideró un milagro, dijo “Gracias Señor” y se quedó a vivir dos años con su familia paterna. El milenio comenzaba y la historia de Erick Onofre, aún era incierta.

Onofre volvió a El Salvador. Pasó dos años en Costa Rica junto a su padre biológico. Regresó como llegó, sin una herencia de su hacendado y ganadero papá y, aunque su progenitor se la quiso entregar, él la rechazó porque “solo quería conocerlo”.

Una decisión que asombró a muchos y que tildaron de locura. Y aunque le insistieron que aceptara lo que su padre le ofrecía, que no era poco, el joven se mantuvo determinado, se despidió en buenos términos de su progenitor, Juan de Dios Araya, de su abuela y hermanos. Y volvió a El Salvador.
Su abuela “Mamá Chayo” y su madre, María del Tránsito, lo recibieron. Las cosas no habían cambiado mucho desde su niñez cuando pasó situaciones apremiantes que recodó con lágrimas en sus ojos.

La experiencia con su familia paternal adinerada en Costa Rica y la maternal viviendo en la pobreza en El Salvador, le convenció que su lugar estaba junto a su madre, abuela y padrastro Oscar, a quienes no podía dejarlos solos, pues bien, o mal siempre lo apoyaron en su niñez de sufrimientos y duros momentos.

Onofre revivió los recuerdos soportando el frío de diciembre en las cortas de café junto a su madre, a quien decía ayudarle a sus escasos cinco años, pepenando algunos granos que ponía en una lata y entregaba a su mamá para sumar a llenar el canasto; y las veces que su madre y abuela tenían que vender fruta con los canastos en la cabeza recorriendo las calles de Ahuachapán, Atiquizaya y otras ciudades del occidente de El Salvador.

Productos de Café Don Onofre

O las veces que siendo muy pequeño fue avergonzado por unos vecinos cuando intentaba ver televisión parado, afuera de la casa a través de unas rendijas, pues no lo invitaban a pasar, al contrario, lo corrían. “Un día compraremos una televisión y le daremos permiso a los niños pobres para ver televisión” le decía a su madre con los ojos vidriosos.

Se calzó casi a los catorce años, cuando comenzó a ganar algunos centavos. Su padrastro lo trató mal muchas veces, pero “también me enseñó que si quería ser alguien tenía que trabajar” recuerda sin resentimientos. Fue una niñez muy difícil, aunque hubo momentos de alegría que su mamá trató de proveerle, como cuando le celebraba humildemente su esfuerzo por salir bien en la escuela.

Erick Onofre – emprendedor

Onofre dejó de pensar en todos esos recuerdos y se concentró en lo que había logrado por la fe en Dios, la actitud frente a las carencias y el ejemplo de lucha que siempre le dieron su abuela, su mamá y Oscar, su padrastro.

Estudió Trabajo Social a nivel universitario, pero tuvo que dormir en la calle, vender todo tipo de cosas (productos o comida) para financiarse su carrera. En esos días logró comprar un televisor que llevó a una comunidad donde los niños entraban a ver a una casa y les “dábamos hasta churros para que disfrutaran las caricaturas” dice casi llorando.

Onofre volvió a su pueblo, a las fincas donde de niño pepenaba el grano de oro y emprendió un negocio que lo tiene en la lucha, distribuye café en grano y molido. Es un emprendimiento en el que a integrado personas con discapacidad (un ciego abogado, una persona con hidrocefalia y otra con autismo) como una forma de agradecer al cielo las bendiciones que recibe. En la actualidad cuida de su madre. También sepultó a su abuela Mamá Chayo y a Oscar, su padrastro a quienes atendió hasta sus últimos días.

La fe y la actitud de Erick Onofre cambiaron el rumbo de ese aparente destino manifiesto de pobreza o de resentimiento hacia la gente, ayuda a las personas que sufren exclusión social y a las que quieren salir adelante. “Es una historia de combate permanente con la vida, pero también hubo ángeles humanos que me ayudaron y otros que, no dudo, bajaron del cielo, como aquellas mujeres misteriosas que me guiaron en Costa Rica” me cuenta sonriendo, mientras degusto un café con su marca “Don Onofre” que, por cierto, piensa hacerlo mundial y ya empezó a exportarlo. Su próximo sueño.