Relato consciente de una inconsciencia
Por Alberto Barrera
Oakland, Ca – Cuando desperté eran casi las 11:30 de la mañana y en lo que pensé “¿dónde estoy?”, vi que se apagaba el cabezal de luces brillantes que iluminó la mesa quirúrgica sobre la que me encontraba.
Aun aturdido por la anestesia que durante tres horas me tuvo en el limbo, observé como las imágenes borrosas de personas, equipos e instrumentos eran cada vez más nítidas. Fue el momento en que recobraba la consciencia.
No sentí, ni percibí y menos recordé lo que pasó desde las 08:30 am en que se inició la cirugía de reemplazo de mi rodilla izquierda dirigida por el cirujano ortopeda Anthony Porter. Por más que intenté activar mi memoria o mis sentidos de lo que había pasado en ese tiempo transcurrido, nada. Y eso es lo normal por el uso de anestesia en la cirugía.
Un enfermero me examinó e hizo preguntas al palpar mi pierna y pie: “¿siente que lo toco?”, ¡si! y siguió examinando para comprobar que la anestesia terminaba su función. Luego me condujo a una habitación en el décimo piso del Centro Médico Alta Bates Summit en la llamativa, explosiva y étnicamente diversa ciudad de Oakland en el lado este de la hermosa bahía de San Francisco,
En los minutos que pasaron de la sala a la habitación pensé: ¿será así como uno muere? No encontré respuesta a la pregunta que me hacía. Dejé de intentar entenderlo. Me dediqué a ver cómo me movían en la camilla por los pasillos del hospital y vi a empleados, pacientes o visitantes que pasaban a mi lado sumidos en sus pensamientos.
Luego estaba en el cuarto asignado. Al asomar vi a Reina y Cati, esposa e hija sonrientes, yo también. Había vuelto de aquel corto limbo.
Al tiempo que me colocaban en la cama veía a mí alrededor y me atrajo la vista por la ventana un hermoso cuadro urbano. Edificios, calles, carros, barcos y el puente sobre la bahía que atraviesa una pequeña isla en la famosa bahía.
Sin apetito pero contento traté de mantener los ojos abiertos, pero me dieron a ingerir poderosos analgésicos: oxicodona, que es una droga de la familia opioides (narcóticos y cuya acción “consiste en cambiar la manera en que el cerebro y el sistema nervioso responden al dolor”, dice una publicación médica para alivio al intenso dolor en mi pierna.
Después del almuerzo una fisioterapeuta me ayudó a pararme y mover mi rodilla, intentó que caminara pero tuve náuseas y no pude. Por la tarde estuve poco tiempo despierto. Desde hacía unas semanas fue un ir y venir con la preparación de la cirugía, citas médicas, revisión y medidas alimenticias, limpieza cuidadosa de la rodilla para evitar bacterias.
Esa madrugada el viaje desde Pittsburg a Oakland, aunque a ambas ciudades las separan unos 50 kilómetros el tráfico matinal es complicado con miles de vehículos desde o hacia el norte y noreste de San Francisco.
Mis nietos: Emma y Zoe llegaron y apenas las saludé, al igual que a Dani, Gabriel y Sebastián que estaban pendientes desde El Salvador llamaron para saber cómo estaba. Les dije que bien. Feliz de verles y escuchar sus juveniles e infantiles voces. Me dieron energía.
A las 9 pm comenzó a anochecer y desde la cama la vista nocturna espectacular, invitaba a disfrutar esa noche veraniega de ese jueves 11 de julio. Las brillantes luces de una parte del oeste de Oakland, el Bay Bridge que cruza la pequeña isla Yerba Buena y al lado Treasure Island. Sobre el puente miles de vehículos desde o hacia la bella ciudad de San Francisco llamaban con sus rutilantes reflejos.
Los barcos de carga y las grúas en las instalaciones del puerto de la ciudad aumentaban el llamativo ambiente nocturno embellecido a medida que el sol moría en el horizonte. Al otro lado apareció una creciente luna en dirección al Golden Gate, mientras un raudo avión con sus lucecitas parecía atravesar el astro en su ruta al norte.
La noche cayó pero seguí despierto varias horas, mientras Reina dormía al lado de la ventana. Yo pensaba en lo ocurrido cuando me practicaron mi primera cirugía a 24 días de cumplir 70 años, muchas cosas parecía que las había vivido ese día.
Pensé en cómo no sentí nada mientras me rajaban la rodilla y colocaban las piezas de titanio. Mi sistema nervioso no recibió ninguna información sensorial. No detectó ningún estímulo o lo que llaman “información somática.”
Tampoco la hubo de los órganos internos y que se conoce como “visceral”. Los “nociceptores” o “receptores sensoriales”, que son “capaces de distinguir entre estímulos inocuos y dañinos” estuvieron fuera; no hubo oportunidad de que generaran lo que llaman “escena del dolor.” Todo esto lo averigüé después,
A eso los expertos le llaman “consciencia en off” y lo explican en el artículo “Viaje a los misterios del cerebro anestesiado”, publicado el 17 de julio en The Conversation. Explica cómo se produce “amnesia (incapacidad de recordar lo sucedido), analgesia (suspensión de la sensibilidad ante el dolor), hipnosis (inconsciencia) e inmovilidad.”
Y fue necesario estar “off” para garantizar la colocación de piezas de titanio que mejorará la función de mi rodilla. Eso me lo dijo el cirujano Porter, quien después me mostró las imágenes de las partes metálicas colocadas con cubiertas de finas piezas de plástico para mejorar la utilidad de la rodilla afectada por el desgaste de los cartílagos. No dije nada pero me sentí extraño y maravillado con aquel avance médico.
Trataba de conciliar el sueño en esa noche de un día agitado y de muchos nervios. Una leve bruma en el ambiente nubló apenas el instante. Ensimismado meditaba lo maravilloso que es la vida.
Según la American Academy of Orthopaedic Surgeons (Academia Estadounidense de Cirujanos Ortopédicos) la cirugía de reemplazo total de rodilla es un procedimiento “seguro y eficaz” mejorado desde que en 1968 se realizó la primera en Estados Unidos. En 2023 se registraron 790,000 cirugías de ese tipo, según la Agencia para la Investigación y Calidad de la Atención Médica.
Durante más de 33 horas dentro del hospital viví intensas emociones. Conocí gente amable y profesional, sin importar su color de piel, raza o nacionalidad. La mayoría fueron mujeres negras, pero también blancas, asiáticas y latinas como Sandra una simpática guatemalteca que nos contó su historia de amor con un salvadoreño quien de cariño le decía “Cholotona” y nunca le dijo por qué, hasta que alguien le explicó, su sonrisa se volvió carcajada.
Antes de la intervención quirúrgica mi caso lo revisó el también ortopeda Edward Tang y me refirió al cirujano Porter, quien realizó sus estudios en la Universidad de Massachussetts y su especialización en Artroscopía y Medicina Deportiva en la Universidad de San Diego, California, que incluyó las últimas técnicas quirúrgicas artroscópicas para tratar lesiones de hombro, rodilla, codo o cadera.
Aunque Porter es cirujano a sus pacientes les menciona tratamientos no quirúrgico, como los biológicos. Uno es inyectar en rodillas afectadas plasma que es rico en plaquetas. “Como su médico, mi objetivo es explicarle la naturaleza de su afección, así como las opciones de tratamiento quirúrgico y no quirúrgico”, dice en su página web.
El tratamiento de plasma lo tuve en dos ocasiones en 2021 en El Salvador bajo la supervisión del médico ortopeda Diego Cardona, quien atiende casos de deportistas de alto rendimiento –incluyendo en Cuba-, aunque advirtió que a lo mejor yo necesitaría cirugía.
El reemplazo de mi rodilla es una historia de varias décadas. El primer ortopeda que me revisó fue el doctor Juan Cálix (+) a instancias de mi amigo Raúl Alfredo Magaña (+), aquel gran arquero de fútbol, a mitad de los 80. Cálix, médico de la selección, dijo que eran los meniscos. Busqué otra opinión y un médico de apellido Serrano, dijo lo mismo.
Luego el doctor César Augusto Escalante (+), famoso por integrar el equipo de baloncesto que ganó medalla de oro en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Venezuela en 1959. Dijo que era “sinovitis” y que debía intervenir mi rodilla con una herida amplia a lo largo de mi pierna por la parte interna, limpiar la membrana sinovial, cerrar y aliviar el padecimiento. Aclaró que eso sería así si quería volver a jugar.
Dejé de jugar fútbol ocho años (1984-1992), pues cuando Escalante me propuso la cirugía me advirtió que serían seis meses de rehabilitación. No trabajaría la mitad de 1984, decidí rechazar la propuesta del respetado médico, porque recién había sido nombrado director de prensa de la desaparecida Radio YSU con una carrera que en esos años fue vertiginosa en medio de esa década de guerra.
Ocho años después de dejar el futbol y más de cuatro décadas de la lesión, ese viernes 12 de julio de 2024 el doctor Porter llegó a la habitación del centro médico de Oakland, leyó los reportes de enfermeros y fisioterapeutas.
Luego de varias preguntas me dijo que firmaría la documentación para mi salida e iniciar terapias recuperación en casa con fuertes analgésicos y dolorosos ejercicios que al principio vigilaron fisioterapeutas como la iraní Marjan quien llegó a casa y a la sexta sesión me cambió la andadera por un bastón, pero adelantó que en dos o tres semanas lo haría solo. Menos de un mes de la cirugía dejé de usarlo.
Con Majan hablamos del tratamiento, de lo dolorosos que son algunos ejercicios y nos desviamos a las complicadas realidades en nuestros países de origen: Irán y El Salvador.
Se despidió alegre, como siempre, y aunque no me dio la mano hizo el gesto de despedida y me dijo “que le vaya bien”, le agradecí y le deseé lo mismo. El largo jueves había pasado y estaba en terapias, pero lo vivido marcó mi vida. Continué terapias en una clínica deportiva.
Todo eso me confirmó que estaba consciente, luego de aquellas horas en que estuve fuera de toda sensibilidad para cambiar mi rodilla por piezas de titanio.