Por Alberto Barrera
Estados Unidos – Casi al final de esa mañana gris de sábado asomamos al final de una calle para ver el océano. Imponente el choque de tierra y mar en Carmel by the Sea, una pequeña ciudad al sur de San Francisco, California. Muchos perros jugueteaban con sus amos y algunos compartían el agua fría en las olas agitadas.
Había muchos turistas en las calles y veraneantes en la playa, pocos tenían protección con mascarilla. Cierto que a mediados de 2021 las autoridades liberaron las medidas para prevenir la pandemia COVID-19 que asustó al mundo, pero con la familia consideramos una peligrosa actitud.
Al pie de Ocean Avenue en la pintoresca ciudad fundada hace poco más de 100 años se ve la playa y a la cual se llega por varios senderos de grava o arena suave. A primera vista Carmel nos pareció un pueblo de fantasía con calles limpias y ordenadas, cafés y restaurantes atractivos, edificios antiguos y modernos, galerías de arte por todos lados. Pero nuestra ruta era la playa.
Aunque el día de nuestra visita al sol lo tapaban las nubes, la playa atraía pero no todos se atrevieron a ponerse trajes de baño, otros –como nosotros- usábamos suéteres debido a la baja temperatura, cada vez que azotaba una brisa fresca nos sacudíamos. Mejor subimos a buscar un café caliente, pues la playa está en una declinación del terreno de Carmel.
En la arena una mujer blanca, con sobrepeso, pelo corto, suéter y varias mochilas paseaba a más de una docena de perros Basset hound que atraían las miradas de los veraneantes. Una de las perras, “Lady”, se acercó a mí y la acaricié. La mujer le llamó por su nombre y me vio, al notar que Lady era amistosa sonrió y se desatendió mientras yo jugueteaba con la perra. Nos tomamos una “selfie”. Sus ojos tristes pero la perra muy amistosa.
La ciudad de Carmel es amigable con los perros, pasean libremente en la playa y los hoteles los admiten. Ese día vimos decenas y de muchas razas, pero los que más abundaban eran los de la familia de Lady y que en El Salvador les conocimos como imagen de una marca de zapatos. Pequeños, orejas largas y colgantes, patas cortas y generalmente gordos.
Caminé una parte de la amplia playa de unos 2,0 kilómetros de largo y que está en una pequeña bahía que forma una media luna en la cual algunos jóvenes practicaban el surf. Bordeada de viejos cipreses y lujosas residencias. A un lado asoma un campo de golf en el que se realizan torneos internacionales.
En la playa, muy cerca de las olas, una pareja de jóvenes charlaban amorosos. Ella, embarazada posa para que él le tome una foto con su celular. La escena atrae miradas, y yo que paso enfrente la capto con mi teléfono. Me enterneció.
Al fondo de la playa se ven bosques y enormes residencias, atrás están las montañas de Santa Lucía que forman un bloque compacto y en algunos casos terminan en rocas o se forman acantilados en cortes bruscos. Hay vistas espléndidas a lo largo del litoral en Carmel y más al sur.
Artistas y la historia de la ciudad
En 1905 se fundó en Carmel by The Sea el Club de las Artes y los Oficios, y con el terremoto de San Francisco en 1906 una colonia de artistas de aquella ciudad fue afectada y sus casas destruidas, por lo que fueron invitados a instalarse en Carmel y viajaron los 204 kilómetros que separan ambos lugares. El pueblo fue inundado de músicos, escritores, pintores y gente vinculada al teatro.
En pocos años construyeron hermosas viviendas. Algunas son hoy cafés o restaurantes, sin perder su encanto.
El San Francisco Call escribió que en 1910 el 60 por ciento de las casas tenían que ver con personas vinculadas a las artes y la estética. Pronto se volvió “un lugar mágico”, según una nota en el blog www.soulofca.org.
El escritor Jack London en su novela “El Valle de la Luna” que escribió en 1914 alude a Carmel y se refiere al viaje que hacen el protagonista Billy Roberts, pugilista y teamster, junto a Saxon, una joven que trabaja en una lavandería con quien pasa las aventuras entre Oakland y San Francisco y más allá al sur hasta que llegan a Carmel en donde conocen a lo que él llama “encantador grupo de artistas” a los que dice se les conoce como los «Comedores de Abulón».
La fecha de fundación de la ciudad se estableció en 1902, pero se constituyó como tal en 1916, según los registros.
En una guía de turismo de la ciudad conté 74 galerías de arte, muchos restaurantes y salas de catación de vinos, así como hoteles en los que permiten alojarse con los perros de la familia. Aunque el área de Carmel es de unos 2,750 kilómetros cuadrados, la ciudad es ocupada por un poco más de 2,0 kilómetros.
Algunos dicen que tiene la imagen de un pueblo inglés. Lo cierto es que atrae. El semanario Carmel Pine Cone lo identifica como “una aldea en un bosque con vistas a una playa de arena blanca”. La mayoría de los 3,811 habitantes, contados en 2019, son en un 90 por ciento blancos y el resto entre asiáticos, latinos y otras razas.
La ciudad está rodeada de árboles y el centro de fácil de recorrer. Sus habitantes parecen alejados del racismo que expresan y practican muchos estadounidenses en otros lugares. No se siente la carga. En Carmel y alrededores han residido famosos artistas, por ejemplo entre 1986 y 1988 el alcalde fue el famoso actor y director de cine, Clint Eastwood, quien luego de tener discusiones con la alcaldesa que gobernaba decidió lanzarse y ganó por amplia mayoría. Ya no reside en la ciudad pero le recuerdan.
Los pobladores originarios en el siglo VI eran nativos Esselen y fueron desalojados posteriormente por tribus de los Ohlone, exterminados con la llegada de los españoles en el siglo XVII luego de que el valle fuera descubierto en 1602.
Fue colonizado por Gaspar Porto junto a los sacerdotes franciscanos Junípero Serra y Juan Crespín en 1770. A inicios del siglo XIX los Ohlone desaparecieron explotados por los duros trabajos y desnutrición, según registros históricos.
En la ciudad hay huellas de la presencia española, la basílica de la Misión San Carlos de Borromeo, un sitio histórico en donde fueron enterrados los restos del fraile Junípero Serra.
En su territorio está Point Lobos, un sitio emblemático en el que fueron filmadas decenas de películas con estrellas de la edad de oro del cine como Douglas Farbainks en el film The Iron Mask en 1929; Evangelina con la actriz mexicana Dolores del Río en ese mismo año o El Graduado en 1967 con un joven Duftin Hoffman y Anne Bancroft, entre otras según la lujosa revista trimestral “Carmel Magazine”.
Point Lobos es desde 1973 una Reserva Natural de un poco más de 14,1 kilómetros cuadrados y es uno de los hábitats marinos más ricos del mundo según www.parks.ca.gov.