Por Dra. Margarita Mendoza Burgos
Hay veces que las relaciones de pareja entran en una etapa de estancamiento de la cual es difícil salir. Una especie de laberinto, sin avances ni retrocesos, donde se transita por los senderos repetidos y nunca se vislumbra la salida.
A ese tipo de relación también se la conoce como «ni contigo ni sin ti».
En otras palabras, es una relación de dependencia con mucho conflicto debido a que la pareja no puede resolver adecuadamente sus problemas.
Básicamente porque cada uno de los integrantes casi siempre está buscando lograr el control sobre el otro y algo tan simple como dar la razón, puede sentirse como que ha sido derrotado.
Generalmente en estos casos se intercambian los roles de dominado y dominador, a menos que haya un maltratador que subyuga al otro siempre, en dicho caso sería más difícil mantener el matrimonio.
Para empezar, no todos están preparados para vivir en pareja, sobre todo aquellas personas poco maduras e inseguras.
Es habitual en ellas la constante necesidad de aceptación y validación, tanto de ellos mismos como de la pareja. Por eso es fundamental mantener una estabilidad entre el «Yo mismo» y las necesidades de la pareja. Debido a eso recomiendo no unirse e inmediatamente salir embarazados, y mucho menos casarse por lo mismo.
Se trata de parejas que están demasiado atemorizadas para cortar de cuajo la relación, pero tampoco tienen la madurez suficiente para finalizar las peleas y cicatrizar las heridas y por lo tanto viven en ese tóxico bucle de sensaciones.
Y si algo podía ser peor, eso vino con la pandemia del Covid-19, ya que en la mayoría de los casos la cuarentena agudizó esos conflictos.
Con el encierro no ha sido posible disipar, al menos de momento, los pleitos ya que no se ha salido a trabajar ni divertirse con amistades. Todo ha sido dar y dar vueltas a esos mismos problemas.
Además de la pareja en sí misma, los otros grandes afectados son los hijos, en el caso de que los tengan. Como si no fuera suficiente ser testigos de las escaladas de ira que sus padres protagonizan, lo cual les genera culpa y temor, también pueden ser el eje de la discusión de sus progenitores.
Un tema muy común es la disciplina, donde habitualmente quedan al descubierto dos posturas diametralmente opuestas. Basta que un padre pueda ser más permisivo que otro y/o que tenga más afinidad con alguno de los hijos en particular.
Pero los hijos, al final, pueden ser un pretexto para discutir. Y aún sin ellos, temas para adoptar posturas diversas y generar peleas sobrarán: dinero, celos, horarios, trabajo, los amigos, las suegras, etc…
Sin duda que la terapia es la mejor solución, y cuanto antes, mejor… Así empezarán a aprender cómo negociar con éxito y cuándo quedarse callados. La psicóloga española Isabel Serrano-Rosa sugiere algunas estrategias muy válidas. Por ejemplo “No está permitida la violencia, ni la amenaza de divorcio, tampoco abandonar la casa en mitad de una discusión, ni las advertencias de suicidio o agresión”. ¿Otra? “Aplicar el Ejercicio 5′ 5′, el cual sugiere que durante 5 minutos uno escuche al otro sin interrupción mientras es consciente de sus propios sentimientos y respira para relajarse y viceversa”.
Si ambos ponen de su parte y tratan de contribuir a la causa con disponibilidad y buena voluntad, todo se puede resolver.
El principal problema es cuando uno de los dos se niega a las terapias de pareja. En esos casos es difícil y de entrada se observa un sabotaje a la pareja de una de las partes. Podría intentarse la terapia por separado para evitar maltratos en el consultorio, pero tampoco es una buena señal. Es el espiral del «ni contigo ni sin ti» que gira y gira sin conducir a ninguna parte.