Por Guillermo Mejía/Colaborador
Opinion – Frente a la manipulación emocional de millones y el negocio que representa para las plataformas digitales surgen las siguientes preguntas de parte de especialistas y académicos: ¿Se puede rescatar el sentido social que debe tener la red de internet? ¿Se puede extinguir esa forma en que se explota a los ciudadanos en la red de internet por parte de las plataformas digitales?
Partimos de reconocer el aporte del académico holandés Geert Lovink, teórico de medios y crítico de internet, que habla sobre el problema en su informe “La extinción de internet: política, redes y plataformas” (2024), publicado por el Departamento de Comunicación de la Universidad Pompeu Fabra, con aportes de los profesores Laura Pérez-Altable y Carlos A. Scolari.
Dice Lovink que, a lo largos de los últimos años, “he señalado cómo las implicaciones políticas y estéticas del ruido y la distracción afectan nuestro estado mental, sobre todo en el caso de las generaciones más jóvenes. Aún está por verse si estos apuntes sobre la ansiedad, la ira y la tristeza en la red pueden ofrecernos piezas útiles para construir alternativas”.
Y luego se hace las siguientes preguntas: ¿Qué tipo de “tecnologías del ser” necesitaremos diseñar para poder conocernos a nosotros mismos en una dirección opuesta a la de los regímenes normativos que se nos imponen? ¿Cómo podemos vivir una vida no plataformizada mientras seguimos gozando de los beneficios de vivir conectados a través de las redes sociales?
Según Lovink, si bien las redes sociales pueden ser descritas como el verdadero motor de las tecnologías imaginarias del presente, una y otra vez se encuentran con una expropiación capitalista que, reactiva por naturaleza, obliga a lo social a rendirse; por lo tanto, es necesario revertir esa tendencia y devolver a lo social su propia autonomía, su propio poder de decisión.
“A pesar de las derrotas, lo tecnosocial aún conserva su poder transformador, y está lejos de ser una víctima indefensa del capitalismo. Este es un asunto a tener en cuenta si queremos anticiparnos a la sociedad tecnológica durante esta turbulenta ‘segunda crisis del petróleo’. Lo es, por ejemplo, si aspiramos a superar en términos energéticos a los dichosos data-centers, concibiendo nuevas arquitecturas computacionales de redistribución que nos den una alternativa a guardar todas nuestras bibliotecas de forma offline en discos duros de terabytes”, sentencia.
El impacto de las plataformas en el populismo
La maestra Laura Pérez-Altable reivindica a Lovink al considerar cómo las plataformas digitales no solo moldean la opinión pública y el discurso político, sino también influyen en nuestra visión del mundo y en la estructura de nuestras sociedades, a la vez de imaginar y pensar de forma crítica sobre el mundo que surgirá tras la “extinción” de internet tal como lo conocemos.
“Los algoritmos que buscan maximizar la participación a través de la personalización y la confirmación de sesgos preexistentes crean un ambiente en el que las narrativas simplificadas y cargadas de emoción predominan sobre el análisis detallado y fundamentado, promoviendo la normalización del discurso populista de extrema derecha en la esfera pública”, denuncia.
“Este fenómeno promueve la normalización y legitimación del discurso populista en la esfera pública, presentándose como una narrativa política más entre las diferentes opciones. Influencers y personalidades públicas, quienes no se identifican como actores políticos tradicionales, proyectan un discurso que parece más genuino, menos sesgado y más imparcial que el discurso político”, añade.
Pérez-Altable advierte que esto contribuye a una integración más discreta y a una adopción efectiva de sus puntos de vista entre la población, con el potencial de alterar la percepción pública sobre los partidos de extrema derecha entre los electores, normalizando así la elección de estas opciones políticas extremas en procesos electorales.
“Desde una perspectiva sociopolítica, la infraestructura y funcionamiento de las plataformas digitales facilita la aparición y consolidación de movimientos populistas que aprovechan la capacidad de las plataformas digitales para difundir rápidamente mensajes emocionales, a menudo en detrimento del razonamiento basado en hechos y la deliberación democrática”, recalca.
Es de recordar a figuras del mundo político como Nayib Bukele, Donald Trump, Javier Milei, Jair Bolsonaro, Marine Le Pen, Matteo Salvini y Santiago Abascal, algunos de ellos mencionados por la académica, que hábilmente han aprovechado el poder e influencia de las plataformas digitales en la configuración de la opinión pública.
“Utilizan estas plataformas para difundir sus ideas populistas, a menudo dirigidas contra las élites, que pueden ser tanto representantes corruptos del gobierno (según su versión) como empresas tecnológicas. Además, se presentan como defensores de la población frente a aquellos a quienes acusan de cometer delitos o quitar empleos. En ese contexto, la veracidad de sus declaraciones tiende a ser menos relevante que la emoción que suscitan entre su audiencia”, señala.
Según Pérez-Altable, desde una perspectiva social, surge la pregunta sobre cuánta importancia atribuimos a este discurso generado en las plataformas en nuestra opinión pública. En última instancia, se trata de salvaguardar el correcto funcionamiento de la opinión pública y asegurar que los debates que tienen lugar en este espacio se centren en los problemas cotidianos de nuestra sociedad, y los medios de comunicación juegan un papel crucial en este sentido.
“En ese contexto, al analizar el contenido de los mensajes de extrema derecha en las plataformas digitales nos podemos preguntar cómo influyen en la ciudadanía. En otras palabras, nos preguntamos por qué miles de personas siguen votando por partidos de extrema derecha elección tras elección, influenciadas por el contenido que encuentran en las plataformas digitales en algunos casos, incluso cuando los discursos de estos partidos van en contra de sus intereses fundamentales”, reflexiona.
Luego contesta: “La respuesta a esta importante pregunta radica en gran medida en la infraestructura de estas plataformas digitales y nuestra creciente dificultad para evitar una vida dominada por ellas, a pesar de alto coste que esto implica, tal como Lovink destaca en su texto. Sin embargo, Lovink también nos recuerda que no todo está perdido en este escenario desafiante”.
Recuerda que el autor holandés en su libro “Atascados en la plataforma” (2023) enfatiza en la necesidad de reconocer que simplemente pedir a las corporaciones que se abstengan de recolectar datos en una postura ingenua. No debemos esperar que una revolución surja únicamente a través de las regulaciones y multas, sino que se requiere un enfoque más activo y colectivo para cambiar las dinámicas actuales.
Pérez-Altable recuerda las palabras del filósofo italiano Antonio Gramsci, quien afirmó que en momentos de transición, “cuando el viejo mundo se desvanece y el nuevo tarda en emerger, en ese periodo de oscuridad surgen los monstruos”.
Y, en consecuencia, concluye: “Actualmente, nuestra sociedad podría estar atravesando este periodo de oscuridad, y nos corresponde reconocer esta realidad y colaborar en la construcción de un futuro donde estos ‘monstruos’, en términos de Gramsci, no dicten nuestro destino ni socaven nuestros sistemas democráticos. En este futuro, que en cierta medida ya es nuestro presente, abordar sus implicaciones requiere un esfuerzo colectivo que incluya la reformulación de nuestras prácticas informativas y la reestructuración de las plataformas digitales, tal como nos invita a reflexionar Lovink en su texto.”