Por Margarita Mendoza Burgos
Salud – Los insultos son elementos aprendidos, igual que el caló, caliche, vulgarismos o expresiones idiomáticas. Algunos niños las dicen simplemente como desahogo, sobre todo si son inquietos, ansiosos y/o simplemente malcriados y maleducados. Otros recurren a los insultos como una forma de defenderse de un adulto al que consideran está pasando por sobre sus derechos o es abusador.
También tienen mucho que ver las influencias. Muchos niños suelen copiar palabras de otras personas a las que admiran, como puede ser un padre o un hermano mayor. Y cada vez es más común que adopten malas palabras que usan los youtubers de moda. A veces, incluso, sin saber bien su real significado.
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Es importante predicar con el ejemplo. De nada sirve que un adulto corrija al menor y le explique cómo debe comportarse, si luego su manera de actuar contradice esas indicaciones. Si el mayor usa los insultos de manera habitual contra otras personas o hacia el propio niño, será inevitable que el pequeño imite sus modales y formas.
En este tema, es importante que los padres no tomen un rol represivo. A los hijos se les debe permitir el comunicar su disgusto, pero de forma más racional y menos grosera, dependiendo de sus edades.
Es bueno que sepan que su mensaje pierde fuerza al hacerlo conjuntamente con estas expresiones rudas y malsonantes. Por eso es importante no festejar ni reír cuando, aunque sea de forma simpática, un menor utilice expresiones inapropiadas.
En ese sentido, hay niños que solo necesitan el aprendizaje correcto, lo cual es relativamente sencillo de subsanar. Pero existen otros a los que se les dificulta el control de sus impulsos. En esos casos deben ser evaluados para comprobar si no tienen algún otro problema de la conducta y/o del aprendizaje para tratarlos de forma global. Esto es interdisciplinariamente e intersocialmente: hogar, escuela y sociedad.
Según un estudio realizado en Inglaterra, el 86% de los padres coincide en que los niños de 2 a 12 años maldicen más hoy que cuando ellos mismos eran niños. Además, esa misma investigación revela que el 54% de los padres dice que su hijo ha maldecido frente a ellos, aunque el 20% no cree que el niño haya entendido el significado de la palabra.
Como padres, es necesario ponerle frenos a estos problemas de impulsividad; y cuanto antes, mejor. Esto puede tener otras manifestaciones tempranas, como llorar y no satisfacerse con nada, especialmente cuando son recién nacidos y lloran sin parar.
También podría observarse en niños que no superan etapas de frustración durante el desarrollo, como caerse al dar primeros pasos y en vez de levantarse y seguir, llorar sin consuelo como signo de impotencia. Por eso es fundamental aprender a gestionar la frustración en buenos modos.
Es importante revisar que todo esté bien: alimentación, cambio de pañales e higiene, ciclos de sueño cuando son recién nacidos. Si desde entonces ya muestran signos de frustrarse con facilidad, es necesario acudir al pediatra para evaluaciones. Este profesional será también quien lleve cuenta de su desarrollo paulatino y si están adecuados o no.