La comunicación fragmentada y la crisis del periodismo
Por Guillermo Mejía
Opinión– La presencia de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación ha provocado una crisis en los medios de comunicación tradicionales, dado que han perdido su -hasta hace poco- incuestionable lugar privilegiado como referentes en la sociedad, aunque tal condición también ha profundizado una serie de vicios.
Así lo han expuesto los teóricos argentinos de la comunicación e información Adriana Amado y Silvio Waisbord en sus análisis acerca del fenómeno que debería ser materia de preocupación colectiva, pero que pasa desapercibido en la ciudadanía por la ausencia de la tan necesaria alfabetización mediática.
“La aceleración constante de las tecnologías y los flujos globales de información multiplicaron las plataformas, fragmentaron los públicos y reconfiguraron los sistemas de prensa, televisión, radio y cine”, señalan los expertos en su ensayo “La comunicación pública: mutaciones e interrogantes”, publicado en la revista Nueva Sociedad (2017).
A su juicio, actores, dinámicas, categorías y usos de las experiencias mediáticas (entretenimiento, información, acción política) reconfiguran la arquitectura de la comunicación pública y cambiaron la noción misma de sistemas nacionales de medios y su clasificación según tecnologías, propiedad o soportes.
“Por caso, la competencia más novedosa de los medios tradicionales no son otros soportes, sino la ‘comunicación interpersonal’, tal como advirtieran los estudios pioneros de opinión pública”, afirman. Y, aunque esos medios siguen siendo la fuente principal de información política en América Latina, las formas de comunicación interpersonal han crecido más del 70 por ciento desde el cambio de siglo, al grado que existe una crisis mediática dado la caída de diarios y revistas, además de una tendencia descendente en la radio como en la televisión.
Para aclarar este desplazamiento, Amado y Waisbord, señalan que dentro del pensamiento democrático moderno la comunicación se ha considerado como espacio común de expresión ciudadana, alrededor de un “gran público”, que aglutina a una diversidad de ciudadanos y grupos en los Estados-nación, que potenció el desarrollo de los medios como los conocemos.
“Esta ‘comunidad comunicacional’ del sujeto político no es una mera abstracción intelectual, sino que atraviesa nociones centrales en la historia de los medios en las democracias, como las protecciones constitucionales para la prensa y el periodismo, la misión de los medios de propiedad pública, las obligaciones de los prestadores privados de servicios hacia la ciudadanía, el ideal público del periodismo y una variedad de regulaciones de contenidos mediáticos. Ninguna de estos conceptos, mandatos y horizontes normativos tiene sentido sin un público común que funge, a su vez, como un actor central de la democracia”, advierten los intelectuales argentinos.
“Sin embargo, en una época de constante fragmentación comunicacional y segregación social global, es difícil sostener la idea del público como espacio común de información y deliberación. Considerando las profundas modificaciones de las estructuras y recursos comunicativos, cabe preguntarse qué comunicación pública es posible y deseable cuando lo público-masivo está en cuestión”, agregan.
Señalan que en este nuevo escenario se produce una “comunicación” contraria a la civilidad y el diálogo en la diferencia, donde las identidades segmentadas y las facciones de la comunicación potencian la expresión pública, pero también la hostilidad y la intolerancia hacia múltiples Otros. “La hostilidad de foristas en sitios de noticias y redes sociales en un síntoma de la polarización, sin ser su única razón, en tanto antepone la expresión individual al diálogo y, frecuentemente, la agresión al debate”, advierten.
Para los autores, las voces antagonistas pueden desalentar la expresión de opiniones en contextos como el latinoamericano, donde la libertad de criticar y opinar se percibe débil y donde ocho de cada diez personas consideran que no es conveniente confiar en el otro. En otras palabras, el potencial del diálogo que fomentan las plataformas digitales no resulta necesariamente e una comunicación democrática, caracterizada por la escucha de otros y la búsqueda de acuerdos comunes. Tampoco facilitan una expresión despojada de objetivos comunes e interesada en la reafirmación de convicciones existentes.
“No es extraño que haya tomado fuerza la idea de ‘posverdad’ en estos contextos en que predominan verdades parciales basadas en convicciones más que en datos o hechos. Sin adherir a la vulgata modernista de la verdad como hecho único, incuestionable, basada en un originalismo realista y un universalismo sospechoso, es posible pensar la verdad como resultado de disputas por la definición de la realidad sin abandonar su búsqueda como proyecto común. Entre pensar que la verdad es debatible y creer que no es posible hay un paso, el mismo que equipara argumentos fundados, aunque parciales, con versiones descabelladas que prescinden de datos cotejables o argumentos racionales”, precisan.
Amado y Waisbord recuerdan que las falacias y las noticias negativas suelen propiciar, en ciertas circunstancias, cinismo social y desconfianza en las instituciones políticas, sociales y económicas (Latinobarómetro, 2015). De ahí la crisis de confianza que han sufrido los congresos, gobiernos, partidos políticos e incluso los medios de comunicación social.
“Cuando no importan los hechos y se prefieren, como observó Hannah Arendt, los ‘hechos inventados’ y la consistencia de cualquier evento con las creencias existentes, se cae en un relativismo que dificulta acuerdos mínimos sobre aspectos fundamentales de la vida pública”, afirman los intelectuales argentinos.
Y concluyen: “La comunicación narcisista que se regodea en las propias certezas sin cuestionarlas es contraria al pensamiento crítico como base de la comunicación pública en tanto supone evitar e ignorar argumentos que disientan con el propio pensamiento o que cuestione dogmas. La fragmentación dificulta las oportunidades para la discusión y la implementación de una visión amplia e integradora de perspectivas y demandas ciudadanas, que se torna utópica cuando no hay incentivos para trascender las diferencias a partir de ideas progresistas de reconocimiento e inclusión de Otros, cuando se movilizan intereses particulares a expensar de intereses comunes”.
Vale la pena traer a colación la advertencia que hiciera recientemente la periodista, escritora y catedrática venezolana Gloria Cuenca, experta en ética periodística, en su artículo “¿Desaparecerá el periodismo? (2023):
Uno de los más graves problemas que enfrentamos es el mal uso de esa maravilla que la tecnología nos ha puesto a la mano: el ciberespacio. Con uso a raudales de la información. Hay varios aspectos para analizar: las mentiras, fake news, transmitidas con intereses muy específicos. El plagio, sin contemplación de unos y otros. El reciclaje de las informaciones noticiosas, descontextualizadas y fragmentadas. La distorsión de los hechos, con una perspectiva totalmente inaudita. Todos estos conducen a una violación importante del derecho a la información de los ciudadanos, lo que se transforma en una agresión a los derechos humanos.