Transiciones familiares: la adolescencia

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Por Dra. Margarita Mendoza Burgos

No hay momento más difícil para los padres que el tiempo en que ven que sus hijos empiezan a independizarse. Obviamente, esto no significa dejar el hogar familiar -esa es otra etapa que llegará después- sino el comienzo de la complicada transición entre la niñez y la adolescencia.    

Como padres, por lo general nos resistimos a ese momento.

 Es que nuestra vida se centra en el éxito de ellos y la mayoría de las veces no lo realizamos   hasta que ya inician el paso de la etapa prepuberal a la adolescencia, y ya entonces es un poco tarde para tratar de establecer límites consensuados y cierta madurez en la toma de decisiones. 

De los 10 años en adelante, los niños ya no escuchan solamente a los padres, si no que también siguen el ejemplo y la guía de sus iguales. 

Empiezan a ser más rebeldes y razonan menos, porque actúan más de acuerdo al grupo que les rodea. 

Se trata de una etapa de cambio permanente, cambios físicos, de humor, de gustos, de amistades.

Por eso es importante que desde que son pequeños los padres deben tratar que las decisiones sean consensuadas, aunque al final terminen por ser ellos, los padres; los que tendrán la última palabra. 

Hay que tratar de hacerlos razonar y dejarles elegir frente a unas cuantas propuestas de nuestra parte. En la medida que se dialoga y comparte con ellos, es más fácil conocerlos

Lo cual ocurre en esos momentos de la vida en comun :  juegos,  comidas, al hacer las tareas, cuando se les lleva al colegio. Que son oportunidades para dialogar, exponer nuestros puntos de vista y conocer los de ellos, valorar  sus debilidades y flaquezas , su control de la frustacion   de manera de poder tomar decisiones consensuadas que sabemos podran ser llevadas a cabo y no metas imposibles 

Sobrellevar esa transición es todo un reto, especialmente porque es la edad donde muchos hijos empiezan a cuestionar el modelo paterno. Cuando no se hace la transición de la forma explicada, los padres entran en pánico y reaccionan muchas veces con poco criterio y excesiva rigidez, algo que tampoco es bueno. 

Intenten no invadir su espacio y respetar su intimidad, ya que es bastante normal que quieran alejarse un poco.

La fórmula es el diálogo, pero con niños más rebeldes y a veces con otros problemas aparejados tanto en el nivel escolar como social, puede ser requerida la intervención de una persona neutral. 

En ese caso, debería ser alguien fuera del núcleo familiar.

 Es clave apoyarse en profesionales bien experimentados y, en su defecto, en alguna figura de autoridad, aunque  no recomiendo que sea un representante religioso sino más bien una persona laica con valores.

 En síntesis, alguien respetado tanto por los padres como por los hijos.  

En realidad, debemos confesar que nos cuesta mucho admitir los cambios -físicos, de gustos y de actitudes- en nuestros hijos. No estamos preparados a la idea que ellos son seres que pasarán por nuestras vidas, pero no son posesión nuestra: serán del mundo y harán su propio camino.  

En ese sentido, cuanto más se hayan criado en independencia y libertad -no confundir con libertinaje- , se sientan bien aceptados por los padres de acuerdo a los valores familiares compartidos, más cercanos serán que si  tratan de mantenerlos unidos solo en base a rigidez, disciplina y muchas veces dinero.