Por Dra. Margarita Mendoza
La coerción sexual no es un fenómeno exclusivo de los seres humanos; también es común en el reino animal. Este comportamiento se da cuando los machos recurren a la fuerza para aumentar sus probabilidades de aparearse con las hembras o para impedir que estas se apareen con otros machos.
Estudios han revelado que muchas hembras en la naturaleza han desarrollado estrategias para defenderse de este tipo de agresión. Estas tácticas buscan reducir los efectos perjudiciales, como heridas físicas, estrés o incluso riesgos para la vida.

Un ejemplo notable es el de los poecílidos, un grupo de peces que, al enfrentarse a machos persistentes, forman bancos compactos. Esta estrategia colectiva dificulta que los machos puedan acosar a hembras de manera individual, mejorando así sus posibilidades de mantenerse a salvo.
Otro método interesante son las vocalizaciones para atraer machos dominantes. Hembras de especies como las gallinas y los alces de Alaska emiten fuertes vocalizaciones durante las cópulas forzadas por machos menos dominantes. Estas llamadas buscan atraer a machos más dominantes, generando competencia y disuadiendo al agresor inicial. En caso de las ranas Pelophylax nigromaculatus, emiten vocalizaciones específicas para disuadir a los machos de iniciar el amplexo (abrazo reproductivo), evitando así cópulas no deseadas.

También es curioso lo que ocurre en Australia, donde las delfinas nariz de botella (Tursiops spp.) practican la «natación de contacto»: dos hembras nadan en sintonía, apoyando sus aletas pectorales entre sí. Este comportamiento se interpreta como una forma de cooperación para resistir el acoso de los machos, ya que a menudo se inicia en contextos de agresión.
La búsqueda de protección de machos dominantes es un recurso que usan las hembras de orangután. Prefieren machos adultos y dominantes para evitar los ataques de otros más jóvenes y agresivos. Esta asociación les proporciona una protección efectiva contra la coacción sexual.

Lo fundamental es aprender a protegernos como colectivo social y como mujeres, considerando que, al igual que en el reino animal, somos vulnerables a ciertos tipos de abuso. Es crucial mantenernos alerta y promover la educación sexual tanto en niñas como en niños, para que comprendan cómo cuidarse y respetar a los demás. No debemos permitir que el machismo sirva como excusa para tolerar este tipo de abusos, ya sea cuando son cometidos por hijos, parejas o cualquier otra persona.
La defensa inicial más efectiva suele ser evitar el peligro, ya sea huyendo o llevando herramientas de protección como gas pimienta, dispositivos de ruido o aparatos de descarga eléctrica. Sin embargo, si una persona llega a ser sometida, algunos sugieren que fingir desmayo podría ser una estrategia para evitar una mayor agresión, ya que defenderse físicamente puede intensificar la violencia, especialmente si el agresor está en un estado alterado o si hay varios involucrados.

En el caso de los niños, lo más importante es fomentar un entorno de confianza con un adulto para que puedan expresar cualquier situación de abuso sin temor. Los adultos, por su parte, deben prestar mucha atención a las confesiones de los menores y no minimizarlas, incluso si la persona señalada es alguien cercano o una figura de autoridad como un familiar, líder religioso o tutor. Por todo eso, la educación sexual es tan importante y nunca está de más remarcarla.